miércoles, 16 de octubre de 2013

Francisco, la fraternidad minorada contra el sistema.

(Extracto de No podéis servir a dos amos. Crisis del mundo, crisis en la Iglesia, Herder, Barcelona 2013, páginas 120-125).
Francisco “fue un enamorado. Un enamorado de Dios, y también un enamorado de los hombres (cosa que encierra, probablemente, una vocación mística todavía más singular). Un enamorado de los hombres es casi lo contrario de un filántropo”[1], con estas palabras se refiere Chesterton al trovador de Asís. Fue un enamorado tanto de Dios como de los hombres y cabría decir que lo uno por lo otro y viceversa, pero lo que no fue de ninguna manera es un filántropo. Su amor por el hombre no es un amor genérico, a la humanidad. Como tampoco su amor a Dios es un amor a la divinidad. El amor siempre ha de ser concreto, a algo o alguien. Francisco ama a Dios en los seres creados y ama a los hombres por sí mismos, viendo en ellos un trasunto de Dios. Ese amor concreto a los seres creados es el fundamento de su fraternidad. Ser hermano de todo lo que existe es una constitución básica de Francisco, la fraternidad es su esencia.
La fraternidad sólo puede vivirse en comunidad. El hombre que quiere amar a sus hermanos debe hacerlo a partir de un ámbito compartido en el que los hombres puedan sentirse hermanos del mundo y entre ellos. Lo contrario sería caer en la famosa filantropía que no es sino un sentimiento burgués de pena por el ser humano que no ha tenido la misma fortuna en la vida. Filántropo puede ser un rico vendedor de telas que con las sobras alimenta a los hambrientos que produce el sistema económico que engorda sus arcas. Pero un enamorado como Francisco no puede ser filántropo sino hermano con todas las consecuencias.


Todo lo existente es fruto del amor de Dios y todos los seres son sus hijos y por tanto hermanos. Para vivir esto es necesario crear los vínculos sociales adecuados. Sólo apartándose de los hombres, en primer lugar, podrá luego volver a ellos como el hermano universal. Así, podrá crear una comunidad fraterna que no reproduzca los vicios de la sociedad segregacionista que los vio nacer. Una comunidad unida por el vínculo del amor y de la renuncia. Sólo renunciando a todo se puede poseer lo verdadero. Esa renuncia le lleva a la posesión de lo más valioso: el ser hermano menor del mundo. Y aquí la minoridad no es menos importante que la hermandad, porque no es extraño que se creen comunidades fraternas donde los títulos se conviertan en nuevos estamentos sociales: fray, sor, padre. Es importante no olvidar las palabras del Evangelio: “a nadie llaméis padre ni jefe… el que se ensalce será humillado” (Mt 23, 9-11). La tendencia natural de los grupos humanos es crear estructuras que reproducen el pecado del mundo, introduciendo diferencias entre los miembros que no tienen que ver con la fraternidad que se propugna. Francisco era muy consciente de esto y nunca quiso que sus hermanos aceptaran distinciones, llamándose simplemente hermanos menores.

El orden actual del mundo debe ser calificado como un orden injusto que provoca el sufrimiento de inmensas mayorías y el equivocado disfrute de una pequeña minoría. La mal llamada Globalización supone lo uno y lo otro a la vez. Se globaliza el sufrimiento y se localiza el goce obsceno de las riquezas. Es un proceso dialéctico por el que unos tienen lo que otros pierden; unos necesitan lo que a otros les sobra. La riqueza se engendra a partir del empobrecimiento y este es fruto de la acumulación exagerada de recursos. Según nos recordaba hace dos años Benedicto XVI[2], hay en el mundo suficiente para que todos podamos vivir dignamente, pero el injusto reparto de las riquezas hace que unos sufran carencias materiales y otros morales. Pero esta perspectiva no relaciona la pobreza con el deterioro medioambiental. Es necesario aclarar que no es un modelo injusto de reparto, sino que es un modelo injusto de producción. Aunque cambiara el reparto de la riqueza el modelo seguiría siendo injusto, porque el modelo productivo es inmoral desde todo punto de vista. En primer lugar porque no tiene en cuenta los límites ecológicos del planeta y produce hasta la destrucción. Pensemos en lo que hacen empresas como Ikea con las selvas vírgenes. Pero, en segundo lugar, no tiene en cuenta la dignidad humana en el proceso productivo. De nada serviría repartir la riqueza producida por Nike con mano de obra infantil. Lo justo sería que dejara de producir en esas condiciones y después hablaríamos del reparto.

He aquí que una justa producción nos llevaría a un justo reparto, porque el modelo de producción debería tener en cuenta la dignidad humana. El ser humano no es una pieza más del proceso productivo. De los factores que intervienen en la producción: capital, recursos y trabajo, este último, el ser humano, es el más importante. El sistema productivo debería estar orientado al ser humano, a satisfacer sus necesidades materiales y espirituales, teniendo presente los límites ecológicos. El capital sólo debe ser un instrumento para conseguir este objetivo. Pero en el Capitalismo, el instrumento se ha tornado un fin en sí mismo. Ha tomado las riendas del proceso y ha subyugado a la naturaleza y al ser humano, sobre todo en los estertores del Capitalismo, el capital financiero, con las catastróficas consecuencias que hemos observado en estos últimos tiempos.

Estamos en condición de afirmar que la fraternidad de hermanos menores implica la tensión dialéctica con un mundo poseído por la injusticia y la depredación. Ser hermanos lleva a compartir todo con todos y ser menores lleva a renunciar a lo que justamente se debería poseer. Ser hermano universal y ser el menor de todos implica la renuncia a toda posesión y vivir a la expectativa del don caritativo del otro. La mendicidad que califica a las órdenes nacidas en el siglo XIII tenía primariamente un carácter de oposición al orden social existente del que la Iglesia también se beneficiaba. Como nos recuerda M. D. Chenu en su Santo Tomás de Aquino y la teología, “hacer voto de mendicidad quiere decir, en el siglo XIII, rechazar categórica, institucional y económicamente el régimen feudal”[5]. Este rechazo del régimen socioeconómico del tiempo aquel implica el rechazo del régimen actual: el Capitalismo. La fraternidad minorada implica la destrucción del modelo devorador del ser humano. La mendicidad puede hoy ser traducida como austeridad extrema y renuncia a los beneficios de un modelo económico homicida y ecocida. El franciscanismo puede aportar, con enorme valor, un modelo de relación social basado en las relaciones de igualdad fraterna y de austeridad solidaria con los sufrimientos de los pobres y de la tierra.

Hay un episodio muy conocido de la vida de Francisco. Cuando su padre le reclamó las posesiones que él tenía, Francisco le devolvió todo, hasta las ropas que llevaba y que habían sido elaboradas en un modo de producción que reducía las personas a instrumentos de obtención de riqueza. No quiso poseer aquello que se había obtenido injustamente y que el Evangelio reprobaba con tanta fuerza. Francisco fue coherente consigo mismo y con el Evangelio, dando así un modelo diferente de relación social, “la opción social de su pobreza se sitúa totalmente en el plano de una reacción contra todas las formas de abuso y sobro todo contra aquellas que, por herir a los más humildes, a través de ellos alcanza al mismo Cristo”[6].





[1] Gilbert K. Chesterton, San Francisco de Asís, Juventud, Barcelona 2004, 11.
[2] Benedicto XVI, Discurso al cuerpo diplomático acreditado ante la Santa Sede, (9 enero 2006).
[3] Naomi Klein, La doctrina del shock. El auge del Capitalismo del desastre, Paidós, Barcelona 2007. Es altamente recomendable la lectura del capítulo 2 donde cuenta cómo se llevó a cabo la implantación mundial de las doctrinas de Milton Friedman. Sólo con mucha sangre se puede imponer el mal.
[4] José Antonio Merino, Francisco de Asís…, 151.
[5] N. Fabbretti, “Francisco, evangelismo y comunidades populares” en Concilium 169 (1981), 353.
[6] M. Mollat, “La pobreza de Francisco: opción cristiana y social” en Concilium 169 (1981), 341.

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