Sin embargo, sí que existe un Norte olvidado, el Gran Norte, el Ártico. Él sí está sufriendo en silencio las consecuencias de un disparate social y económico llamado capitalismo. Allí se multiplican los efectos de un modelo despilfarrador y dilapidador de recursos sin parangón en la historia. El aumento de los gases de efecto invernadero, a pesar de la crisis, la relajación en los últimos cuatro años en las medidas de control sobre residuos, la progresiva disminución de la capacidad del océano para absorber la contaminación, el aumento de la presión ecológica sobre los ríos y aguas subterráneas... Todo esto, y más elementos que podrían unirse a este rosario infame de daños al medio natural, está consiguiendo la progresiva pero inexorable desaparición de los hielos perpetuos del Ártico. Y lo peor, quizás, es que con la excusa de la crisis ya no prestamos atención al problema. Este año hemos llegado en septiembre al mínimo histórico de la extensión de hielo, 4,1 millones de Km cuadrados, sobrepasando así el mínimo de 2007 en 0,3 millones. A este dato hay que unir también el de la reducción del espesor del hielo. Todo esto nos dice que en pocas décadas, si no en una sola, habrá desaparecido el hielo por completo en verano y esto tendrá, está teniendo, consecuencias de extrema gravedad para el planeta.
La primera consecuencia es la pérdida de la segunda mayor masa de hielo del planeta y por lo tanto de una refrigeración natural que atempera el clima y mantiene estable su circulación planetaria. Seguidamente, en orden de importancia, la modificación de las corrientes oceánicas que transportan el frío por todo el planeta y con él los nutrientes del fondo marino. Hay que saber que el agua fría se hunde y saca del fondo nutrientes que, al aflorarlos a la superficie producen un estallido de vida animal, como en las islas Galápagos, el sur de África o el Índico. Esta renovación de la vida marina repercute tanto en la vida terrestre como en el propio clima del planeta en su conjunto. Las corrientes frías moderan las temperaturas de lugares cálidos, como la costa africana. Sin estas corrientes toda África sería un desierto, toda África, parte de América del Sur, Australia y, atención, Europa occidental, entre ellos España. Sí, nuestra querida España necesita de las corrientes frías que emergen en las costas atlánticas, aportando lluvias, y grandes cantidades de nutrientes, opíparamente degustados luego en las mesas en forma de centollos, percebes o cigalas.
No queremos verlo, nos hemos puesto una venda en los ojos para mirar el corto plazo de nuestra propia crisis, cuando la verdadera y única crisis es la que nos puede dejar sin lugar donde vivir, sin nuestra casa en el Universo. Así de grave es la situación y no se ve que estemos haciendo lomínimo para evitar lo peor. No nos olvidemos de ese Norte que es nuestro escudo protector contra la destrucción planetaria.
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