lunes, 13 de enero de 2014

Struggle for life: China vs Etiopía.

Las grandes empresas, especialmente del mundo textil y la moda, compiten a nivel mundial y su competencia les lleva a buscar los lugares donde sea más barato producir. Cuanto más barato sea producir más económicos serán sus productos y los exigentes consumidores de los lugares enriquecidos del planeta, haciendo uso de su sacrosanto derecho a elegir, determinarán qué marcas sobreviven y cuáles acabarán en concurso de acreedores. Se trata de una struggle for life al más puro estilo neodarwinista: es matar o morir, no hay más opciones. Si H&M, por poner un caso, quiere sobrevivir en el mercado internacional textil, tiene que conseguir unos costes de producción inferiores o similares a Inditex, de lo contrario, la empresa del gallego universal se comerá su mercado y H&M acabará en el rincón de los fracasados. Los inversores de la marca se desharán de sus posiciones y buscarán rentabilidades mejores. La empresa quebrará, los empleados se irán a la calle con una mano delante y otra detrás y los dueños dejarán sus deudas a los bancos que a su vez serán, muy posiblemente, rescatados con dinero público. Así ha sido en los últimos cinco años y será de por vida si se afianza este modelo depredador que se nos impone.

Desde que se inició la última locura del capitalismo, el neoliberalismo, la desregulación de las normativas internacionales y nacionales que regulaban la producción, el intercambio y las importaciones, nos ha puesto en una situación muy complicada. Antes de 1990 existía un mercado de productos textiles muy atomizado, con muchas marcas y con producción local en su mayor parte. En España, por ejemplo, este sector permitía que nuestro país fuese casi autosuficiente, creando empleo local y riqueza nacional. Pero la entrada en tromba del neoliberalismo, que en España está asociado al Tratado de Maastrich y al Euro, llevaron a que se deslocalizara casi toda la producción. El proceso fue lento, pero sistemático. Primero se permite que los capitales fluyan sin cortapisas y que las empresas puedan exportar e importar sin muchos problemas. Esto lleva a que las empresas grandes busquen aquellos países en donde puede producir por un ínfima parte de lo que les cuesta en los países de origen. Muchas marcas se lanzan a la carrera y el primer lugar en China, donde los costes de producción en los noventa apenas cubren un 10% de Europa. Este proceso lleva a la deslocalización de todo el sector que acaba compitiendo por ofrecer peores condiciones laborales y sociales, con las consecuencias que hemos visto en lugares como Bangladesh. Al final, estas empresas, para sobrevivir, nos dicen, deben buscar lugares con peores condiciones para pagar menos salarios. Este proceso ha llevado a algunas empresas a instalarse en lugares como Etiopía, donde los salarios son un 10% que en China. Es una carrera hacia el abismo, pues cada vez tenemos que destruir más sociedades para poder producir a precios competitivos.

Mientras, los grandes propietarios e inversores aumentan cada año en dos dígitos sus enormes riquezas. Cuando, por circunstancias del mercado y la competencia, una empresa quiebra, allí están los bancos que financiaban sus inversiones para hacerse cargo de la deuda, salvando a los legítimos dueños de la misma: los propietarios en inversores. Después, en un movimiento mágico, el banco se declara en quiebra y los Estados, en nombre de la economía, salen a su salvamento. Este mismo procedimiento se ha repetido a lo largo y ancho del orbe capitalista. Lo hemos visto en el sector del automóvil, en el sector de los grandes hornos y en el sector inmobiliario. Siempre es igual: los enriquecidos siguen ganando, mientras los Estados pierden poder y se quedan con las pérdidas

En este lucha por la existencia capitalista, ganan los enriquecidos y pierde el resto. Ganan los Roig, Ortega, Buffet y compañía. Ellos nunca arriesgan nada, nunca exponen su capital. Sus inversiones están protegidas, sea por acuerdos, por leyes o por gánster. La cuestión es que todos los años ven aumentar sus riquezas, más aun los años de la supuesta crisis. Mientras, los empobrecidos de la tierra cada vez son más y poseen menos. Poseen menos recursos, pero también poseen menos amparo legal o social. El sistema ecológico del planeta también pierde, pues disminuyen las condiciones que impiden a las empresas contaminar y los biomas sufren las consecuencias. Y pierden, como no, los Estados, que son el último recursos de los pobres contra la tiranía del dinero. Por fin, esta struggle for life ha acabado como presagiaban algunos, con el fin del hombre y el fin de la historia. De no hacer nada, en una década podremos olvidarnos de la humanidad y de la vida inteligenete en la Tierra. ¡Larga vida a Fukushima!, o Fukuyama, como coño se llame.

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