martes, 12 de julio de 2016

El Deutsche Bank y la responsabilidad infinita

Hace unos meses, el 15 de febrero, hablábamos en este espacio del enorme agujero negro en que se había convertido el banco alemán por excelencia, el Deutsche Bank. Ya decíamos allí que según los datos a disposición pública, la entidad germana tenía una exposición de más de 75 billones, sí, millones de millones, en productos financieros derivados de dudosa, por decirlo suavemente, calidad. La causa de esta exposición letal del banco germano se debe a la necesidad que tuvo Alemania de invertir sus enormes superávit conseguidos a base de exprimir la política monetaria en la zona euro. Mientras Alemania conseguía ganar más y más dinero, países como España, Portugal, Grecia o Italia lo perdían a raudales. Como la economía es un juego de suma cero, lo que unos ganan otros lo pierden. Pero nada es gratis. Alemania, por medio de su gran banco, tenía que invertir todo ese dinero y lo ha hecho en productos de poca calidad financiera, como en su momento las hipotecas subprime americanas o la inversión en las distintas burbujas de los países del sur de Europa: España, Portugal, Grecia o Italia. Las enormes cantidades de dinero inyectadas por el Banco Central Europeo solo han aumentado el problema. Hoy, el problema es diez veces superior a cuando quebró Lehmann Brothers en septiembre de 2007. Lo que nos permite sospechar que las consecuencias de una quiebra como aquella serían diez veces superiores.

Hemos podido ver cómo el Deutsche Bank ha solicitado un rescate financiero para la banca europea de 150.000 millones de euros. Se atreve a pedirlo escudándose en el Brexit o en la situación de la banca italiana, pero la realidad es que el problema es anterior a la decisión de Gran Bretaña o a los problemas que arrastra la banca italiana desde principios del siglo. Se trata de un mal estructural que atañe al modelo neoliberal aplicado en la construcción de la Unión Europea y la moneda común, el Euro. El diseño se realizó de forma que la élite europea asociada a Alemania, donde se incluye Bélgica, Holanda, Austria, el norte de Italia y parte de Francia, asegurara su dominio mediante una moneda construida sobre el Marco alemán. Los tratados de la Unión estipularon la paulatina privatización de los estados sociales y la financiarización de la economía, lo que llevó a la creación de un sector bancario poderoso que fomentó la creación de burbujas especulativas como forma de crear riqueza para las élites. Cuando estas burbujas estallaron, las políticas aplicadas por imposición alemana, que seguía los intereses de las élites dueñas del Deutsche Bank, se cebaron en los ciudadanos del sur de Europa, reduciendo su riqueza en un 20% con la finalidad de pagar las deudas ilegítimas contraídas con el gigante alemán. Como no fue suficiente, el BCE empezó a inyectar liquidez en los bancos en peligro, después en la deuda pública y ahora también en las empresas, lo que quiere decir que toda la economía europea pende de un hilo, del hilo de la creación de dinero de la nada del BCE.


Sobre el banco alemán y las políticas implementadas por las élites alemanas pesa una infinita responsabilidad ante lo que está sucediendo y ante lo que va a suceder con mucha probabilidad. Si en 2008 se hubiera dado un giro de 180 grados puesto que las políticas neoliberales nos llevaron a la crisis, quizás se habría podido evitar lo peor. Si el BCE hubiera aplicado políticas de financiación de los Estados en lugar de los bancos; si los Estados hubieran rescatado a las personas y no al sector financiero; si se hubieran reforzado los elementos del Bien común en los países, quizás hoy no tendríamos el monstruo a las puertas. Pero se aplicó las mismas políticas que nos llevaron al crack de 2007-2008 y eso ha provocado que la banca europea no sea más que un zombi que vive del dinero ficticio del BCE. El Deutsche Bank está a punto de convertirse en un agujero negro que se trague toda Europa. Si quiebra, cosa que llevan evitando ocho años con todo tipo de medidas financieras en Europa, toda la economía del continente se irá por el retrete, tragada por este mastodonte cuyo agujero representa seis veces la economía total de la zona Euro.

La responsabilidad de los gestores políticos y financieros europeos no tiene límite, pero qué podemos hacer ante esto. España puede hacer dos cosas y solo dos. La primera es salir del Euro e intentar no verse arrastrada por el colapso de Alemania, que como un náufrago intentará salvarse a costa de lo que sea, aunque sea llevándose al fondo del mar a los otros náufragos. La otra es intentar modificar las políticas de la Unión Europea para que en un tiempo breve se reconduzcan hacia la salvación de la Unión. Esto solo puede hacerlo si se alía con otros Estados que objetivamente están interesados en salvar Europa: Grecia, Portugal e Italia. Mediante una alianza así habría que intentar sumar a Francia y con ella Bélgica, Holanda y Luxemburgo, de modo que Alemania acabe entrando en razón. Es muy probable que el Brexit sea el intento de Gran Bretaña de no verse arrastrada por la quiebra del Deutsche Bank, por eso el camino que espera a España es salir o intentar a la desesperada un cambio radical. Sin embargo, la situación política tras el 26 de junio no permite atisbar ninguna de estas salidas, lo que nos hace ser muy pesimistas respecto a nuestro futuro. Un gobierno en Madrid que siga a pies juntillas la política de Berlín solo puede suponer la quiebra de España como país. No nos cansamos de decirlo, aunque sea predicar en el desierto.

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