Una de las
consecuencias más esperanzadoras de la extensión de la injusticia económica en
este siglo XXI es que todas las organizaciones que se dedican a la lucha contra
la misma han llegado a posiciones semejantes: hay un consenso entre ellas en que no es la mala fortuna o la
casualidad las responsables de la pobreza y miseria en el mundo, sino un
sistema económico y social esencialmente injusto, que permite que unos
tengan en exceso y otros apenas puedan cubrir sus mínimos vitales, como muy
atinadamente expresó Benedicto XVI en uno de sus últimos discursos.
Esta
conciencia común, abanderada en España por Cáritas e Intermón Oxfam, ha llevado
a una estrategia conjunta de lucha contra la pobreza que se sustancia en
campañas capaces de unir a muchos actores en objetivos comunes. La campaña
“Contra la riqueza que empobrece”, promovida por la Alianza contra la pobreza,
tiene la intención de denunciar que la pobreza no es una maldición bíblica,
sino la consecuencia de un sistema que está pensado para generar riqueza para
unos pocos y, en consecuencia, pobreza para las mayorías sociales. El caso de
España es evidente. En siete años de crisis hemos visto cómo la riqueza total
de España, medida en el Producto Interior Bruto, apenas ha disminuido un 4%.
Sin embargo, la pobreza se ha multiplicado por 2, el número de pobres ha
crecido obscenamente y los niños bajo el umbral de pobreza son un escándalo. En
el otro lado de la balanza vemos que el número de ricos y superricos aumenta
con la crisis. En España hay casi medio millón de personas con una riqueza
superior al millón de euros, de los que 35 mil poseen más de 40 millones de
euros. En los siete años de crisis se ha
multiplicado por dos el número de ricos, lo mismo que el número de pobres.
Los datos
no mienten, la riqueza de los ricos aumenta mientras aumenta a la par el número
de pobres y su pobreza. Esto es debido a que el sistema está diseñado para
generar desigualdad. Es falso que el sistema económico imperante haga disminuir
la desigualdad y, a la larga, aumente el bienestar. Dos son las falacias que se
han mostrado como tales en el siglo XXI: la primera que los ricos lo son por
méritos propios; la segunda que la creación de riqueza elimina la pobreza por
derrame. Thomas Piketty (El capital en el siglo XXI) ha demostrado
que los ricos lo son en el siglo XXI por herencia, no por méritos propios. Durante todo el siglo XX se han hartado de inculcar que la riqueza de la que disfrutan los ricos la merecen pues han arriesgado, o bien son más espabilados o son más inteligentes. Pero Piketty demuestra con datos que el aumento de la riqueza se debe a la posesión de riqueza y no a otras cuestiones. La propuesta de Piketty es casi tautológica, lo cual indica el grado de degradación del capitalismo actual. Demuestra el economista francés que cuando la riqueza es superior al crecimiento se produce desigualdad. Es decir, que cuando los ricos aumentan su riqueza personal sin que aumente la riqueza social hay un aumento de desigualdad, lo cual es una redundancia. Los ricos lo son porque se benefician de un sistema social construido para ellos.
Por su parte, el papa Francisco ha mostrado que el derrame es un
teoría que los hechos desmontan. La teoría del derrame viene a decir que cuando se crea mucha riqueza, lo que sobra a los ricos cae por ley de gravedad a los pobres y así disminuye la pobreza, sin embargo, dice Francisco, este es un hecho que nunca se ha demostrado, antes bien, lo contrario: los ricos se hacen más ricos precisamente haciendo más pobres a los pobres. El sistema económico está organizado para
crear riqueza que empobrece, por eso debe ser modificado para crear un sistema
económico humano que mire al bien común en una economía del don. El papa Francisco ha dado en el núcleo del mal del capitalismo: que es un sistema basado en la codicia y la injusticia y sólo un sistema social humano puede modificar esto.
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