jueves, 19 de mayo de 2011

Entre tinieblas

Tengo la sensación de que el tren que nos lleva a marchas forzadas a un futuro cada vez más incierto atraviesa las tinieblas más oscuras en el mundo supuestamente civilizado desde que nació hace más de quinientos años, sangrando tras las masacres cometidas en las colonias por aquellos que se escondían tras la bandera de la fe y la cultura. Hemos pasado por muchas masacres, las hemos cometido, aplaudido e interpretado, con Hegel, como las cáscaras de huevo necesarias para hacer la nutricia tortilla de la historia. En esas cáscaras iban nuestra dignidad y la única moral que nos hace humanos: la compasión; entre esas cáscaras se encontraban los restos del balbuceo de un mundo que bien podría haber sido un verdadero paraíso, pero que la codicia organizada y la rapiña impuesta convirtieron en la barbarie estatuida que nos gobierna, so capa de democracia; con aquellas cáscaras, en fin, arrojamos el agua sucia y con él al único bebé que podría haber sido la esperanza de redención: la conciencia de culpa.

Estamos entre tienieblas, unas tinieblas tétricas en muchos casos, sobre todo aquellas provocadas por los medios de desinformación y de mentira estatuida, especialmente los que sirven al capital sin tapujos, sin complejos dicen ellos mismos. Son medios que mienten, manipulan, extorsionan y degeneran la verdad, medios que llaman mal al bien y bien al mal, que han caído en el único pecado que no puede ser perdonado y que tienen el amparo de cierta eclesiasticidad, que lo hace aún más repugnante. Otros medios, laicos se llaman, hacen el juego opuesto al capital, intentando reconducir a los descontentos o instigar complots contra las manipulaciones de sus enemigos. Pero en medio de la tiniebla hay algo de luz, de lo contrario estaríamos en la noche profunda de la historia, ya que no en la noche oscura del alma. Esa luz viene de todo lo que nace nuevo con la candidez de la bondad natural de las cosas, eso que hace que este mundo, a pesar de todo, siga mereciendo la pena. Una luz tenue que ha brillado este domingo por todo el país y que recuerda a las luces que encendíamos hace más de veinte años para luchar por la justicia y la paz. Una luz que viene de la mano de los jóvenes, siempre los jóvenes.

En su fuerza, que no tiene deudas impagables con el pasado ni hipotecas con el futuro; en su vigor, que no atiende a cálculos y especulaciones, han sabido ver los problemas fundamentales de los tiempos que les ha tocado vivir. Por decirlos con rapidez: la democracia como poder real del pueblo en asamblea, como fue entre los griegos; la economía como servicio a los hombres y no como lucro para unos pocos; el planeta como casa común y lugar de disfrute, no de como instrumento para la generación de riqueza efímera; la paz, como fruto maduro de la justicia y en oposición a todas las guerras colonialistas que se nos imponen; y la indignación, como respuesta de los dignos ante un mundo indigno que nos han impuesto el capital y sus sicarios. Todo esto se ha ahormado en torno a una idea de fuerza: democracia real ya. Habría bastado con el simple enunciado de la palabra mágica: democracia, pero está tan corrompida por los intereses de esta farsa de democracia liberal que hay que rescatarla y ayudarle con la muleta de un adjetivo, incluso de un adverbio.

El tiempo dirá en qué queda esto, pero al menos nos permite ver luz en medio de la oscuridad, nos permite la esperanza de no estrellarnos contra el muro de mentiras que nos han colocado delante. Quizá se despeje poco a poco la tiniebla de la mano de esta juventud que no atiende a cálculos ni se deja engañar, una juventud que es buena como paloma y astuta como serpiente. ¡Dichosos los puros de corazón porque ellos verán el Nuevo Mundo que anhelamos!

1 comentario:

Martín dijo...

Lo malo es que estas tinieblas de las que hablas a veces apelan a lo más sagrado, corrompiéndolo, pero también despistando a muchos. Solo veo una solución: ser libres, seguir adelante y mantener la cerilla encendida.

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