miércoles, 25 de noviembre de 2009

Educar la Solidaridad

El próximo viernes estaré en Granada invitado por los colegios maristas de la localidad. Me han propuesto que desarrolle una ponencia sobre los fundamentos teológicos de la solidaridad y su relación con la educación en la I Jornada Pastoral de Educación para la Solidaridad. Mi intervención se desarrollará por la tarde y cuenta con la participación de profesores, animadores, catequistas y diversas personas interesadas en la solidaridad desde la perspectiva cristiana.
Mi planteamiento quiere ser alternativo a los usos que se hacen de la solidaridad, sobre todo en las fechas que se aproximan, donde la solidaridad no es sino un elemento más de marketing. Veremos proliferar spots publicitarios donde los famosos de este país se sumarán a "causas solidarias" y se nos invitará a participar en programas para recaudar fondos destinados a alguna "buena acción" que saque de la miseria, aunque sea por un día, a alguno de esos niños que desfallecen en algún país "desafortunado". En la sociedad consumista también se consume solidaridad y casi no es otra cosa que un medio más de consumo. Algo así como el listado de obras de caridad que llevaba Rockefeller, seguramente para presentarlo a Dios el día que tuviera que presentar cuentas de su vida y actos. La solidaridad se vende y se compra y los consumidores nos sentimos mejor cuando degustamos las viandas de los días navideños porque nosotros ya hemos ayudado a "nuestros pobres".
Teológicamente la solidaridad tiene su fundamento en el Dios que toma nuestra condición humana y se solidariza con nosotros, con nuestras miserias e injusticias. El Dios Amor es el que ha querido hacerse uno de tantos, el que se ha kenotizado con el fin de elevarnos a la categoría de "amigos de Dios". El Dios que se revela rebelándose en el Éxodo y que se encarna en Jesús de Nazaret, el crucificado y resucitado.
El verdadero solidario es el solitario, en el sentido escotista del término: la ultima solitudo que no es soledad sino plenitud. Aquel que ha sido capaz de acceder a su mismidad y desde ahí universalizarla es el verdadero solitario-solidario. El solitario es el que asienta (pone el suelo, solidus) su identidad en el ser del Otro que se le entrega como don; sólo así se puede fundamentar una solidaridad verdaderamente cristiana que sea capaz de la necesaria profecía ante el pecado de este mundo de consumo destructivo de todo, hasta de los más bellos ideales.

2 comentarios:

Desiderio dijo...

Yo me planteo si la verdadera solidaridad es otra cosa que una actitud vital. No se trata de ser solidario en Navidad, en una determinada campaña, cuando me lo recuerda un conocido que trabaja en una ONG,… O eres solidario, o no lo eres. Y si lo eres, de verdad, no puedes dejar de serlo. Y eso entiendo que se traduce en que, desde que te levantas por la mañana de la cama hasta que te acuestas por la noche, ejerces esa solidaridad hacia todos los que tienes acceso. Yo creo que la solidaridad empieza por los que tenemos al lado, y que no se acaba ahí sino que en la medida de nuestras posibilidades tenemos que intentar que llegue hasta los confines del mundo. Y eso para mí no es algo puntual, sino que es una actitud vital, fruto de un planteamiento de vida serio y profundo. En este sentido, me ha gustado tu idea del solidario solitario. Creo que mi idea puede enlazar perfectamente con esta. La verdadera actitud solidaria no se encuentra sino en el recogimiento y en la soledad, pues es ahí donde nos encontramos a nosotros mismos y nos encontramos con Dios.

Martín G. dijo...

La solidaridad convertida en espectáculo, en fin, menos es nada. O algo es algo. Pero la palabra solidaridad y, sobre todo, lo que ella significa, merece otro tratramiento, en línea con el que tú propones: la iluminación cristológica. Personalmente pienso que el verdadero solidario es el que se pone al nivel del pobre, para así comprender mejor al pobre, y desde esta comprensión ayudar al pobre a levantarse. En línea con tu orientación: Cristo que, siendo rico, se hizo pobre por nosotros, para enriquecernos con su pobreza.

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