Después de tantos días de reformas en casa le queda a uno poco tiempo para escribir tras el trabajo y la limpieza constante y, a veces, inútil. La verdad es que me apetece contar cosas positivas y estas me las han inspirados mis dos hijos. El mayor tiene cuatro años y el pequeño cumplirá en breve uno. Viéndolos jugar y disfrutando de sus risas, se pasa mejor el totum revolutum en que se ha convertido mi casa la última semana. Pero ayer mismo, observando al pequeño recordé lo que la antropología biológica afirma del ser humano: la neotenia, es decir, el hecho de que rasgos fetales o infantiles se conserven en el adulto. Esa es la característica que identifica y diferencia al homo sapiens sapiens, que sigue siendo siempre un niño, y quizás sea eso lo único que nos pueda salvar: el niño que todos conservamos. Cuando vemos la risa limpia de un pequeñuelo, cuando percibimos su alegría espontánea, cuando nos bañamos en su gozo, estamos muy cerca, como dijo Jesús, del Reino de Dios.
Según dicen algunos antropólogos, el ser humano es un caso especial dentro del proceso evolutivo. En lugar de adaptarnos mejor al medio, nos hemos adaptado peor, lo podemos ver con algunos ejemplos. Somos la única entre las ciento noventa y tres especies de monos y simios que no tiene pelo. Esta circunstancia nos impide estar protegidos tanto del frío como del sol y hace que las posibilidades de supervivencia sean mínimas si nos exponemos a los meteoros habituales en la mayor parte del planeta. De otro lado resulta que nuestra capacidad sensorial es bastante reducida: ni poseemos buena vista, ni un gran olfato, ni un muy buen oído. Tampoco es que seamos un portento físico: ni muy rápidos, ni muy fuertes, somos incapaces de defendernos del ataque de cualquier animal mediano.
Entonces, qué ha pasado con la evolución en el caso del ser humano. La cuestión está en el feto: el feto humano nace siempre prematuro. Con cuarenta semanas de gestación, el bebé humano está aún sin formar de manera plena, de ahí que al primer año de vida se le conozca como el año extrauterino, porque el infante sigue desarrollándose como si aún estuviera en el seno materno. Necesita absolutamente todo lo que necesita en el útero: protección, calor, comida y cariño. Esta circunstancia puede compararse con el resto de animales. Si miramos los más cercanos, los simios o monos, vemos que el neonato tiene un periodo muy corto para poder ser autónomo, pero si nos fijamos en otras especies, prácticamente al nacer pueden ser independientes. En el caso del humano, la infancia se prolongara durante varios años, debido a que la maduración sexual es muy tardía y se abre un tiempo largo de aprendizaje. En primer lugar se aprende la posición erecta y la bipedación, después el lenguaje y seguidamente la conducta hasta dar lugar al adulto que puede formar parte plena del grupo humano.
La evolución ha hecho con el ser humano lo que no hizo con ningún otro animal, pero eso era precisamente lo que hacía falta para que apareciera un ser capaz de asumir el mundo como tal, de pensarlo, modificarlo y crearlo para bien y para mal. La neotenia humana es el vínculo entre el hombre y el mundo, debido a ella, el hombre es un animal de realidades (Zubiri), es capaz de asumir el mundo y recrearlo. Porque seguimos siendo niños, podemos aspirar a algo más que a una vida de rutina y despilfarro, podemos pensar en otro mundo como posible, podemos sentir que una sonrisa puede cambiar la existencia en esta vida.
1 comentario:
Cada uno tiene que hacerse lo que es. Y al mismo tiempo decidir lo que quiere ser. ¡Niño, a ver si te haces un hombre! ¿Qué pasa, que no lo es? Sí lo es, pero tiene que conquistar cada día lo que es y cada día decidir que quiere hacer con su vida. Somos hijos de nosotros mismos. Y, por tanto, responsables. Y solidarios. Hay muchas cosas en tu reflexión. Me ha gustado por lo bien fundamentada y por el alo de poesía que en ella aparece.
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