miércoles, 28 de junio de 2017

Tohu wa vohu. Caos y desolación.

La acción política está determinada por las circunstancias. Se suele decir que la política es el arte de lo posible, no de lo que nos gustaría o de lo que desearíamos; deseos y gustos no pueden determinar la política, pues esta implica demasiados actores y demasiadas situaciones que escapan a la subjetividad de los implicados en la acción política. Esto ha sido así desde siempre, la política no está determinada, por desgracia, por la ética, por ninguna ética. Maquiavelo invitaba al príncipe que quisiera fundar un Estado a no tener ningún miramiento con deseos personales, a no ser que fueran los suyos propios, pues, dice, la naturaleza perversa de los hombres es el verdadero impedimento para la existencia de un Estado como tal. Desde esta concepción, la sociedad política solo puede existir si se aplacan los deseos individuales y si se someten las voluntades. De esta manera, lo que no sería sino un gran caos, se convierte en un Estado ordenado donde los hombres pueden vivir en paz. Así lo dicen Maquiavelo y Hobbes, pero también todos sus sucesores, aun hoy día. 

Sin embargo, en los últimos treinta años estamos asistiendo a la inversión del proyecto, al menos del proyecto nominal. En lugar de pretender crear un orden a partir del caos primordial humano, lo que constatamos es el empeño de crear un caos constante en el orden mundial con el fin último de que uno, y solo uno de los Estados perviva. No se trata ya de luchar contra la perversión natural del ser humano, sino de evitar que el anhelo de paz y armonía de otros Estados no perturbe la paz propia. No se trata de ir a la guerra para conseguir más recursos o riquezas, o bien para evitar un conflicto mayor, se trata de generar un estado de guerra constante que impida que otros consigan el estatus político que el imperio actual ha conseguido. Es decir, evitar que otros países tengan Estados que protejan a sus ciudadanos y sus recursos. Estados Unidos, como representante del Imperio Global Posmoderno, ha llegado a la conclusión de que solo puede subsistir si crea un espacio de caos social que impida que otros accedan a los recursos y se postulen como Estados con los mismos derechos que el Imperio. Para ello, lo primero era destruir el orden mundial instituido en Westfalia en 1648.

La Paz de Westfalia supuso el comienzo del orden mundial que ha regido hasta el 11 de septiembre de 2001. Aquel orden se inspiraba en cuatro principios: 1. Soberanía absoluto de los Estados-Nación; 2. Igualdad jurídica de estos Estados; 3. Cumplimiento de los tratados; y 4. No injerencia. Estos principios, aunque hayan sido violados de forma encubierta, han regido los destinos políticos de Occidente desde 1648 y han permitido la proliferación de Estados-Nación soberanos que respetan formalmente a otros Estados y no se inmiscuyen públicamente en sus asuntos internos. Este orden mundial se quedó muy pequeño a Estados Unidos, de ahí que el Proyecto para un Nuevo Siglo Americano de los Neocons americanos proyectara remover todo lo que impedía a EE.UU ser la gran potencia que debía ser. Lo primero que había que remover es el mismo orden internacional y para eso fue necesaria su demolición controlada el 11 de septiembre de 2001. Mediante un atentado con bandera falsa, EE.UU se vio legitimado para saltarse ese orden internacional de más de trescientos años y atacar en invadir dos países que ni le habían atacado ni eran responsables de los hechos imputados. Estados Unidos se erigió en fiscal, juez y verdugo de los que él mismo determinó como sus enemigos. Roto este orden internacional podía permitirse crear uno nuevo, un orden unipolar con una realidad imperial en solitario que impusiera al resto del planeta lo que debía hacer. Pero este orden no tiene otra finalidad que el caos organizado.

Un Estado-Nación soberano no tiene otro enemigo a su altura que otro Estado-Nación soberano, de ahí que la estrategia seguida tras 2004 fue la de organizar un caos, siguiendo la teoría del caos de Leo Strauss, mundial que limite la existencia de Estados que puedan impedir a EE.UU ser la única potencia global. Dentro de esta lógica está la destrucción de todo Estado que genere recursos por los que entrar en competencia. La lista va siendo ya larga: Irak, Libia, Siria, Venezuela..., y ahora Irán, Mali, Níger, Sudán del Sur, Nigeria, Chad, Yemen, Somalia, Indonesia, Filipinas..., suma y sigue. Toda esta estrategia va encaminada a generar dos espacios en el mundo. Un espacio de orden y seguridad al amparo de EE.UU y un espacio de caos para todos los que no quieran someterse al nuevo orden. Por supuesto, esto genera muchas tensiones con los tres polos globales que pueden socavar el nuevo orden: UE, Rusia y China. El proyecto de la nueva administración es demoler la Unión Europea, y lo está consiguiendo, para debilitarla y, si es necesario, en el futuro demolerla para usarla como fuente de recursos. Con Rusia lo tiene más difícil, pero el proyecto es rodearla de guerras que la mantengan ocupada: Ucrania, Siria, Irán, etc. Y con China aun no sabemos cuál es el proyecto, pero China ya lleva varias años creando un anillo protector de bases militares en el Índico por lo que pueda suceder.

Desde que el neoliberalismo no es capaz de asegurar los recursos para el Imperio, este debe encontrar otros medios para hacerlo. La imposición por la fuerza de un caos organizado es el único medio para poner a disposición recursos menguantes en un panorama de creciente presión sobre los recursos y el medio natural. Ante lo que estamos es mucho peor que las propuestas de Maquiavelo o Hobbes. Se pretende crear una situación inhumana en la que la naturaleza del hombre sea pervertida y donde aflore lo peor que pueda existir en la humanidad. En lugar de crear un espacio para que lo humano se vea constreñido para la paz, estamos ante la construcción de un mundo donde lo humano solo pueda expresarse si está sometido al orden imperial global. Fuera de ese orden, caos y destrucción. Estamos ante un Génesis inverso, frente al orden divino vamos al Tohu wa vohu (תֹ֙הוּ֙ וָבֹ֔הוּ), el caos y la desolación.

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