lunes, 10 de abril de 2017

Paraísos fiscales, infiernos sociales.

Ahora que andamos con los pasos de la Pasión viene bien recordar que no todos los juicios son iguales. A Jesús lo prendieron, juzgaron, condenaron y ejecutaron en menos de veinticuatro horas. Sus ejecutores tenían claro el delito y la pena que le debía caer por tal delito: la muerte. Fue considerado un subversivo, un hombre peligroso. La autoridad imperial, con la connivencia de los jefes de los judíos, lo llevaron a la cruz. No hizo falta fiscal, ni pruebas, bastó con la conciencia de que era un peligro para el poder instituido y éste no dudó un segundo. En España sucede exactamente igual. El poder, como siempre, actúa en función de sus necesidades. Cuando se pone en tela de juicio la estabilidad del sistema, el poder actúa inmediatamente, deteniendo y juzgando con máxima celeridad aparentes minucias que pasan de ser meros chistes, literalmente, al lado de situaciones verdaderamente lacerantes. Es el caso de los evasores fiscales que fueron denunciados por la famosa lista Falciani.

En 2010, Francia entregó a España la lista que el informático suizo Falcani había puesto en conocimiento. En ella había una larga lista de evasores fiscales españoles que había puesto el dinero en Suiza a cubierto de la fiscalidad española. Eran delitos cometidos en 2007 y según la ley española, los delitos de evasión de impuestos caducan a los cinco años. No deja de ser muy curioso que la Audiencia Nacional, sí, esa que ha juzgado unos chistes a la velocidad del rayo, necesitara el tiempo justo para que los delitos prescribieran, exactamente un día después. La Audiencia Nacional, para oprobio de todos los españoles, abrió diligencias cinco años y un día después de cometidos los delitos. Por un día, esos delitos estaban prescritos y los evasores quedan impunes. Imagino que no había nadie en la Audiencia Nacional que pudiera haber previsto abrir diligencias un día antes para que no prescribieran. O bien, que no había nadie que fuera capaz de mover las estructuras judiciales para poder recaudar unos cuantos millones de euros que vienen muy bien a las arcas públicas y a la moral de los ciudadanos. No lo hubo. Por un solo día, por un puñetero día, esos delincuentes quedan libres y los dineros defraudados a su criterio, sin que el fisco español pueda hacer nada mientras les hacen pedorretas en las narices.


Me van a permitir los lectores que suelte un exabrupto, pero es que ya no me chupo el dedo ni soy gilipollas. Se ha permitido que prescriba el delito de estos delincuentes con premeditación y alevosía, porque esos delincuentes son unos de los nuestros. No podían consentir que se vieran expuestos al escarnio público y dar la sensación de que aquí se persigue a los ricos como se hace con los pobres. La lección es evidente: si eres de los nuestros, podrás permitirte robar cuanto quieras que nadie va a poner en tela de juicio tus procedimientos. Además, cuando quieras poner a salvo del fisco el fruto de tus robos, entonces tendrás todo nuestro apoyo para que nadie perturbe la paz de tus ahorros. Esta es la lección para los ricos. Me pregunto si el resto habrá aprendido la lección: que si no hacemos nada nos van a tomar por idiotas, nos van a seguir robando y van a destruir el escaso Estado social y de derecho que aun disfrutamos.

Estimados amigos, los paraísos fiscales existen porque los necesitan las élites mundiales para poner su dinero a salvo de los Estados. Que luego se aprovechan los delincuentes internacionales para llevar a cabo sus negocios con la droga, la prostitución, el tráfico de personas y de órganos o el terrorismo, bueno, es un daño colateral, un mal necesario para tener donde salvaguardar el dinero de los poderosos de este mundo. Pero, además, todo paraíso tiene el reverso de un infierno. Los paraísos fiscales crean infiernos sociales. Todo el dinero que va a parar a esos paraísos deja de tributar en los Estados que atienden las necesidades de las sociedades: educación, sanidad, cultura, justicia, seguridad, etc. Los Estados son cada vez más débiles y llegará un momento en el que no puedan prestar esos servicios, entonces se hará realidad la expresión de San Agustín: remota itaque iustitia, quid sunt regna nisi magna latrocinia?, Si quitamos la justicia, ¿qué son los reinos sino grandes bandas de ladrones? El neoliberalismo está destruyendo los Estados  con el fin de salvaguardar los beneficios de las élites. Sin embargo, no son capaces de darse cuenta de que si eliminamos los Estados, ¿qué nos separa de la barbarie? Sin Estado que proteja a las personas, los poderosos camparán a sus anchas y solo podrán defender sus riquezas mediante el recurso a la violencia. Esta violencia generará más violencia que llevará a la sociedad al caos.

Esta noticia que se publicó ayer, que los delitos han prescrito por abrir diligencias un día después del tiempo legal, debería hacer reflexionar a la inmensa mayoría de personas que vive gracias a que un Estado cubre nuestras necesidades básicas, como la educación y la salud, la seguridad y la justicia. Ese Estado se sustenta con los recursos de todos, pero si los ricos no ponen sus parte, ese Estado será cada vez menor, hasta el punto de que no podrá sostener a la población. ¿Y entonces qué...?

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