miércoles, 14 de diciembre de 2016

La era de las consecuencias

No hace muchos años, el que fuera vicepresidente de los Estados Unidos, Al Gore, hizo una campaña de marketing muy buena para sus empresas de energías renovables con el documental Una verdad incómoda. Aunque hay que reconocerle que consiguió un efecto muy positivo sobre lo que muchos, en especial los escépticos americanos, pensaban sobre el cambio climático, un problema del que en 2004 aún muchos se reían. Yo utilicé bastante el documental en las explicaciones que daba a mis alumnos por don motivos principalmente: porque estaba muy bien hecho y porque aportaba soluciones viables, es decir, porque no se quedaba en la pura crítica. Las soluciones se aportan en el documental desde el momento en el que se habla de la era de las consecuencias. Con mucho tino y buen criterio, se dice en él que el hombre ha provocado una transformación climática que nos ha puesto en una situación en la que debemos asumir las consecuencias de nuestros actos. Nada se dice a cerca del sistema social y económico que las ha producido, sino que se culpa a los hombres, de forma genérica, como si un californiano y un nigeriano tuvieran la misma responsabilidad, siendo el primero causante del 25 por ciento de la contaminación y el segundo del 0,25 por ciento. Este es el límite del discurso del capitalismo verde, como pongo de manifiesto en La sociedad del escándalo, por eso hay que superarlo.

Sin embargo, sí es cierto que estamos ante una era de consecuencias. Ha pasado el tiempo en el que podíamos, mediante modificaciones de las conductas y usos de las sociedades desarrolladas, evitar cambios drásticos en el clima. Hoy, lo único que podemos hacer es intentar evitar la catástrofe, el cambio climático antropogénico ya está aquí. Y sus consecuencias son evidentes día a día. Las noticias se suceden sin solución de continuidad. Un día es el Ártico, que pierde hielo cada año a un ritmo apabullante, el otro es la Antártida, que se derrite más rápido que lo estimado, y otro día es la pérdida de otra especie o su puesta en peligro, como las jirafas. Lo que es cierto es que estamos en es era de consecuencias en la que ya no podemos intervenir en las causas, porque se nos ha ido de las manos. Estas consecuencias serán cada vez más y cada vez mayores, hasta llegar al punto en el que solo podremos tomar medidas paliativas ante ellas: deberemos abandonar zonas costeras por la subida del nivel del mar, emigrar hacia el norte o el sur dependiendo del hemisferio en busca de un clima más templado, evitar la insolación por los efectos sobre la piel, gastar ingentes cantidades de dinero en potabilizar aguas muy contaminadas, comer insectos, como recomienda la FAO, para evitar las hambrunas... Como en la parábola de la rana cociéndose, no saltaremos porque la temperatura sube poco a poco y nos acostumbramos a ella, pero el final es cocerse.


Las consecuencias no quedan reducidas a los problemas medioambientales. Estos traerán problemas sociales. Las élites no van a perder su nivel de vida por un problema climático, lo que llevará a extraer más recursos de los sistemas sociales, de los estados y más explotación. Todo con la finalidad de seguir manteniendo su nivel de vida. Estas tensiones producirán problemas políticos y conflictos sociales de un calado nunca antes visto. Las guerras que vemos hoy son solo el aperitivo de las de mañana. La mentira de las élites se cubre con injusticia y la injusticia genera violencia y guerra. Por eso, aunque el cambio climático ya sea inevitable, los problemas sociales sí son evitables. Si hacemos políticas humanas que reviertan las injusticias sociales es posible que, al menos, podamos vivir humanamente las consecuencias del cambio climático, que no hemos producido todos, pero del que sí que compartimos todos sus consecuencias.

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