Cuadernos de Teología Fundamental 11 |
La Jornada Mundial de la Paz es ocasión, desde hace 46 años, para que el Papa haga una reflexión sobre qué es lo que nos puede ayudar a alcanzar tan anhelado estado en el orden mundial existente. El mensaje de este año lleva por título "Bienaventurados los que trabajan por la paz", en alusión al macarismo evangélico que relaciona la paz, no con una intención o un deseo, sino con un trabajo, una acción humana determinada que debe llevarse a cabo y sin la que es imposible que la paz se dé. La paz, aunque don de Dios, don mesiánico, debe ser también labor humana. Si el hombre no pone de su parte, el don se pierde, se desaprovecha, no da el fruto para el que Dios lo otorgó y se pierde la oportunidad de alcanzar ese bien tan esquivo en los últimos decenios.
Como bien indica el Santo Padre, la paz no es un sueño, no es una utopía, la paz es posible (nº. 3). Pero es posible gracias a que muchos seres humanos se comprometen en un trabajo, un esfuerzo por asegurar lo que permite que la paz se dé: el respeto por los derechos fundamentales del ser humano y la exigencia más alta del Bien común como norma de vida en sociedad. No es de extrañar que el Santo Padre avise, en el número 4 del peligro que amenaza a los que trabajan por la paz, peligro que lleva a la persecución, sino física, sí ideológica, pues "el que trabaja por la paz debe tener presente que, en sectores cada vez mayores de la opinión pública, la ideología del liberalismo radical y de la tecnocracia insinúan la convicción de que el crecimiento económico se ha de conseguir incluso a costa de erosionar la función social del Estado y de las redes de solidaridad de la sociedad civil, así como de los derechos y deberes sociales". Esa ideología del liberalismo radical es el mayor peligro hoy día, y el Papa lleva varios años denunciando su fuerza para imponer la falacia que propaga y que nos ha llevado hasta donde estamos. De ahí que la propuesta que mantiene Benedicto XVI en sus últimos documentos sobre la economía sea la que propone en el número 5 del documento: "Construir el bien de la paz mediante un nuevo modelo de desarrollo y de economía".
En la línea crítica y propositiva, no por casualidad, se movieron las conferencias que conformaron en marzo de 2012 las XXV Jornadas de Teología celebradas en el Instituto Teológico de Murcia OFM. En aquella ocasión todas las conferencias, incluida la mía, iban en la línea propuesta en este documento del Pontífice, pero especialmente la intervención de Enrique Lluch Frechina, revisada y ampliada en el Cuaderno de Teología Fundamental 11, publicado en octubre de 2012. De forma programática, nos dice el autor en la introducción a la obra: "este cuaderno pretende describir cuáles son los valores económicos más importantes en estos momento, centrándose sobre todo en aquellos que dirigen la política pública en unos tiempos de crisis como los que estamos viviendo" (p. 8). Como acaba de decir Benedicto XVI, lo importante son los nuevos valores y las políticas públicas. En los primeros tres capítulos nos muestra la crítica profunda y descarnada del modelo imperante que nos ha llevado hasta esta situación. Coincidiendo punto por punto con el análisis del documentos pontificio, detecta en la búsqueda del crecimiento económico a toda costa (p. 11-12), el afán de lucro (13-14), y la pérdida de legitimación de lo público, especialmente el Estado (38-42), los principales males del modelo liberal vigente, causante de la crisis social y económica que vivimos. Si esos son las causas, los remedios deben ser parejos a los que el Papa propone. Efectivamente, Lluch Frechina da una serie de "medidas anti-crisis" (46-53), para torcer el curso de los acontecimientos, generar esperanza y lograr la paz, meta de todo orden social que pretenda ser justo.
El diagnóstico de Lluch Frechina es claro. La crisis y las medidas para solucionarla se nos han impuesto "con un aire de irremediabilidad" (p. 53) que resulta incuestionable, sin embargo, ni la crisis era irremediable, ni las medidas son incuestionables. Nada de lo que se ha hecho para solucionarlo lo ha logrado, al contrario, la gente cada día sufre más y los que de verdad causaron todo esto siguen aumentando sus privilegios y sus fortunas. Por tanto, lo que hay que hacer es poner a funcionar los valores verdaderamente humanos que coinciden con los valores cristianos: poner la economía al servicio del hombre, establecer el desarrollo humano como criterio prioritario frente al afán de lucro y la búsqueda de productividad, dar prioridad al trabajo frente al capital, poner todo el modelo económico al servicio del Bien común y garantizar que todos, especialmente los más indefensos, se ven colmados en sus necesidades humanas.
Concluye el autor de este precioso texto 8 propuestas, a modo de aplicación de los macarismos evangélicos y en extensión del adagio del Papa "los que trabajan por la paz". El trabajo por la paz puede hacerse: 1. Modificando nuestro comportamiento económico cotidiano: no basta con exigir que el modelo social cambie si nosotros seguimos consumiendo desaforadamente y no respetando los límites del planeta. 2. Dando formación económica a los jóvenes: sin esa formación serán fácilmente manejados por el modelo productivista. 3. Cambiar los objetivos políticos: deben ser los valores del bien común y de lo público los que se privilegien. 4. Crear empresas que estén al servicio de la sociedad: en los últimos decenios se ha ido desmontando el sector público y pasando toda producción al privado, regido por el ánimo de lucro, se trata de torcer el camino y virar hacia una sociedad que satisfaga necesidades, no que produzca riqueza. 5. Potenciar las finanzas éticas y responsables: mediante la intervención pública y la regulación estricta. 6. Cambiar la orientación de la investigación económica: convertir los centros de estudio e investigación en lugares para la reflexión en el nuevo modelo social que hemos de implantar. 7. Modificar los criterios de los mass media en la comunicación económica: no prestando tanta importancia al enriquecimiento y la productividad y sí a la satisfacción de las necesidades reales de los hombres; valorando el esfuerzo y la entrega y no la especulación y el egoísmo. Y 8. Aplicar estos principios en la labor parroquial y catequética: si los cristianos no somos los primeros será difícil que otros lo hagan, nuestra fe lo exige.
Como se puede colegir de lo dicho, la línea argumental del texto de Lluch Frechina coincide punto por punto con lo expresado por el Sumo Pontífice el pasado 1 de enero y con lo que la reflexión creyente cristiana debe hacer para poner encima de la mesa las propuestas de cambio que se están necesitando. Es urgente este cambio de modelo que nos permita construir una sociedad en paz. La Economía de la Esperanza es el camino para ello.
Como se puede colegir de lo dicho, la línea argumental del texto de Lluch Frechina coincide punto por punto con lo expresado por el Sumo Pontífice el pasado 1 de enero y con lo que la reflexión creyente cristiana debe hacer para poner encima de la mesa las propuestas de cambio que se están necesitando. Es urgente este cambio de modelo que nos permita construir una sociedad en paz. La Economía de la Esperanza es el camino para ello.
2 comentarios:
¿Santo Padre? Este hombre no es ni santo ni padre. Yo lo llamaría el Papa; mejor diría: el Papa de Roma, pues no es el único patriarca cristiano que hay en el mundo. Dice mucha verdad el Papa en esto, pero ¿por qué no empieza barriendo su propio tejado? La existencia de un estado Vaticano - continuación del poder temporal de la Iglesia - es, hoy y siempre a los ojos de Jesús, la mayor aberración del cristianismo. Que empieze por eso. Estupendo el artículo, Bernardo, no publiques el comentario si no quieres, es que tengo el día así. un abrazo.
Pues ya ha comenzado levantando hace unos días el secreto bancario en el Banco del Vaticano cargándose de un plumazo todo un paraíso fiscal más que despreciable teniendo en cuenta su localización legal. Benedicto XVI lo había iniciado pero las cosas de palacio van despacio sobre todo si las columnas que las sostiene son imposibles de doblar. Muchas estructuras deberán romperse para poder ser reconstruidas.
El miedo a vivir entre ruinas por un tiempo me temo que nos frena ante cualquier cambio por muy urgente que este sea.
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