viernes, 28 de octubre de 2016

Una deuda infinita

No sé si es la edad o que me estoy volviendo más sensible, pero cada vez tengo más necesidad de mostrar agradecimiento por todo cuanto recibo en mi vida. Cada día es una ocasión para agradecer poder vivir porque cada día puede ser el último día de tu vida. Ser consciente de esto permite relativizar los problemas, que son muchos y en ocasiones muy complicados, pero que ante la finitud de la existencia resultan menos importantes de lo que el ajetreo vital permite ver. Alejarse de las circunstancias concretas de tu propia vida, respirar con calma y verte desde fuera son ejercicios que te permiten encontrarte contigo mismo. Aunque resulte paradójico, este alejamiento de la mismidad es lo que permite la unidad del yo personal. Dicho en otros términos, la alteridad es la base para la mismidad, porque el ser uno mismo depende de las relaciones establecidas con los demás y con lo demás. Yo soy yo en la medida en que soy para otros, con los otros y por los otros. Me encuentro cuando voy hacia fuera, soy más yo mismo cuando me doy a los otros, me constituyo como ser único e irrepetible en la medida en que me diluyo más en el medio donde se desarrolla la existencia personal.

Cuando se ha llegado a esta conciencia de la mismidad radicada en la alteridad, todo es gracia. El mundo entero se torna un encuentro de comunión. Caminar entre la naturaleza te permite el encuentro agradecido con el sustento mismo de todo ser sobre la Tierra. Caminar entre los hombres ayuda a comprender la comunión que nos abarca a todos. Entonces, el agradecimiento se torna diálogo con aquello que te supera y va más allá de ti mismo sin salir, sin embargo, de tu mismidad. Lo interior se muestra fuera como algo objetivo donde reconoces que no eres más que una parte de un todo con el quieres estar en comunión. La gracia percibida se torna agradecimiento, éste diálogo y el diálogo no es sino la oración más profunda. Así, ya solo quieres dar las gracias: a la naturaleza que te regala cada día la belleza que te envuelve; a la sociedad que te permite subsistir con entidad separada pero necesitada de comunión; a los que amas, a tu mujer, a tus hijos, a tus padres y hermanos, a tus amigos, a tus compañeros de trabajo y a tus alumnos, a tus lectores y a tus críticos, a tus incondicionales y tus adversarios. Quieres dar las gracias a todos y a todo, porque gracias a todos y a todo tú estás aquí hoy, tú respiras cada día y sostienes tu metabolismo, base sobre la que se asienta tu mismidad en relación con el mundo entero. Das las gracias por ser y poder amar, das las gracias a Dios.

Pero hay un momento posterior al agradecimiento. La gracia genera la respuesta del agradecimiento, pero también la conciencia de la deuda. Te sabes en deuda con todo aquello que te permite ser, con todo lo que te rodea cada día, con todo lo que te ofrece la oportunidad única de existir. Se trata de una deuda que no puede ser cancelada mediante algún tipo de pago, es una deuda que aumenta día a día. Una vez contraída con el nacimiento, esa deuda solo puede aumentar, hasta el día en el que Dios sea todo en todas las cosas, pues ni la muerte cancela la deuda. Como se dice en castellano, los vivos tienen también deudos, es decir, aquellos que fallecieron y por los que hay que seguir orando, a los que hay que amar y recordar; la deuda se torna histórica, intergeneracional, universal.

El próximo 2 de noviembre, día de difuntos, presentamos en el Instituto Teológico de Murcia, a las 19:30 horas, mi último libro "La sociedad del escándalo. Riesgo y oportunidad para la civilización", publicado por Desclée. Hay mucha gente que me ha confirmado su asistencia y otra tanta que me ha indicado la imposibilidad de asistir. Yo me siento muy agradecido a todos, vengan o no, porque haber contestado a mi invitación indica su afecto por mí, y eso es lo único que realmente vale algo en este mundo. Desde que este libro fue aceptado para ser publicado en Desclée, en coedición con Religión Digital, sólo tengo palabras de agradecimiento. La lista de personas es enormemente larga y no puedo citarlas a todas, pero empezando por Antonio López Baeza que habló a la editorial de mi persona, siguiendo por José Manuel Vidal, director de Religión Digital, que apostó por el libro y Manuel Guerrero, el editor de Desclée que ha creído que era merecedor de incorporarlo a su prestigiosa editorial y terminando por todos los que han participado en la edición, corrección, diseño de portada y difusión, todos tienen mi más profundo agradecimiento.

Pero, hay más personas a las que tengo que agradecer, porque un libro no se escribe solo por el autor. El Instituto Teológico de Murcia, lugar donde trabajo, hace posible que yo pueda dedicar tiempo a la investigación y la escritura. Por eso tengo que agradecer a las personas que ahí están, empezando por el director, Miguel Ángel Escribano Arráez y sin olvidar a Pedro Riquelme Oliva y Francisco Martínez Fresneda que siempre me han apoyado, desde mi época de estudiante en el Centro. Un especial agradecimiento doy a los profesores, compañeros, que presentarán el libro, José Antonio Molina Gómez y José García Férez, quienes han acogido con gusto mi propuesta y han dedicado unas horas a leer mi ensayito y decir unas palabras sobre él. Y, por supuesto, quiero dar las gracias a todos mis compañeros, que me han mostrado su aprecio sincero.

La única manera de vivir con esta deuda infinita es ser agradecido y responder a todos cuantos te han dado algo en tu vida con el mismo afecto, corresponderles en lo que puedas. A la vida le das lo que te da, que es más vida. A la sociedad le das, le devuelves, tu esfuerzo y trabajo por un mundo mejor. A los amigos, amistad. A los lectores, razones y más libros. A los críticos, fundamentos y humildad. A todos, todo. Porque la única manera de vivir dignamente como un ser humano es entregar todo sin acumular nada. Devolver cuanto has recibido, porque lo recibiste para compartirlo. En la pobreza de commpartirlo todo hallamos la máxima riqueza de ser. La deuda es el reflejo especular en el hombre de la gracia divina. El ser es ser recibido siempre, porque Dios es ágape, amor de comunión, gracia absoluta. Lo que hemos recibido gratis, démoslo gratis.

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