viernes, 8 de marzo de 2013

¡Zas!, en toda la boca.

En medio del fragor de la batalla mediática por hacernos comulgar con ruedas de molino, llegan los datos y ¡zas!, en toda la boca. Basta con hacer un pequeño repaso por los datos que ofrecen tanto el Instituto Nacional de Estadística o el Banco de España, sobre todo si esos datos han sido debidamente procesados por especialistas de la calidad y enjundia de los que ofrece FUNCAS, Fundación de las Cajas de Ahorro, nada sospechosa de tintes revolucionarios.
Los datos lo dicen a las claras, sobre todo si miramos la distribución funcional de la renta en España en  los años que llevamos de crisis. Hay que decir que la distribución funcional de la renta, en términos sencillos, establece la distribucion de lo que la actividad económica produce, es decir, mide proporción de la renta nacional bruta que se llevan las tres partes fundamentales: empresarios, asalariados y administración mediante impuestos.

La distribución de la renta en España ha venido siendo estable desde que llegara la democracia, con un leve aumento de las rentas de explotación, empresariales, y una leve disminución de las rentas salariales hasta 2007. En concreto, durante los 30 años anteriores, la renta bruta de los salarios suponía el 50% en términos promedios. La renta empresarial o excedente bruto de explotación, como se llama técnicamente, el 40% del total. Y el Estado percibía entorno al 10%. Este sistema de distribución permanecía estable desde los famosos Pactos de la Moncloa, por los que los trabajadores y los empresarios llegaron a un acuerdo con las fuerzas políticas para mantener este modelo estable, a pesar de los vaivenes de la economía. Cuando venían mal dadas, todos se apretaban el cinturón, pero más los que más tenían, manteniendo la distribución de la renta similar. Esto produjo que el modelo de Estado Social, aunque con muchas carencias, se mantuviera más o menos estable durante tres decenios. Otra cosa distinta es lo que sucede ahora.


Como se ve en los gráficos, desde 2008, año de comienzo en España de la crisis, las rentas salariales han pasado de suponer un 49% a obtener el 44% de la renta nacional. Las rentas empresariales, por su parte, han pasado de ser casi el 42 a superar el 46%. Dicho de otro modo, mientras los asalariados han perdido un 10% de renta, los empresarios han ganado ese mismo 10%, lo cual implica una transferencia neta de rentas desde los trabajadores a los empresarios. Aquí está el meollo de toda la crisis. No se trata de una crisis económica real, sino que el problema es el modo cómo se está intentando resolver un problema que estaba y está en el ámbito financiero. La solución del gobierno anterior, pero especialmente el actual, es que los trabajadores paguen los problemas del sector financiero y para eso reduzcan su participación en la renta nacional. Se trata, al fin, de una cuestión ideológica y no económica. Una parte de la sociedad, la élite pudiente, impone sus medidas para que otra parte de la sociedad, la masa trabajadora, pierda los derechos conseguidos después de muchos años de esfuerzo.

No estamos ante una crisis económica, sino ante una crisis ideológica. Hay unos que saben muy bien lo que hay que hacer y lo imponen mediante la política, la fuerza pública y los medios de comunicación. Hay otros que no tienen ni puñetera idea de lo que está pasando, que reciben tortas por todos sitios y que, además, culpan a los que podrían ayudarles de ser parte del problema. Los que ostentan el poder disponen de todos los medios para seguir haciéndolo, los que no se someten. Pero si la mayoría social que padece las supuestas soluciones tomara conciencia de que esto es una gran mentira cometida contra ellos, entonces, quizás, se rebelarían de forma radical contra esta gran falacia.

Hay soluciones porque hay renta, hay producción, España genera casi la misma riqueza que antes de la supuesta crisis, pero las élites económicas ahora se quedan con mayor parte del pastel que antes, de ahí el sufrimiento del pueblo. Si dejáramos de ver el parte de guerra diario de las élites y empezáramos a buscar la verdad, otro gallo nos cantaría, porque los datos no mienten y con ellos es posible abrir las mentes de muchos y cerrar las bocas de algunos.

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