Quizás estemos ante una de las situaciones de injusticia mayor de toda la historia por la cantidad y por la calidad de la misma. Hoy se hace muy difícil vivir con la conciencia lastrada por tantas injusticias. Por eso, la redención de cautivos, ayer y hoy, es una obra caritativa de primer
orden, pues el cautiverio no es el orden natural del ser humano en este mundo,
aunque sí sea el orden habitual de una parte de la humanidad bastante
considerable desde que surgen las grandes civilizaciones hace aproximadamente 5.000
años. El cautiverio fue un instrumento para obtener diversidad reproductiva en
los clanes paleolíticos o para conseguir monedas de cambio con otros grupos.
Pero fue durante la constitución de las grandes civilizaciones cuando la
cautividad empezó a ser utilizada para la obtención de mano de obra. Todos los
imperios han necesitado de esta estrategia para generar suficiente mano de obra
cuando en sus propias poblaciones no era posible encontrarla, sea porque la
escasez de la misma empujaba a su búsqueda allende las fronteras, sea porque la
penuria de los trabajos a realizar exigiera de prudencia a la hora del uso de
los propios habitantes y aconsejara el uso de otros seres humanos para ello. Así, la cautividad fue utilizada en
todos los imperios para proveer de mano de obra esclava para la realización de
las tareas gravosas o bien para la simple y pura reproducción material del
imperio. La guerra era el medio habitual para conseguir esta mano de obra,
aunque el sistema de endeudamiento también cubría una parte de esta necesidad.
Lo vemos en el Imperio romano, pero también lo podemos ver en el surgimiento de
la sociedad moderna, cuando el comercio de esclavos será la garantía del
rendimiento de las tierras del Nuevo Mundo y de las bolsas de valores del Viejo.
Sin embargo, la cautividad moderna no surge en el Imperio
británico u holandés, sino en la Hispania cristiano-mulsumana de los siglos XI
y XII, cuando la frontera entre dos civilizaciones que pueden considerarse antagónicas
se halla en el mismo territorio, con una porosidad suficiente como para
permitir la rafia que da como fruto el que otros
seres humanos puedan ser utilizados para los trabajos que los propios no
aceptarían de buen grado. El moro no
tenía la misma dignidad que el cristiano y podía ser sometido a trabajos tan
necesarios y penosos como las galeras (Henares
2010, 107), o bien para la atención en los hospitales de la Orden de Santiago
en el camino de Santiago, trabajo peligroso por la posibilidad de contagio de
las enfermedades de los pacientes (Echeverría
2007, 465). Entendemos que en el lado musulmán se daba la recíproca, pues las
necesidades serían muy probablemente las mismas, aunque parece más documentado
su interés pecuniario por el cautivo, antes que la necesidad de mano de obra.
Las primeras cruzadas aportarían suficiente material para este nuevo mercado y
serían la excusa perfecta para que la industria se extendiera por todo el
mediterráneo, en ambas orillas, sin distinción de credos.
En el mundo actual vemos un patrón similar de comportamiento
al no haber cambiado las circunstancias. Seguimos viviendo bajo el dominio de
un Imperio, ahora el Imperio Global Posmoderno (Pérez
Andreo 2011), que requiere de mano de obra barata, incluso esclava, para
mantener las industrias que los habitantes del mismo no harían si no fueran
forzados. O bien, para proveer de material humano suficiente para satisfacer
mercados en alza como la prostitución, adulta o infantil, y el comercio de
órganos para transplantes, amén de cobayas para experimentos peligrosos que de
otra forma no sería posible cubrir para el avance de la ciencia y mayor gloria
bursátil de las empresas punturas tecnológicas que buscan cómo hacer del ser
humano un ser ilimitado e inmortal, a la par que inmoral. Las nuevas
cautividades se parecen demasiado a las viejas, pues la naturaleza de los
imperios no ha cambiado desde hace 5.000 años, aunque vemos un cambio en la
morfología. Donde antes había cautivos en galeras, hoy tenemos niños amarrados
a los telares que producen la ropa que vestimos; donde ayer se atendía en los
hospitales del camino de Santiago, hoy se donan
órganos para la mejora de la calidad de vida de los habitantes del Imperio;
donde un de dey colmaba su harén con
cautivas cristianas (Torreblanca
1999, 213), hoy se proporcionan servicios completos
de acompañamiento para businessmen,
con una amplia carta de edad, sexo y condición. Las nuevas cautividades son tan
viejas como los imperios, aunque hoy, gracias a la conciencia moderna, sean más
sangrantes y dolorosas. Por eso, el Papa Francisco ha hecho un llamado a acabar
con estas cautividades que claman al cielo y a la conciencia de cualquier ser
humano decente.
Echeverría (2007): A.
Echeverría Arsuaga. Esclavos musulmanes en los hospitales de cautivos de la
Orden Militar de Santiago (Siglos XII y XIII), Al-Qantar XXVIII-2 (Julio-Diciembre 2007): 465-488.
Henares (2010):
F. Henares Díaz. Cartagena-Argel: una redención de cautivos en 1713.
Trinitarios y Mercedarios en Berbería, Carthaginensia
26 (2010): 107-131.
Pérez Andreo (2011):
B. Pérez Andreo. Un mundo en quiebra. De
la globalización a otro mundo (im)posible. Madrid.
Torreblanca Roldán
(1999): Mª. D. Torreblanca Roldán, “Redención de cautivos en la época de Felipe
II”, en J. L. Pereira y J. M. González (Eds.), Felipe II y su tiempo. Actas de la V reunión centífica de la Asociación
de Historia Moderna, Vol. I, 211-217. Cádiz.
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