lunes, 30 de marzo de 2009

La enseñanza de los Ik


Lo que hace al hombre un ser humano tiene más que ver con lo aprendido que con lo natural. Por naturaleza, el hombre es un mono desnudo o un bípedo implume. Desde su nacimiento va recibiendo todo lo que le constituye como un ser humano: lenguaje, pensamiento, comportamiento, hábitos. Todo lo que es le debe ser dado, es decir, resulta un don que debe ser acogido con gratitud. Si no se le pone al hombre en las circunstancias adecuadas, jamás desarrollará las potencialidades de las que genéticamente está dotado. De hecho, si se le dejara en soledad, moriría sin remedio. Ser hombre es algo recibido y compartido. En primer lugar se ha de recibir el modo de comportamiento propiamente humano, que no es nada natural. Esto se puede ver con claridad en la tribu de África Oriental llamada Ik.
Los Ik son un pueblo muy antiguo en la zona, pero han sufrido muchos años de hambruna continua, esto les ha conducido a comportamientos que poco tienen que ver con lo que todos entendemos como humano. Las conductas sociales se deterioraron tanto por culpa del hambre que los observadores pudieron ser testigos de cómo se desternillaban de risa cuando alguien anciano o ciego ser caía y se hacía daño; los jóvenes robaban la comida de la boca de los ancianos; los adultos observaban con atención a un niño que se acercaba a tocar el fuego, cuando lo hacía soltaban alegres carcajadas; las madres se regocijaban en ver esta escena. Entre ellos comían a escondidas los escasos alimentos de que disponían, y no se observó a nadie compadecerse de los demás. Es más, se detectó, no ya egoísmo, sino verdadero placer ante las desgracias de los demás. Se puede decir que este pueblo se deshumanizó ante una situación que no permitía el sostenimiento de las estructuras humanas: perdió la moral, que es lo más humano (Frans de Waal, Bien Natural, Barcelona 1997, 113).
Creo que podemos aceptar que la naturaleza humana es algo que el propio hombre, con el devenir de los tiempos, ha ido creando a partir de ciertas condiciones naturales. Lo humano se hereda y se comparte, de modo que ser hombre es muy distinto a pertenecer a la especie de los homo sapiens sapiens. Esto último se nace, ser hombre se hace. Necesitamos, por tanto, cuidar las condiciones sociales que permitirán la existencia de la humanidad en el futuro. Las actuales circunstancias nos podrían llevar a la extensión de esta triste historia de los Ik. Este pueblo nos puede enseñar que si no somos capaces de mantener un mínimo de subsistencia mundial para todos, nos podríamos ver abocados a una catástrofe sin parangón. No a la destrucción del medio natural, no, sino a la destrucción de lo más preciado de este planeta: el ser humano, la humanidad del ser humano, lo que nos hace únicos e irrepetibles en el universo.
Los Ik nos enseñan que la humanidad es algo tremendamente frágil en el universo y que debemos hacer todo lo que esté en nuestra mano por conservarlo. Soy consciente de las dificultades por las que pasa el ser humano, pero también tengo esperanza en que hay algo en el corazón del hombre que le empuja a no caer por la pendiente de la naturalidad tan lacerante que nos muestra la historia de este pueblo africano, historia que no deberíamos repetir.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Santo Tomás de Aquino afirmaba que la amistad disminuye el dolor y la tristeza. La com-pasión, la empatía, la relación con el Otro-s,hace a la humanidad sobre-natural: la diviniza, a imagen y semejanza de su Creador. El tiempo es uno de los bienes más preciados.De un tiempo a esta parte funcionan los conocidos "bancos de tiempo". En ellos se inter-cambia una hora de una actividad, por otra: una clase de informática, o de piano por cuidar de un anciano, o hacer la compra:se valora el tiempo, no la actividad, que son consideradas de igual valor. El trueque de antaño llevado con sentido altruista y compasivo, basado en la confianza. Semillas de esperanza en esta humanidad. Un saludo.

Desiderio dijo...

Sin duda, es obligación del ser humano, de la sociedad, crear ese marco en el que nos podamos desarrollar como personas auténticas. El post me sugiere un par de ideas. La primera de ellas es la imperiosa necesidad de que nos demos cuenta de que el mundo no es nuestro, sino que en un momento dado llegamos aquí y somos meros administradores, no propietarios. Y como tales debemos tender a la solidaridad con los que han sido menos favorecidos en todos los aspectos. Y la segunda, pues que para crear ese marco en el que el hombre se realice, se desarrolle como persona, es necesario un mínimo de cuestionamiento tanto personal como social, de verdadero encuentro con uno mismo y con el otro: en definitiva, que la gente piense, reflexione y se arriesgue a amar al otro, por encima de miedos y egoísmos. Porque ¿qué es el amor al prójimo sino un arriesgarse? ¿Arriesgarse a qué? A perder nuestra independencia, nuestra riqueza, nuestro tiempo, incluso nuestra intimidad; en definitiva, arriesgarnos a “perdernos a nosotros mismos”, paso inevitable para encontrarnos de verdad. Amar al prójimo es lanzarse a una piscina que aunque en principio nos da vértigo porque se nos antoja vacía, vemos cómo misteriosamente, al caer encontramos la piscina llena de agua. Si el prójimo recibe odio, dará odio; si queremos que el prójimo sea amoroso, debemos darle amor, llenarle de verdadero y fecundo amor

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