lunes, 20 de noviembre de 2017

Nuevas cautividades en un mundo viejo

Quizás estemos ante una de las situaciones de injusticia mayor de toda la historia por la cantidad y por la calidad de la misma. Hoy se hace muy difícil vivir con la conciencia lastrada por tantas injusticias. Por eso, la redención de cautivos, ayer y hoy, es una obra caritativa de primer orden, pues el cautiverio no es el orden natural del ser humano en este mundo, aunque sí sea el orden habitual de una parte de la humanidad bastante considerable desde que surgen las grandes civilizaciones hace aproximadamente 5.000 años. El cautiverio fue un instrumento para obtener diversidad reproductiva en los clanes paleolíticos o para conseguir monedas de cambio con otros grupos. Pero fue durante la constitución de las grandes civilizaciones cuando la cautividad empezó a ser utilizada para la obtención de mano de obra. Todos los imperios han necesitado de esta estrategia para generar suficiente mano de obra cuando en sus propias poblaciones no era posible encontrarla, sea porque la escasez de la misma empujaba a su búsqueda allende las fronteras, sea porque la penuria de los trabajos a realizar exigiera de prudencia a la hora del uso de los propios habitantes y aconsejara el uso de otros seres humanos para ello. Así, la cautividad fue utilizada en todos los imperios para proveer de mano de obra esclava para la realización de las tareas gravosas o bien para la simple y pura reproducción material del imperio. La guerra era el medio habitual para conseguir esta mano de obra, aunque el sistema de endeudamiento también cubría una parte de esta necesidad. Lo vemos en el Imperio romano, pero también lo podemos ver en el surgimiento de la sociedad moderna, cuando el comercio de esclavos será la garantía del rendimiento de las tierras del Nuevo Mundo y de las bolsas de valores del Viejo.


Sin embargo, la cautividad moderna no surge en el Imperio británico u holandés, sino en la Hispania cristiano-mulsumana de los siglos XI y XII, cuando la frontera entre dos civilizaciones que pueden considerarse antagónicas se halla en el mismo territorio, con una porosidad suficiente como para permitir la rafia que da como fruto el que otros seres humanos puedan ser utilizados para los trabajos que los propios no aceptarían de buen grado. El moro no tenía la misma dignidad que el cristiano y podía ser sometido a trabajos tan necesarios y penosos como las galeras (Henares 2010, 107), o bien para la atención en los hospitales de la Orden de Santiago en el camino de Santiago, trabajo peligroso por la posibilidad de contagio de las enfermedades de los pacientes (Echeverría 2007, 465). Entendemos que en el lado musulmán se daba la recíproca, pues las necesidades serían muy probablemente las mismas, aunque parece más documentado su interés pecuniario por el cautivo, antes que la necesidad de mano de obra. Las primeras cruzadas aportarían suficiente material para este nuevo mercado y serían la excusa perfecta para que la industria se extendiera por todo el mediterráneo, en ambas orillas, sin distinción de credos.


En el mundo actual vemos un patrón similar de comportamiento al no haber cambiado las circunstancias. Seguimos viviendo bajo el dominio de un Imperio, ahora el Imperio Global Posmoderno (Pérez Andreo 2011), que requiere de mano de obra barata, incluso esclava, para mantener las industrias que los habitantes del mismo no harían si no fueran forzados. O bien, para proveer de material humano suficiente para satisfacer mercados en alza como la prostitución, adulta o infantil, y el comercio de órganos para transplantes, amén de cobayas para experimentos peligrosos que de otra forma no sería posible cubrir para el avance de la ciencia y mayor gloria bursátil de las empresas punturas tecnológicas que buscan cómo hacer del ser humano un ser ilimitado e inmortal, a la par que inmoral. Las nuevas cautividades se parecen demasiado a las viejas, pues la naturaleza de los imperios no ha cambiado desde hace 5.000 años, aunque vemos un cambio en la morfología. Donde antes había cautivos en galeras, hoy tenemos niños amarrados a los telares que producen la ropa que vestimos; donde ayer se atendía en los hospitales del camino de Santiago, hoy se donan órganos para la mejora de la calidad de vida de los habitantes del Imperio; donde un de dey colmaba su harén con cautivas cristianas (Torreblanca 1999, 213), hoy se proporcionan servicios completos de acompañamiento para businessmen, con una amplia carta de edad, sexo y condición. Las nuevas cautividades son tan viejas como los imperios, aunque hoy, gracias a la conciencia moderna, sean más sangrantes y dolorosas. Por eso, el Papa Francisco ha hecho un llamado a acabar con estas cautividades que claman al cielo y a la conciencia de cualquier ser humano decente.


Echeverría (2007): A. Echeverría Arsuaga. Esclavos musulmanes en los hospitales de cautivos de la Orden Militar de Santiago (Siglos XII y XIII), Al-Qantar XXVIII-2 (Julio-Diciembre 2007): 465-488.
Henares (2010): F. Henares Díaz. Cartagena-Argel: una redención de cautivos en 1713. Trinitarios y Mercedarios en Berbería, Carthaginensia 26 (2010): 107-131.
Pérez Andreo (2011): B. Pérez Andreo. Un mundo en quiebra. De la globalización a otro mundo (im)posible. Madrid.
Torreblanca Roldán (1999): Mª. D. Torreblanca Roldán, “Redención de cautivos en la época de Felipe II”, en J. L. Pereira y J. M. González (Eds.), Felipe II y su tiempo. Actas de la V reunión centífica de la Asociación de Historia Moderna, Vol. I, 211-217. Cádiz.

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