martes, 6 de julio de 2010

Mi filiación


Acaba de publicar en su web Antonio López Baeza un poema titulado Mi filiación, en el que expresa su ascendencia creyente y humana y la deuda contraída con tantos que le han precedido. Al leerlo solo podía expresar mi gratitud hacia él y mi deuda con su persona. Casi debería añadir, si es que tuviera tal atrevimiento, su nombre a la lista de padres que Antonio propone para convertir su poema en mío. Sé que él no tendrá ningún impedimento en que me apropie lo que tantas veces me ha ofrecido. Todos los que le conocemos sabemos de su generosidad y humildad. Con él siempre te sientes más grande de lo que nunca podrás llegar a ser tú mismo, y esa es su grandeza: hacer grandes a los demás con la demasía de su abrazo.
Reproduzco a continuación sus versos tomados de su web:

YO SOY hijo de Gandhi,
de la Declaración Universal de los Derechos Humanos,
de Juan XXIII y del Concilio Vaticano II,
de Mayo del 68
y de la Teología de la Liberación.
Yo soy hijo de la Utopía
que canta la supremacía del Amor,
sobre todas las ambiciones del poder.
Yo soy hijo de esa Esperanza que nunca muere
de que otro mundo mejor es posible,
y que dicho mundo nace en el corazón de todo hombre y mujer
que apuesta por la Libertad.
Yo sé que no puedo traicionar a mis padres,
y que he de hacer crecer su legado, tanto más
cuanto más se necesiten la Justicia y la Paz en este mundo.
Yo sé que dentro de mí hay algo que grita,
aunque yo calle;
que avanza, aunque yo retroceda;
que sigue mirando la luz
cuando todo es sombra a mi alrededor.
Yo sé que la semilla de mis padres es invicta;
y que, aunque no alcance a verlo con mis ojos,
por doquier está brotando la vida en abrazo;
por doquier, la Dignidad Humana, no cesa de poner la semilla
en las raíces de todas las injusticias y opresiones.
Yo me siento orgulloso de mis padres;
yo confío en que mis padres también lo estén de mí.

Yo soy hijo de Antonio. Así debería empezar un hipotético poema mío. Sé que esta declaración me puede acarrear problemas en la Iglesia de hoy, pero no puedo renunciar a mis padres, como tampoco renunciaré a mis hijos. He contraído una deuda inmensa con mis maestros que saldaré en mis alumnos. Entre los unos y los otros estoy y estaré siempre, porque yo también me siento orgulloso de mis padres y sólo conseguiré que ellos estén orgullosos de mí si mis hijos son dignos descendientes de tan magnífica herencia.

2 comentarios:

Martín dijo...

Precioso poema, que denota un corazón grande, capaz de resistir las tempestades, como casa construída sobre roca. Necesitamos profetas que sigan cantando la utopía, que recuerden la pureza del Evangelio. Enhorabuena a su autor y gracias a ti por reproducirlo.

Anónimo dijo...

ES MUY HERMOSO Y SENTIDO -

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