Por otro lado, ayer conocimos que Caja Madrid, entidad financiera que ha recibido 4.400 millones de euros del erario público debido a la mala gestión realizada por sus directivos, tenía pendiente pagar unos bonus a los mismos por valor de 25 millones de euros. La entidad, con buen criterio, ha creído que no era justo pagar bonus a quien ha llevado la empresa a las puertas de la quiebra y se ha negado a pagarlos. Aunque el amparo legal es que según la Unión Europea, una entidad financiera que recibe ayudas públicas no puede pagar bonus a sus directivos. Estos pobres directivos han puesto el grito en el cielo y han acudido a la legislación laboral, sí ya sé que no parecen trabajadores pero para esto lo son, y han reclamado lo que por justicia tienen pactado en su convenio con la empresa. Como la realidad no está exenta de cierta ironía, los mismos que quieren eliminar los convenios colectivos de sus trabajadores recurren a ellos para defender sus intereses. Y lo más probable es que la justicia acabe dándoles la razón, como ha sucedido en Gran Bretaña, donde los directivos de los bancos ayudados por el dinero público se han repartido en bonus la cantidad de 10.000 millones de euros. Sí, todo ese dinero por haber hundido sus empresas.
Una simple constatación moral haría repugnante todo esto. A los que hunden empresas se les paga bon bonus, mientras a los que sufren las consecuencias se les retiran las escasas ayudas y se les condiciona a estar disponible para cualquier cosa. Lo adecuado sería establecer una forma de recompensa adaptada a las condiciones, si esos directivos de bancos, como los de Caja Madrid, han dejado un agujero de 4.400 millones de euros que las arcas públicas tienen que rellenar, habría que aplicarles a los directivos, no unos bonus, sino unos malus equivalentes a esa cantidad. De esta manera, cada cual debería asumir la responsabilidad por sus actos. Esto es, al menos, lo que dice la teoría capitalista, esa que se enseña en los manuales de economía oficiales y con la que se desmontan las posibles alternativas al sistema. Pero cuando sucede la quiebra del modelo entonces los capitalistas se vuelven socialistas. Se socializan las pérdidas para que las paguemos todos y se privatizan los beneficios. Creo que aquí, más que de injusticia se trata de un problema de ineficacia. Si los que la hacen no la pagan la seguirán haciendo y los que sufren las consecuencias acabarán hartándose de ello y no sabemos dónde puede acabar esto.
3 comentarios:
Desgraciadamente hace tiempo que el trabajo ha dejado de ser un derecho. Peor aún, hace tiempo que ha dejado de ser una vocación y un servicio, para convertirse en algo hecho a desgana y con el menor esfuerzo posible. Eso sí, el cobrar se ha convertido en un derecho: todos quieren cobrar, cuanto más mejor. Justa o injustamente, legal o ilegalemente. Lo que importa es cobrar. Cuando estos cobros alcanzan los niveles de esos bancarios (en la banca se distingue entre bancarios -los trabajadores- y banqueros -los propietarios), la cosa resulta tan escandalosa, que uno se queda sin calificativos.
La falta de imaginación, que dijera Alba Rico, provocada sobre todo por medio de la televisión, permite que se viva esta normalidad canallesca en donde el parado es considerado un holgazán, un cafiche del estado, y a los directivos se le bonifique el robo de cantidades, por cierto, inimaginables. Si podemos cambiar tan fácilmente de móvil, si podemos ir cada día al trabajo, es porque sufrimos de una incapacidad agnósica para representarnos moral y políticamente la conexiones de este mundo. Nuestra "normalidad" es nuestra misieria, el trabajo es nuestra miseria, porque, en línea con lo que dice Martín, a la guerra contra el hombre hoy le llaman trabajo. Gracias Bernardo por hacer visibles las conexiones, por establecer esas representaciones que sanan y mantienen encendida nuestra imaginación.
René
Querido René, hemos de mantenernos firmes en la conciencia crítica contra esta organización del mundo. Mientras exista gente como tú será fácil mantener viva la llama crítica.
Un abrazo
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