martes, 5 de mayo de 2009

El Evangelio del Imperio

El Papa Benedicto XVI, en su Jesús de Nazaret (páginas 73-75), reconoce que el significado de evangelio, era muy diferente entre los cristianos que en el Imperio romano. El término pertenecía a la teología imperial y servía de justificación de las obras que el Imperio con Augusto había llevado a cabo.
Tras la victoria de Accio sobre las tropas de Marco Antonio y el fin de la guerra civil, Augusto dio inicio, con apenas 19 años, a la nueva era de paz mediante la victoria. En un primer momento, la teología imperial, con Horacio y Virgilio a la cabeza, empiezan a crear el mito de los orígenes divinos de Octaviano, haciéndole proceder de Eneas y por su medio de la diosa Venus. Por tanto, debía ser considerado un ser divino. Ello se empezó mediante la divinización de su padre adoptivo, Julio César. De esta manera, a Octaviano se le podía llamar Hijo del Divino, en latín Divi Filius. Pasado el tiempo y conseguidas las victorias, el título empezó a ser directamente Filius Dei (Hijo de Dios), por su relación con los dioses. A su muerte sería considerado, simplemente Deus (Dios).
Pero esta teología imperial se extendió por el Imperio en griego, no en latín. El griego era el idioma común de todos los habitantes del mismo y en este, ya desde el principio, Octaviano era conocido como Uios Theou, Hijo de Dios, porque en griego no hay diferencia entre deus y divus, ambos son Theos, Dios. Por tanto, el título común entre las gentes del Imperio para el emperador fue Hijo de Dios, y sólo de él podían proceder los evangelios, las buenas noticias. Por ejemplo, cuando se producía la epifanía (manifestación) del emperador en algún lugar del Imperio, en ese momento había llegado la gracia y la salvación para sus habitantes. Él era el medio para la expiación de los males de los hombres, por que el dios obtenía la paz mediante la victoria en la guerra. Este es el núcleo de la teología imperial contra la que los cristianos tuvieron que luchar, esta teología se encontraba por todos sitios, principalmente en los lugares públicos, en las monedas, en los templos. Todo rezumaba esta ideología legitimadora del Imperio. Como hoy lo hace la publicidad, entonces lo hacía esta teología imperial.
Un ejemplo lo tenemos en las monedas romanas, que siempre incluían motivos imperiales de legitimación teológica. Paul Zanker nos ha legado un precioso estudio (Augusto y el poder de las imágenes) de cómo se produjo y cómo evolucionó esta teología en las imágenes, también en las monedas. En ellas puede leerse, si se sabe, cómo Octaviano fue elegido antes de su nacimiento por los dioses, cómo fue virginalmente concebido, cómo obtuvo la victoria en la guerra y cómo advino la era dorada que trae la paz y la salvación por su medio. Las monedas eran, en sí mismas, evangelios andantes del Imperio del divino Augusto, el Hijo de Dios vivo, el Salvador de los hombres, el que expía los pecados, el único Dios verdadero e inmortal. A su muerte, pudo verse grandes señales en el cielo, signo inequívoco de que su alma regresaba al lado de los dioses y que pasaba a formar parte del panteón del Imperio.
Todos los imperios necesitan una ideología que los justifique y legitime ante el mundo, una teología que ponga a Dios al servicio del imperio y permita su extensión a todos los ámbitos de la existencia. El Imperio romano en sus momento y el Imperio Global Postmoderno ahora, necesitan de esa teología imperial.

1 comentario:

Desiderio dijo...

Mi comentario va en la línea de la segunda idea que he plasmado en el comentario del anterior post. Hasta cierto punto es lógico que la sociedad busque que todos los ciudadanos entren a vivir según los esquemas que la sustentan. Otra cosa muy distinta es si esos esquemas son buenos para la persona, si la liberan, o la merman, la limitan y la incapacitan para que se pueda desarrollar en todos sus aspectos. Supongo que ésta es la pelea de todas las épocas, es un ingrediente común en toda la historia de la humanidad: las fuerzas del maligno enfrentadas a la fuerza de Dios; el Espíritu contra el mundo; y como comentas, el Imperio contra el mensaje de Jesús. Y esa es nuestra responsabilidad: los que tenemos la gracia de ser conscientes -en la medida de nuestra posibilidades- de la mentira que nos quieren vender, somos los que no podemos cejar en el empeño de dar a conocer la grandeza del ser humano, esa grandeza a la que estamos todos llamados y que nos va a transportar a parámetros totalmente insospechados "antes de" nuestra experiencia de fe. "Ni ojo vio, ni oído oyó,...".

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