viernes, 11 de abril de 2014

Segregación y exclusión = Apartheid.

Acaba de publicar en su blog, nuestro querido amigo Enrique Lluch, el texto que publicó en febrero en Noticias Obreras, El apartheid mundial. Se trata de una reflexión acerca de cómo el sistema económico, político y social sudafricano que cayó con Mandela, es la mejor explicación de lo que realmente supone la globalización: un sistema social mundial que separa a los hombres en función de los intereses de un grupo de privilegiados que utilizan a toda la población mundial a su antojo. Esto mismo lo he expresado en este blog en muchos post y en mi libro Un mundo en quiebra. De la globalización a otro mundo (im)posible (Madrid 2011). La globalización no es sino una gran estafa intelectual, un caramelo puesto en la boca de los mass media para que distraigan a la opinión púbica sobre qué es realmente lo que está sucediendo, que apenas 50 corporaciones financieras e industriales controlan una red empresarial de 38 millones de empresas que suponen el 80% de la economía mundial. Esto lo ha demostrado con metodología de estudio científico la revista News Scientist. No se trata de ninguna paranoia conspirativa de personas con poco seso. No, los datos lo muestran de forma palmaria. La globalización es la gestión mundial del modelo capitalista financierizado que extiende sus ámbitos de control y de negocio a todos los rincones del planeta y hasta a las coyunturas del alma humana.

El proceso les ha llevado poco más de cien años, desde que se constituyeran los grandes entramados corporativos en el marco del capitalismo monopolístico. Las guerras, continuación de la política económica de la corporatocracia mundial por otros medios (Klaussewitz reloaded), fueron el instrumento que permitió integrar los mercados mundiales. Tras 1945 solo existen tres ámbitos donde no llega el control capitalista: la URSS, China y los No alineados. Pero, al acabar la década de los noventa, todos los mercados quedan integrados y las corporaciones se adueñan de lo que aun no tenían. Tres elementos van a constituir este entramado mundial: salarización de la producción mundial, control de los recursos naturales y dominio sobre la estructura financiera. Vayamos por partes.


El Big-Bang Day, 28 de octubre de 1986, es el pistoletazo de salida del capitalismo febril que nos ha traído hasta aquí. Ese día, por orden del gobierno de Thatcher, se eliminan las trabas a la inversión e integración de las bolsas de valores. Es el principio del fin del capitalismo industrial y el comienzo de la era de la especulación. Los poseedores del dinero serán los encargados de suministrar fondos a los propios países para su desarrollo. La política monetaria recaerá cada vez más en estructuras privadas o semiprivadas que gestionan las inversiones en función de las necesidades de las corporaciones, no de las personas. La incorporación de China con sus grandes corporaciones a este entramado pone la rúbrica al modelo de corporatocracia global.

Mediante la compra de acciones o mediante los mercados de valores donde se asignan los recursos a la producción de recursos mundiales, las corporaciones dominan el mercado mundial de alimentos, materias primas y energía, las commodities. No necesitan comprar directamente los recursos, les basta con controlar el mercado donde se compran y venden. De esta manera, casi el 80% de los recursos mundiales están bajo su control y puestos a disposición de sus intereses. Cuando en 2008 se hundió Wall Street y las corporaciones perdían mucho dinero con las subprime, llevaron su dinero a la bolsa de Chicago de commodities y empezó la especulación con alimentos que elevó las tasas de pobreza un 25%. De esta forma, la corporación siempre gana.

El tercer elemento es la salarización. Se podría decir con toda propiedad que el pilar fundamental del capitalismo es el trabajo asalariado, pues el salario es el medio del capitalista para robar al trabajador. No solamente por la cuestión de la plusvalía en sentido marxiano, sino porque el trabajo asalariado supone en sí mismo la enajenación del producto de su ser al hombre. El capitalismo se ha extendido mediante la ampliación de las capas sociales asalariadas. En España sucedió con la llegada del PSOE al gobierno. El trabajo asalariado sustituyó casi por completo al trabajo informal de autoproducción o autoconsumo. Cuantos más asalariados, mayor es la posibilidad de lucro, pues de un no asalariado no puede obtener nada el capitalista.

Hoy, 2014, podemos constatar que la integración global del proceso productivo y su control por unas pocas corporaciones ha sido completado. Casi nada se escapa a su dominio y las consecuencias son claras. Si en la Sudáfrica del apartheid había un sistema político que lo permitía, hoy nos vemos con un apartheid global sustentado con un entramado legislativo que permite que el dinero fluya con toda rapidez, mientras las personas están perfectamente controladas. Los flujos migratorios se dirigen en función de las necesidades de producción y las personas poseen derechos en función de la zona del mundo en la que viven. Los pobres, los excluidos, los marginados, son utilizados como materia sobrante en el sistema mundial de producción. Estamos ante una economía del descarte, nos dice Francisco, una economía que es, propiamente un apartheid mundial.

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