Este modelo de deshacerse del excremento, según el patrón de la sociedad nazi, no es casual. Si hacemos caso a Hegel, existen tres actitudes existenciales básicas: la alemana, la francesa y la inglesa. La alemana expresa profundidad y conservadurismo, meticulosidad en el análisis y calma a la hora de realizar los procesos sociales. Por su parte, la actitud francesa es revolucionaria, impaciente, precipitada, eliminadora del excremento con celeridad, véase si no el extendido uso de la guillotina. La actitud inglesa es un término medio: por un lado análisis de las circunstancias y por otro búsqueda de los cambios necesarios. Si Alemania se identifica con la metafísica, Francia lo hace con la política e Inglaterra con la economía.
Pues bien, la Alemania nazi es el producto necesario de una actitud metafísica de análisis profundo de la realidad, de minuciosidad y hasta meticulosidad neurótica en la organización del modelo social y en la gestión del exceso excremental. Como dice Erica Jong, un pueblo capaz de construir esos inodoros es capaz de cualquier cosa. En los inodoros tradicionales alemanes, el excremento queda ante el sujeto, permitiendo su análisis e inspección, buscando quizás algún rastro de enfermedad. Cabría decir que el inodoro tradicional Alemán es el modelo del sistema de gestión para la eliminación de los presos en los campos de concentración.
Completando el conjunto, y siguiendo la explicación de Slavoj Zizek en El acoso de las fantasías, digamos que el inodoro francés, fiel reflejo del espíritu revolucionario de aquel pueblo, impide la inspección de las heces, perdiéndose de vista en cuanto estas llegan al agujero. El inodoro inglés es un término medio, permitiendo la visión pero no la inspección. Este último es el modelo que se ha extendido en los últimos tiempos, desplazando en nuestro país al francés. Es el modelo que mejor explica la gestión del exceso excremental de la sociedad postmoderna. Si de un lado hay cierto interés por la visión del excremento, una visión en ocasiones obscena, de otro se pretende la eliminación rápida del mismo, de modo que no quede ninguna secuela. Así lo vemos en la gestión de las catástrofes de todo tipo: durante un tiempo más o menos corto se muestran al público los aspectos más burdos posibles del dolor humano para, acto seguido, sumirlo en el olvido más inocente.
Lo mismo que sucede con las catástrofes acontece con los residuos que la sociedad del hiperconsumo genera por toneladas. Si nos fijamos, nuestras calles están llenas de recipientes bastante asépticos que nos permiten depositar nuestros residuos como si lo hiciéramos al ir al buzón de correos a enviar una carta. En algunas ciudades existe hasta un sistema neumático que elimina incluso el olor que puede delatar su uso. De esta manera nos creamos la ilusión de que no existen residuos o de que estos no tienen ningún efecto dañino sobre nuestro entorno. Basta con ir a los lugares donde se gestionan los residuos para comprender que allí únicamente se entierra lo antes posible nuestro excremento social y que ese enterramiento sólo persigue crear una falsa conciencia de inocencia en todos los que participamos en el consumo derrochador de recursos. Ahora bien, tan grave como esto es el modo de ocultar cómo el sistema productivo destruye los hábitats y las personas que son utilizados en su producción, sea el caso de los bosques tropicales para la producción de aceite de palma, o sea la destrucción sistemática de los recursos pesqueros. El sistema de gestión del exceso excremental en la sociedad tardocapitalista postmoderna funciona con el fin de ocultar el excremento una vez que se ha mostrado su uso, es decir, es la falsa conciencia de esta sociedad o la ideología en estado puro, como esas imágenes que nos venden sobre gestión saludable de los residuos.
1 comentario:
Sobre excrementos y sobre una sub-sociedad que, a falta de otra cosa, se alimenta de excrementos. En un país Centroamericano yo mismo presencié a miles de cuervos volando sobre un inmenso basurero, muy mal oliente, en el que había, me dijeron, unas 12.000 personas buscando allí comida. Prescindo de detalles. Yo me encontraba en lo alto del basurero, que estaba en un fondo. Saqué un pañuelo y me lo puse en la nariz y los que me acompañaban me dijeron que me quitara el pañuelo de la nariz, porque eso podía ofender a las personas que estaban abajo. Detrás, en medio, encima y, a veces, por debajo de tanto excremento hay personas tratadas como lo que no son. Y también tienen su dignidad: puestos a ponerse delante de ellos, mejor sin pañuelo en la nariz. El pañuelo lo reservamos para los que provocan la basura. Esos sí que huelen muy mal, aunque no se lo crean.
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