martes, 4 de octubre de 2016

Agenda pública

Hace unos años, más de diez, aún se hablaba de la famosa "agenda oculta" de los gobiernos y las grandes corporaciones por la que estos estarían implantando sigilosamente un modelo de sociedad que no se parecía en nada al que vivíamos y que de haber sabido la gente que esto se llevaba a cabo, cual alumnos socráticos, habría habido revueltas al conocer la verdad. Se presuponían entonces varias cuestiones. La primera era que los gobiernos y las corporaciones multinacionales conformaban un conglomerado bajo el gobierno real de unas súper élites que controlaban de verdad el negocio global. Además, este negocio requería de sigilo para que la gente común no se percatara del mismo. El segundo presupuesto era que si los habitantes del Planeta conocieran la verdad de lo que estaba sucediendo provocarían un cambio radical en la situación, derribando a los gobiernos títeres y derrocando a los usurpadores de la voluntad social. Por último, se presuponía que el mundo podía funcionar perfectamente sin ese gobierno en la sombra que regía realmente los destinos del Planeta y que era el verdadero y único responsable de todos los males que sufrían los países, la naturaleza y las personas individuales. 

La última década, que comprende los años de la mal llamada crisis, ha cambiado radicalmente esta situación. Creo que nos ha hecho a la vez menos ingenuos y más cínicos. Mientras las súper élites ejercía el poder  de forma sibilina, ocultándose tras los gobiernos y las grandes corporaciones, nos quedaba la opción de la ingenuidad, de no creernos esos cuentos de paranoicos de la conspiración. Podíamos vivir como si el mundo fuera diáfano, la realidad social transparente, como si pudiéramos en todo momento saber qué es lo que realmente está sucediendo. Vivíamos la era de la ingenuidad, concomitante con la sociedad del espectáculo debordiana. El capitalismo espectacularizado crea seres humanos ingenuos que creen lo que ven y que viven lo que se les muestra, por eso era complicado hacer creer que en realidad había un grupo no muy numeroso, no más de 500 personas, que se reunían anualmente para marcar el camino de la política internacional, la economía y hasta la cultura, sobre todo la mediática. Este homo simplex, era capaz de creer el discurso maniqueo de la guerra fría, el cuento del derribo de las Torres Gemelas por dos aviones o las armas de Sadam. Incluso más, era capaz de asumir intelectualmente que es posible un crecimiento económico constante dentro de un Planeta finito.

Pero, la última década nos ha madurado y hemos abandonado la ingenuidad a fuerza de palos. El hombre actual es menos ingenuo, pero más cínico. El cinismo ha llegado como una respuesta ante la obscenidad del mundo. Al caerse los velos, al ver directamente cómo se ejerce el poder, al hacerse pública la agenda otrora oculta, el hombre ha tenido un exceso de luz que ha cegado su alma y la ha embarrado en el peor cenagal, el del cinismo: a mí qué más me da si los refugiados no tiene dónde dormir, podría decir esta alma cínica del mundo actual. Mientras yo y los míos estemos bien, lo que le pase al resto me importa un pimiento. Ese es el discurso, oculto aún, pero que va cavando el alma humana poco a poco. Esta alma que ahora piensa así, cuando muchos intentaban mostrar lo oculto se reía y lanzaba improperios, pero cuando se le ha mostrado en toda su crudeza, en lugar de unirse a los que intentan cambiar las cosas, se acobarda y se recoge en lo que entiende que son seguridades. El homo simplex ha dado paso al homo clausus, el hombre cerrado al mundo exterior, encerrado en sus problemas y cuestiones, el hombre al que nada importa el destino de lo humano.

La agenda oculta se desveló el 11 de septiembre de 2001, cuando todos pudimos ver el directo, en New York, Londres, Madrid y Tokio, la máxima obscenidad del poder que se ejerce sobre cuerpos y espíritus, el biopoder y el pneumapoder. El temor y temblor de aquel evento dejó en evidencia la agenda que hasta entonces se ocultaba. Se trata de remover todos los impedimentos que atascaban la marcha de las élites hacia su paraíso. Para crear este paraíso, debían sumir el mundo en un infierno durante tanto tiempo como fuera posible. El infierno que vemos a diario más allá de nuestras fronteras aún seguras. La supervivencia del capitalismo requería la aniquilación del bloque soviético, y así se hizo, pero tras esto quedó claro que el mayor enemigo del capitalismo no es sino el propio capitalismo: produce más que necesita, destruye más de lo que el Planeta es capaz de reponer. La segunda ley de la termodinámica hace el resto. La ley de rendimientos decrecientes, aplicación económica de la entropía que rige el universo, lleva a la caída inexorable de la tasa de ganancia del capital, lo que, a su vez, induce la caída de los beneficios y, por tanto, de los niveles de paradisíacos de bienestar de las élites mundiales. La única opción es la acumulación por desposesión (D. Harvey), desposeer a los que todavía tienen algo más allá de la élite. La primera desposesión fue a los países con recursos energéticos: Irak, Libia, Siria... La segunda a los países que tienen tierras fértiles y agua mediante el land grabbing. Y la tercera a los estados de bienestar de los países hasta ahora enriquecidos. Cuando estas tres desposesiones se cumplan, solo quedará desposeer materialmente a las personas que conformamos los países desposeídos. En eso están ahora.

Bien, la agenda es pública. No se esconden para decir que el estado social es inasumible, que la sanidad y la educación deben privatizarse y que las pensiones, ahora va a por ellas en España, están por finalizar. No se esconden para mostrarnos que solo el que tenga algo que aportar a la élite podrá vivir, incluso sobrevivir, sea mediante un trabajo que se considere necesario o cualquier otro servicio. El resto deberá buscar medios de vida no convencionales. La situación de los refugiados de la guerra de Siria es paradigmática, pues en el futuro esa será la condición de gentes que hasta ahora vivían felices en sus barrios. La siguiente desposesión es directa contra las personas del mundo enriquecido. Ante esto solo nos queda fortalecer las redes de ayuda y estar cada vez más convencidos de que solo la acción conjunta y coordinada podrá frenar lo que se avecina. Si no queremos ver la agenda pública de las élites es que estamos suficientemente embotados en nuestra supervivencia diaria o porque el grado de cinismo nos ha corroído el alma. Ya es hora de una agenda pública y común de las personas para salvar lo humano en este Planeta.

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