viernes, 30 de noviembre de 2012

Una historia verdadera

I.B. Marqués de los Vélez
Lo recuerdo bien, demasiado bien como para dudar de su veracidad. Corría el año 1986. Yo era un chaval que pululaba por los pasillos de un instituto de bachillerato recién estrenado, donde todo estaba por hacer. En segundo de B.U.P., algunos empezamos a organizarnos. Retomamos la labor de editar la revista del Instituto, formamos un comité que sería el embrión del Sindicato de Estudiantes, creamos un premio literario para azuzar la creación artística y pusimos en funcionamiento un ciclo de cine forum en Super 8 para reunir al mayor número de alumnos alrededor de una buena peli. El alba de la propia vida parecía despuntar y por fin, aquellas necesidades interiores se cumplían.


Todo esto fue alentado por unos profesores que supieron empujar sin arrollar el espíritu juvenil, e hicieron de la experiencia en un centro de estudios algo más que la mera transmisión de conocimientos. Antes de que la nueva jerga pedagógica se impusiera, aquellos verdaderos maestros la ponían en práctica sin necesidad de ninguna elaboración teórica. Nosotros, jóvenes de los ochenta, lo aprendimos por nosotros mismos. Por eso, porque veíamos la posibilidad de crecer y de cambiar el mundo, podíamos comprometernos con nuestro entorno inmediato para buscar un sentido más allá de lo dado. El centro de estudios no era, al menos yo no lo vivía así, un lugar para buscar la promoción laboral y conseguir altos ingresos que nos permitieran vivir holgadamente. Entre nosotros, al menos entre los que nos movíamos, la idea era mejorar el mundo y a nosotros mismos en el proceso. Queríamos construir una realidad que fuera mejor que la que teníamos y lo queríamos para todos.

En aquellas fechas fue cuando llegó Blade Runner. La idea de visionar la película partió de los profesores, jóvenes, del departamento de matemáticas. Pensándolo ahora creo que sería por la cuestión de la identidad personal y la posibilidad de un mundo donde la informatización ocupara todos los ámbitos de la existencia, pero es una suposición, nunca más los he vuelto a ver. El visionado se hizo en la biblioteca del centro, en una televisión con vídeo VHS. No disponíamos aún de proyector ni de una sala apropiada. Recuerdo que llegué tarde aquel miércoles de actividades extracurriculares. Me tuve que situar al final de una sala atestada. Todos los espacios estaban saturados: las sillas, el suelo, las mesas en los laterales, incluso detrás de la propia pantalla había alumnos. Todos en silencio, concentrando nuestra atención visual par poder deducir lo que había en la pantalla. No, no recuerdo nada de la película en aquel día, todos mis recuerdos de la misma son posteriores, pero sí se me quedó gravado, como a fuego, dos sensaciones, impresiones o ideas. La primera, que la ilusión por vivir es superior a los impedimentos de la vida misma; segunda, que el mundo sería muy feo de no hacer nada para remediarlo.

Dentro del campo semántico Blade Runner, en mí está incluida la necesidad del compromiso y la búsqueda de un mundo mejor. Aunque eso no pueda sustanciarse del film, en mi experiencia personal está asociado y eso es lo que en mí "salva" a Blade Runner. La salvación puede vivirse en cualquier realidad humana, a partir de cualquier experiencia, dentro de cualquier circunstancia. Esto es lo que significa para mí Blade Runner, independientemente de lo que digamos hoy en la Mesa, e independientemente de lo que una crítica de cine avisada pueda decir. En mí nada cambiará ese significado, pues está unido de forma indeleble a mi persona. El día de la resurrección de los muertos, Blade Runner resucitará conmigo.

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