(Extracto de No podéis servir a dos amos. Crisis del mundo, crisis en la Iglesia, Herder, Barcelona 2013, páginas 120-125).
Francisco
“fue un enamorado. Un enamorado de Dios, y también un enamorado de los hombres
(cosa que encierra, probablemente, una vocación mística todavía más singular).
Un enamorado de los hombres es casi lo contrario de un filántropo”[1],
con estas palabras se refiere Chesterton al trovador de Asís. Fue un enamorado
tanto de Dios como de los hombres y cabría decir que lo uno por lo otro y
viceversa, pero lo que no fue de ninguna manera es un filántropo. Su amor por el hombre no es un amor genérico, a la humanidad.
Como tampoco su amor a Dios es un amor a la divinidad. El amor siempre ha de
ser concreto, a algo o alguien. Francisco ama a Dios en los seres creados y ama
a los hombres por sí mismos, viendo en ellos un trasunto de Dios. Ese amor
concreto a los seres creados es el fundamento de su fraternidad. Ser hermano de
todo lo que existe es una constitución básica de Francisco, la fraternidad es
su esencia.
La
fraternidad sólo puede vivirse en comunidad. El hombre que quiere amar a sus
hermanos debe hacerlo a partir de un ámbito compartido en el que los hombres
puedan sentirse hermanos del mundo y entre ellos. Lo contrario sería caer en la
famosa filantropía que no es sino un sentimiento burgués de pena por el ser
humano que no ha tenido la misma fortuna en la vida. Filántropo puede ser un
rico vendedor de telas que con las sobras alimenta a los hambrientos que
produce el sistema económico que engorda sus arcas. Pero un enamorado como
Francisco no puede ser filántropo sino hermano con todas las consecuencias.
Todo lo
existente es fruto del amor de Dios y todos los seres son sus hijos y por tanto
hermanos. Para vivir esto es necesario crear los vínculos sociales adecuados.
Sólo apartándose de los hombres, en primer lugar, podrá luego volver a ellos
como el hermano universal. Así, podrá crear una comunidad fraterna que no
reproduzca los vicios de la sociedad segregacionista que los vio nacer. Una
comunidad unida por el vínculo del amor y de la renuncia. Sólo renunciando a
todo se puede poseer lo verdadero. Esa renuncia le lleva a la posesión de lo
más valioso: el ser hermano menor del mundo. Y aquí la minoridad no es menos
importante que la hermandad, porque no es extraño que se creen comunidades
fraternas donde los títulos se conviertan en nuevos estamentos sociales: fray, sor, padre. Es importante
no olvidar las palabras del Evangelio: “a nadie llaméis padre ni jefe… el que
se ensalce será humillado” (Mt 23, 9-11). La tendencia natural de los grupos
humanos es crear estructuras que reproducen el pecado del mundo, introduciendo
diferencias entre los miembros que no tienen que ver con la fraternidad que se
propugna. Francisco era muy consciente de esto y nunca quiso que sus hermanos
aceptaran distinciones, llamándose simplemente hermanos menores.
El orden
actual del mundo debe ser calificado como un orden injusto que provoca el
sufrimiento de inmensas mayorías y el equivocado disfrute de una pequeña
minoría. La mal llamada Globalización supone lo uno y lo otro a la vez. Se
globaliza el sufrimiento y se localiza el goce obsceno de las riquezas. Es un
proceso dialéctico por el que unos tienen lo que otros pierden; unos necesitan
lo que a otros les sobra. La riqueza se engendra a partir del empobrecimiento y
este es fruto de la acumulación exagerada de recursos. Según nos recordaba hace
dos años Benedicto XVI[2],
hay en el mundo suficiente para que todos podamos vivir dignamente, pero el
injusto reparto de las riquezas hace que unos sufran carencias materiales y
otros morales. Pero esta perspectiva no relaciona la pobreza con el deterioro
medioambiental. Es necesario aclarar que no es un modelo injusto de reparto,
sino que es un modelo injusto de producción. Aunque cambiara el reparto de la
riqueza el modelo seguiría siendo injusto, porque el modelo productivo es
inmoral desde todo punto de vista. En primer lugar porque no tiene en cuenta
los límites ecológicos del planeta y produce hasta la destrucción. Pensemos en
lo que hacen empresas como Ikea con las selvas vírgenes. Pero, en segundo
lugar, no tiene en cuenta la dignidad humana en el proceso productivo. De nada
serviría repartir la riqueza producida por Nike con mano de obra infantil. Lo
justo sería que dejara de producir en esas condiciones y después hablaríamos
del reparto.
He aquí que
una justa producción nos llevaría a un justo reparto, porque el modelo de
producción debería tener en cuenta la dignidad humana. El ser humano no es una
pieza más del proceso productivo. De los factores que intervienen en la
producción: capital, recursos y trabajo, este último, el ser humano, es el más
importante. El sistema productivo debería estar orientado al ser humano, a
satisfacer sus necesidades materiales y espirituales, teniendo presente los
límites ecológicos. El capital sólo debe ser un instrumento para conseguir este
objetivo. Pero en el Capitalismo, el instrumento se ha tornado un fin en sí
mismo. Ha tomado las riendas del proceso y ha subyugado a la naturaleza y al
ser humano, sobre todo en los estertores del Capitalismo, el capital
financiero, con las catastróficas consecuencias que hemos observado en estos
últimos tiempos.
Estamos en condición de afirmar que la fraternidad de
hermanos menores implica la tensión dialéctica con un mundo poseído por la
injusticia y la depredación. Ser hermanos lleva a compartir todo con todos y
ser menores lleva a renunciar a lo que justamente se debería poseer. Ser hermano
universal y ser el menor de todos implica la renuncia a toda posesión y vivir a
la expectativa del don caritativo del otro. La mendicidad que califica a las
órdenes nacidas en el siglo XIII tenía primariamente un carácter de oposición
al orden social existente del que la Iglesia también se beneficiaba. Como nos
recuerda M. D. Chenu en su Santo Tomás de
Aquino y la teología, “hacer voto de mendicidad quiere decir, en el siglo
XIII, rechazar categórica, institucional y económicamente el régimen feudal”[5].
Este rechazo del régimen socioeconómico del tiempo aquel implica el rechazo del
régimen actual: el Capitalismo. La fraternidad minorada implica la destrucción
del modelo devorador del ser humano. La mendicidad puede hoy ser traducida como
austeridad extrema y renuncia a los beneficios de un modelo económico homicida
y ecocida. El franciscanismo puede aportar, con enorme valor, un modelo de
relación social basado en las relaciones de igualdad fraterna y de austeridad
solidaria con los sufrimientos de los pobres y de la tierra.
Hay un
episodio muy conocido de la vida de Francisco. Cuando su padre le reclamó las
posesiones que él tenía, Francisco le devolvió todo, hasta las ropas que
llevaba y que habían sido elaboradas en un modo de producción que reducía las personas
a instrumentos de obtención de riqueza. No quiso poseer aquello que se había
obtenido injustamente y que el Evangelio reprobaba con tanta fuerza. Francisco
fue coherente consigo mismo y con el Evangelio, dando así un modelo diferente
de relación social, “la opción social de su pobreza se sitúa totalmente en el
plano de una reacción contra todas las formas de abuso y sobro todo contra
aquellas que, por herir a los más humildes, a través de ellos alcanza al mismo
Cristo”[6].
[3]
Naomi Klein,
La doctrina del shock. El auge del Capitalismo del desastre,
Paidós, Barcelona 2007. Es altamente recomendable la lectura del capítulo 2
donde cuenta cómo se llevó a cabo la implantación mundial de las doctrinas de
Milton Friedman. Sólo con mucha sangre se puede imponer el mal.
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