jueves, 30 de marzo de 2017

La victoria de la ideología

La ideología puede ser definida como una imagen falsa de la realidad. En sí es el conjunto de ideas sobre el mundo, la sociedad o la vida. Este conjunto de ideas representa los intereses de aquellos que lo expresan e intentan imponer a la sociedad esta visión, de modo que sus intereses se vean reflejados en la asunción social de los mismos. La ideología es, así, una imagen falsificada de la realidad en función de los intereses del grupo que la impone. Mediante la extensión de la ideología, la clase dominante de cada sociedad, extiende su visión del mundo y, por tanto, sus intereses, consiguiendo que otras clases sociales adopten su visión, ideológica, del mundo. Así nos encontramos con la frase más popular de la ideología adoptada por cierto ámbito social: "deben gobernar los ricos porque así darán dinero a los pobres". Esto ha funcionado perfectamente en EE.UU, donde los trabajadores han votado a un empresario para que, supuestamente, les dé trabajo. Se trata de un reflejo de la ideología de la clase dominante que propone su riqueza como extensible a la sociedad siempre que sean ellos quienes gobiernen, cuando esa riqueza ha sido producida por la apropiación, siempre indebida, de los bienes sociales; toda riqueza es, por definición, un bien social.

Como bien apreció el Papa Francisco en Evangelii Gaudium "esta opinión, que jamás ha sido confirmada por los hechos, expresa una confianza burda e ingenua en la bondad de quienes detentan el poder económico y en los mecanismos sacralizados del sistema económico imperante" (n. 54). Se refiere el Papa a la supuesta teoría del derrame por la cual si los ricos son cada vez más ricos, ayudarán a salir de la pobreza a los pobres. El Papa habla de "confianza burda e ingenua", que es lo mismo que decir ideología. Los pobres, las clases bajas y las clases medias, han adquirido el discurso del amo, el discurso de los ricos y la clase dominante, es decir, han asumido la ideología y esta es la gran victoria del "sistema imperante", que no hace falta aplicar medidas coercitivas porque el pensamiento dominante se ha hecho sentido común popular. Es el colmo del proceso ideológico que en todas épocas y sociedades se produce y que en la nuestra ha llegado al cénit de su implantación social.

Durante los años de la burbuja especulativa inmobiliaria y de deuda, los ciudadanos se creyeron la ilusión de riqueza que genera las burbujas especulativas. Mediante la inyección de crédito fácil desde 1997, en España se ha creado la ilusión de que cualquiera podía tener cualquier cosa sin apenas coste para él. Bastaba con tener un trabajo para solicitar un préstamo que te diera acceso a una vida de lujo o semi lujo muy parecida a la que la élite se permitía. El típico chascarrillo, falso como todos, era que un peón albañil podía conducir un BMW con su sueldo. Claro, nos dicen, esto no es normal, es normal, por supuesto, que el jefe lleve un Audi A8, pero un obrero, ¡venga, hombre! El dinero fácil hizo estragos entre la gente, no porque se hicieran ricos, sino porque tuvieron la ilusión de que lo eran. Pero, la realidad era muy distinta. Mientras los trabajadores se endeudaban hasta límites imposibles, la élite engordaba, con esas mismas deudas, sus cuentas bancarias en lugares offshore y adquirían la propiedad no hipotecada de las empresas y posesiones de este país. Es decir, la élite se hacía con la propiedad real de los medios de producción y con el control financiero del país, mientras que los trabajadores, las clases bajas y las medias, acrecentaban su deuda y permitían que la especulación se adueñara de todo, hasta de sus propias conciencias, fin último del proceso ideologizador.


Los últimos treinta años han supuesto en el mundo el asalto de los intereses privados al poder financiero. Lo primero que hicieron fue adueñarse de la producción de dinero, son los bancos al dar préstamos los que crean, de la nada, el dinero. Por tanto, tienen un poder enorme con esa capacidad. Luego se obligó a los Estados a privatizar las empresas públicas, con lo que perdían una fuente de ingresos. Acto seguido se les obliga a bajar los impuestos. Pérdida de ingresos por empresas públicas y reducción de impuestos, a los ricos, claro, hay que suplirlo con algo. Aparecen los mercados financieros internacionales para prestar dinero a los estados. El enduedamiento es cada vez mayor y eso hace depender al prestatario de los prestamistas. El Estado se ve sometido a los intereses de la súperclase y debe aplicar sus políticas: más desregulación, menos gasto social y menos Estado. Esto nos lleva a la tormenta perfecta. Cuando se pincha la burburja con la que la élite se hizo súper multimillonaria, entonces los Estados deben recurrir más a los mercados financieros internacionales y estos los constriñen aún más.

Llegado el momento del juicio, la crisis, los que produjeron la especulación consiguen, porque tienen cogidos a los Estados por medio de los políticos, que se destinen grandes sumas de dinero para salvar al sector financiero. En España un montante total que supera el 40% del PIB, casi 400.000 millones de euros. Se inicia, por tanto, el discurso ideológico en su segunda fase: "habéis vivido por encima de vuestras posibilidades". Es decir, el capitalismo neoliberal fracasa estrepitosamente y debe ser rescatado por los Estados, esos que eran tan malos gestores, pero la culpa la tiene la gente normal, los trabajadores y las clases bajas y medias que han vivido más allá de lo que podían. Lo peor de esto es que la gente se tragó el anzuelo, reiteradamente lanzado por los medios de comunicación. Y lo aceptamos, aceptamos que nos habíamos pasado, cuando la culpa de la crisis fue del control financiero desregulado de los mercados internacionales, no de la gente, que, la fin y al cabo, vivió como le indicaban. Si un niño se atiborra de chuches y sufre una indigestión con su padre al lado, la culpa es del padre, no del niño. Los españoles, como otros, fueron atiborrados de crédito fácil y barato y se dejaron, en parte, encandilar por estos cantos de sirena.

Hoy, ya en 2017, con un nivel de apalancamiento de la economía que es diez veces superior al de 2008, la gente ha aceptado plenamente la ideología de la clase dominante. Todos los recortes eran necesarios porque habíamos vivido por encima de nuestras posibilidades, el rescate bancario era necesario porque peligraban nuestros ahorros, la reducción de las condiciones sociales son necesarias porque hay que crear un buen ambiente para los negocios. Todas estas falacias han sido integradas en la forma de pensar, en el sentido común y esto es lo más grabe, porque la próxima crisis, que no tendrá parangón con la de 2008, nos va a pillar sin ningún tipo de estructura para poder sobrevivir a ella. La ideología de la élite, el neoliberalismo, ha impuesto su agenda y la hemos aceptado como sociedad. El problema está en que es una agenda corrupta, basada en la privatización de los bienes comunes y la mercantilización de lo que no es mercancía por esencia: el ser humano, la naturaleza y el dinero. Estas tres realidades deben quedar fuera del proceso mercantil, deben ser sustraídas al mercado. El neoliberalismo convierte en objeto de lucro lo que son dones sociales y esa es la máxima corrupción posible, el mal estructural de este mundo, mal que hemos aceptado. Es la victoria de la ideología.

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