Según la Ley General de la Publicidad se considera publicidad engañosa “la publicidad que de cualquier manera, incluida su presentación, induce o puede inducir a error a sus destinatarios, pudiendo afectar a su comportamiento económico, o perjudicar o ser capaz de perjudicar a un competidor” (Art. 4.1). Este artículo de la susodicha ley, que existe aunque es dudosa su aplicación, no tiene ningún desperdicio, tanto por lo que dice como por lo que no dice. Veamos.
Por lo que dice, el artículo hace referencia al posible engaño o distorsión que puede introducir algún tipo de publicidad en el mercado, impidiendo el buen funcionamiento de la ley de oferta y demanda. Entiende el legislador que pueden darse casos en los que una presentación falsa del producta pueda inducir a su adquisición en detrimento de los competidores y eso estaría cometiendo un grave crimen contra el sacrosanto mercado. Interesa y mucho cómo la publicidad incide en el comportamiento económico del destinatario, porque de este se deriva que el mercado sea eficiente, de ahí la necesidad de regular la publicidad como un medio de hacer al mercado más transparente y eficaz en la asignación de recursos.
Pero lo que no dice es más importante aún. No entra la ley en el daño que pueda provocar en el destinatario mismo el verse convencido a la adquisición de un producto que quizás no necesite, pero al que se ha visto literalmente empujado por efecto de la publicidad engañosa. Tampoco nos dice nada sobre el perjuicio que pudiera causar en la economía del destinatario el adquirir productos virtualmente innecesarios y cuya adquisición le puede llevar a dedicar más tiempo del necesario a la consecución del dinero que le permita la compra. No está la ley preocupada por otra cosa sino por defender una sana competencia entre los oferentes de productos en un supuesto mercado equitativo, por eso insiste en la necesaria lealtad de los competidores y la fija en esa misma ley en el artículo 5: “se considera publicidad desleal toda aquella que muestre un comportamiento contrario a las exigencias de la buena fe”. Expresado así, queda muy en el aire, ¿qué es buena fe y qué un comportamiento contrario a ella? Resulta poco menos que irónico que en publicidad se hable de buena fe, cuando lo que pretende es precisamente convencer al comprador de cualquier modo para que adquiera el producto, sea por los medios que sea, es decir, con mala fe de principio. Bien entendemos que los que participan en un mercado necesitan fiarse unos de otros, de lo contrario llegarían a prácticas gansteriles o al puro dumping, en ambos casos se acaba con el mercado y sólo queda un oferente.
El gran problema de la publicidad en los últimos cincuenta años es que ha degenerado y se ha convertido toda ella en publicidad engañosa. Hasta tal punto es así que hay quien afirma (D. Quessada) que la publicidad es el sustituto de la filosofía en las sociedades postmodernas. Si la filosofía tenía la intención de conducir al hombre hasta la Bien desde el conocimiento de los objetos, la publicidad pretende llevar al consumidor hacia el Bien-Marca, desde los objetos-productos. El consumo de los productos nos lleva al cumplimiento de la felicidad en la Marca que sustituye ahora al Sol de Justicia que decía Platón, a la Idea de Bien.
Quizás más grave es que el proceso natural de la existencia material humana se ha desvirtuado. Antes el proceso seguía una lógica humana: primero se ve una necesidad, a continuación se produce para eliminarla y después viene la compra de lo producido. Ahora empezamos con la producción, se genera artificialmente la necesidad y se convence de la compra. Este es el cáncer del actual capitalismo que nos lleva al precipicio. Si empezáramos por cambiar el modelo y sustituir leyes obsoletas, llegaríamos antes a la solución de la crisis.
3 comentarios:
Toda publicidad es engañosa, plenamente de acuerdo. El mercado no solo crea necesidades, sino que una vez creada esta necesidad, resulta igualmente necesario renovarla cada poco tiempo, con lo que se genera un círculo de consumo inútil. El ordenador desde el que estoy escribiendo tiene tres años, cualquier purista pensará que está ya obsoleto. Hay que cambiarlo cada seis meses. Lo mismo el teléfono móvil. Desde teléfonica una operadora llama de vez en cuando a mi teléfono ofreciendo no sé qué modelos con no sé qué ventajas que no sé ni para que sirven. Un día comentando con un "entendido" lo que me estaban ofreciendo para modernizar mi teléfono móvil, me dijo que el que yo tenía era mejor que el que me ofrecian, con tantas e inútiles ventajas.
El planteamiento básico de esta sociedad, a mi juicio, es un tanto triste. A mí se me ocurre equipararlo con el ejemplo de una noria de agua. Los hombres, nuestro entendimiento, nuestro ser, nuestra capacidad de vivir —entendiéndola en su sentido más profundo—, debe ir a un ritmo adecuado, como una noria va acompasada al flujo de agua que recibe. Si la noria va muy lenta, el flujo de agua se desparrama y se pierde; de la misma manera, si el ser humano vive muy apalancado, no es capaz de poder recibir lo mínimo para poder ser llamado dignamente ser humano. Y si la noria va muy rápida, al girar de manera tan acelerada el agua no puede entrar en ella, se ve repelida por la misma noria. Es lo que ocurre en esas personas que viven tan aceleradamente, tan “a tope” que, desde el otro extremo, no se permiten ese poder descender a las profundidades de nuestra alma. Sólo cuando vamos al ritmo adecuado, al ritmo que pide la vida, sereno pero constante, podemos crecer verdaderamente como personas. Sólo cuando la noria gira al ritmo del agua, puede realmente ser empujada por ella; si va más lenta o más rápida por su motu propio, se perderá mucha agua. ¿Y no es esto lo que ocurre hoy en día? Como comentas en el post, para mantener esta economía de mercado, lo que se debe hacer es consumir y trabajar para poder consumir, y cuanto más consumamos y más trabajemos para poder hacerlo, mejor. Metidos en esa vorágine no hay tiempo para pensar — ¿pensar, qué es eso?—, para disfrutar de la vida, para vivir.
Hay un movimiento que reivindica " lo lento" slow-life": comida lenta, ciudades lentas,ritmo de vida lenta,que permita conectar con raices profundas. Esta especie de huida hacia delante, intentando dejar atrás el "horror vacui" es el nihilismo contemporaneo de nuestros días. Siempre hay un primer momento para volver a empezar. Recuperar la belleza de las cosas simples. Lo sabroso de la vida suele tener un "tempo lento". El verano, un buen tiempo de des-aceleración incluso de des conexión. ¡A disfrutar-lo !
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