Albino Luciani, Juan Pablo I. |
*En muchas y diversas circunstancias, la Iglesia ha olvidado
el sentido último de su ser en el mundo: estar al servicio de los hombres
construyendo el Reino de Dios. Según el Concilio Vaticano II, la Iglesia es sacramento universal de
salvación (LG 48), pero como Cristo
realizó la obra de la redención en pobreza y persecución, de igual modo la
Iglesia está destinada a recorrer el mismo camino a fin de comunicar los frutos
de la salvación a los hombres (LG 8). De esta manera demuestra que no impulsa a la Iglesia ambición terrena
alguna. Sólo desea una cosa: continuar, bajo la guía del Espíritu, la obra
misma de Cristo, quien vino al mundo para dar testimonio de la verdad, para
salvar y no para juzgar, para servir y no para ser servido (GS 3). Este
servicio se expresa de dos modos muy concretos: uno como servicio a la verdad y
por tanto como crítica a todo cuanto se oponga al bien de los hombres, el otro
como servicio a los oprimidos en medio de un mundo lleno de injusticia con la
que muchos hombres de hoy siguen pretendiendo ocultar la verdad del amor de
Dios.
Al vivir en medio del mundo como expresión de los valores
del Evangelio de Jesús de Nazaret, la Iglesia continúa la misión iniciada por
el mismo Jesús y encomendada a sus discípulos y discípulas para toda la
historia. Esta misión conlleva una existencia liminal en medio de un mundo
herido por el pecado, pues no se puede pertenecer al mundo sin hacerse
partícipe de su pecado. La única manera de ser instrumento de salvación sin
dejarse atrapar por las redes del mal es estar en el mundo sin ser como el
mundo. Esto es lo que denominamos liminalidad.
Esta situación es ambigua, pues de un lado exige estar incorporados en los
instrumentos de organización de este mundo, pero, a la vez, reclama de la
Iglesia una posición externa, una radical alteridad respecto a los modos y
medios por los que este mundo se perpetúa como opresión de unos contra otros y
como injusticia lacerante.
La acción caritativa
es la vivencia del amor de Dios que experimenta la Iglesia, el instrumento para
poner remedio a los sufrimientos de los hombres. Por la Caridad, la Iglesia es
capaz de reducir los padecimientos de tantos hijos de Dios que no disponen de
lo mínimo para mantener la dignidad de la imagen divina que portan. Esta imagen
se ve deformada por el pecado del mundo, un pecado tanto personal como
estructural que desfigura y afea la Creación de Dios, Su voluntad de entrega a
los hombres. Esta acción kenótica divina, que es la creación del mundo, se ve
continuada en la entrega de Cristo en la cruz del Imperio romano y en la
entrega diaria de tantos fieles que dejan de lado su interés egoísta y se dan
hasta el extremo de una negación de la imagen de este mundo en ellos y del ser
solipsista que lo define.
De la misma manera que la Caridad exige vivir la experiencia
del amor de Dios en medio del mundo, la Doctrina
Social de la Iglesia (DSI) expresa su estar en el mundo de forma crítica.
Viene a ser la continuación de la denuncia de los profetas y de la crítica de
Jesús ante la injusticia del mundo. No es suficiente con la proclamación del
Evangelio, es necesario estructurar la crítica de forma sistemática con el fin
de poder responder a todas las cuestiones que suscita el mundo actual: el
problema medioambiental, la superpoblación, el consumismo, el subdesarrollo, la
guerra y la industria de armamentos… Muchos son los problemas y variadas las
posibles soluciones, y la Iglesia necesita tener un cuerpo de doctrina que le
permita valorar este mundo con el fin de acercarlo al Reino. Pero, como bien
dice la propia DSI, no se trata de ninguna opción política concreta, aunque sí
se trata de Política, así, con mayúscula, porque es el modo en el que los
hombres se organizan. El pecado y la injusticia dependen de este modo de
organización, de la misma manera que la salvación y la justicia dependen de
otro modo de organización.
Desde los tiempos en los que la cuestión social se hizo ineludible, la Iglesia ha ido acumulando un
conjunto de textos con cierta coherencia orgánica y que permiten ver una
orientación en la concepción del mundo que es reflejo del Evangelio y
adaptación de toda la Tradición sobre la justicia, la moral social y la
política. Aunque la DSI es un corpus
nacido con la encíclica Rerum Novarum
de León XIII, su existencia hay que buscarla mucho más atrás. Podemos rastrear
estas intenciones en los reformadores de los siglos XII y XIII, así como en los
grandes místicos posteriores. Pero, también hay que buscar en los Santos
Padres, tanto latinos como griegos, aunque en especial estos últimos. Y, cómo
no, hay que ir al Nuevo Testamento y los profetas, hasta llegar al momento
fundante de la preocupación por la organización del mundo: el Éxodo. En aquel
momento histórico, un grupo de esclavos oprimidos por uno de los grandes
imperios, experimenta el amor de Dios como liberación de la situación de pecado
que es un Imperio. Es decir, la DSI es la expresión actual de toda la historia
de crítica profética y de acción liberadora de la tradición juedocristiana.
Aunque sí es cierto que la DSI se ha quedado más en lo teórico y ha dejado la
acción práctica a la Caridad del fiel o a los instrumentos organizados de esta
Caridad.
La Iglesia, creo, debe ser consciente y no olvidar nunca, en
su acción social, que es seguidora de un ejecutado por el mayor imperio de la
historia hasta aquel momento. Su ser crítico debería llevarle a la superación
de este mundo, no sólo a la crítica
del mismo. En esta Globalización postmoderna, en este Imperio Global
Postmoderno (IGP), es imprescindible proponer una alternativa radical, de eso
se trata en esta reflexión que proponemos: proponer los límites y las
carencias, pero también los aciertos y virtudes, de la acción social de la
Iglesia en medio de un mundo herido por las injusticias lacerantes de una
Globalización del Capitalismo que supone el mayor ataque contra la posibilidad
de pervivencia de la humanidad. La Iglesia, el cristiano, no puede servir a dos
amos, si sirve a éste mundo, un mundo
de injusticia y pecado, que lleva la muerte
inútil de millones de seres humanos, mientras unos pocos despilfarran los
recursos arrancados en vano a la naturaleza, se convertirá en cómplice del mal
y legitimadora de la injusticia; si sirve a Dios, pondrá en práctica todo su
ser en el mundo para proponer una alternativa radical que nos empuje hacia el
Reino de Dios, y lo hará bebiendo de las fuentes más puras de su Tradición: el
Evangelio de Jesús de Nazaret, los profetas del Antiguo Testamento, los Santos
Padres y los grandes reformadores. En esta línea, la DSI puede ser una
continuación en la apuesta por el Reino o un giro que nos deje amarrados a un mundo que se hunde sin remedio.
Como hemos explicado en otro lugar, este es un mundo en quiebra,
una organización sociopolítica e histórica que ha llegado a su fin y se resiste
a desaparecer. Las dos próximas décadas va a ser críticas para la pervivencia
de la civilización tal y como la conocemos. Cuatro crisis se ciernen sobre el
mundo que amenazan su supervivencia: la espacial, la energética, la ecológica y
la económica. A estas cuatro se une la peor de todas: la moral. El mundo
globalizado postmoderno tardocapitalista ha derrochado la enorme reserva de
recursos y ha dilapidado el capital humano de forma inconsciente, con el único
fin de aumentar la tasa de ganancia y el lucro, beneficios estos que sólo lo
han sido para una pequeña parte de la humanidad, mientras la inmensa mayoría,
más del ochenta y cinco por ciento, ha quedado excluida de estos beneficios. Es
necesario un cambio, o dicho en términos evangélicos, una metanioa, una transformación del modo de pensar y comprender el
mundo. La Iglesia tiene mucho que decir y hacer en este camino que tenemos por
delante. La Iglesia, sirviendo a Dios, puede estar en el mundo sin ser del
mundo, construir el Reino del Amor y la Justicia.
*Texto tomado del prólogo a "No podéis servir a dos amos". Crisis del mundo, crisis en la Iglesia, Herder, Barcelona, de próxima publicación.
2 comentarios:
¿Va a salir un libro tuyo en Herder? Buen prólogo. La DSI se queda a veces a nivel de principios. Seguro que tú le sacas mucho partido. Enhorabuena, si he interpretado bien lo de la publicación.
Gracias, Martín, sí sale en primavera el libro. Parece que el año nuevo ma ha traído buenas nuevas.
Un abrazo
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