Evangelio del 5 º domingo de Cuaresma. Ciclo C. 3-4-2022.
En aquel tiempo, Jesús se retiró al monte
de los Olivos. Al amanecer se presentó de nuevo en el templo, y todo el pueblo
acudía a él, y, sentándose, les enseñaba.
Los escribas y los fariseos le traen una
mujer sorprendida en adulterio, y, colocándola en medio, le dijeron:
- «Maestro, esta mujer ha sido sorprendida
en flagrante adulterio. La ley de Moisés nos manda apedrear a las adúlteras;
tú, ¿qué dices?».
Le preguntaban esto para comprometerlo y
poder acusarlo.
Pero Jesús, inclinándose, escribía con el
dedo en el suelo.
Como insistían en preguntarle, se incorporó
y les dijo: - «El que esté sin pecado, que le tire la primera piedra».
E inclinándose otra vez, siguió
escribiendo.
Ellos, al oírlo, se fueron escabullendo uno
a uno, empezando por los más viejos. Y quedó solo Jesús, con la mujer en medio,
que seguía allí delante.
Jesús se incorporó y le preguntó: - «Mujer,
¿dónde están tus acusadores?; ¿ninguno te ha condenado?».
Ella contestó: - «Ninguno, Señor».
Jesús dijo: «Tampoco yo te condeno. Anda, y
en adelante no peques más».
Juan 8, 1-11
Ahora bien, este pasaje está en consonancia con muchos otros momentos de la
vida de Jesús donde acoge con cercanía a las
mujeres que se le acercan y hasta se ponen a su servicio libremente. La
relación de Jesús con las mujeres es escandalosa según los criterios de la
época: un varón célibe que se rodea de mujeres «de mala vida» en general y que
las trata como iguales, pero sin buscar en ellas la sumisión machista. Estamos,
con absoluta nitidez, ante un modo de relación entre hombres y mujeres que se
sale de los cánones de la época, pues la relación solo podía ser de
sometimiento dentro de las relaciones familiares o de uso y abuso fuera de
ellas. Una mujer solo podía ser esposa, prostituta o «invisible» para un varón,
como sucede aún hoy en ciertos ambientes fundamentalistas que obligan a las
mujeres a cubrir completamente su cuerpo en el espacio público. Jesús fue capaz
de una relación de igual con las mujeres, rompiendo el ámbito patriarcal y
machista que le debía haber marcado a fuego.
En el pasaje de la adúltera vemos cómo
sus enemigos plantean una celada: «aquí te traemos una mujer cogida en
flagrante adulterio, la ley de Moisés dice que la apedreemos, tú ¿qué dices?».
Si Jesús dice que no la apedreen estará negando a Moisés; si lo contrario, y
esta es la trampa de verdad, estará oponiéndose a su propio discurso y a sus
acciones anteriores donde siempre ha acogido a los pobres, pecadores y gentes
con mala vida. Jesús no cae en ninguna trampa. Su respuesta permite dejar
intacta la ley, pero aplicarla con toda la misericordia del mundo. Solo podrá
apedrear quien no haya cometido pecado alguno. Teniendo presente que se habla del
adulterio, es muy probable que algunos de los presentes hubieran colaborado en
el mismo. Una mujer era considerada adúltera aún si era violada, pues lo que se
juzga no es su acción sino la pérdida del honor del varón a la que está sujeta.
Aquella pobre mujer es muy probable que hubiera sido forzada, con lo que el
honor de su marido o padre queda en entredicho y la única forma de restablecer
el honor mancillado es matándola. Contra esto se manifiesta Jesús, pues esos
mismos que la traen a apedrear seguramente son cómplices del abuso. El pasaje
debiera ser llamado «Jesús y la mujer violada».
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