El evangelista Lucas comienza su escrito para mostrar lo
“bien fundados” que están los contenidos de la predicación sobre Jesús con un
díptico que pone en relación la concepción y nacimiento de Juan Bautista y de
Jesús. En este díptico, María, la pobre de Nazaret, lanza un cántico que se
hace eco de los cánticos de algunas mujeres ilustres del Antiguo Testamento. Ante
la visita de Isabel manifiesta la alegría y el gozo con el que la criatura que
lleva en las entrañas recibe la noticia. No puede contener su regocijo y entona
un canto de alabanza, de alegría, de gozo en el Señor, que ha sido grande con
su pueblo sufriente. Ella también sufría por las circunstancias de su embarazo,
por la vergüenza de su situación ante los demás, pues no puede mostrar la paternidad
de lo que ha sido concebido en ella, pero no se amilana y muestra que el Señor
es capaz de grandes proezas en favor de los sencillos, los sufrientes, los que
solo esperan en Él el consuelo. Su canto es un himno a la alegría de la vida,
al compromiso por la justicia y la misericordia. Es el núcleo y el comienzo del
Evangelio que pasado el tiempo predicará su hijo. Es la escuela del Magníficat, un canto de gloria a Dios y
de alabanza por sus maravillas con los pobres y oprimidos.
El papa Francisco ha consignado para el mes de enero de 2019
sus intenciones de oración para los jóvenes, para que vivan la alegría del
evangelio en la escuela de María. Se trata de una gran escuela, pues es la
misma que tuvo Jesús. De tal madre, tal hijo, podemos afirmar. Quien anunció el
Reino de Dios para los pobres, los hambrientos y los perseguidos es el hijo de
quien alabó a Dios porque “derriba del trono a los poderosos y enaltece a los
humildes, a los hambrientos los colma de bienes y a los ricos los despide
vacíos”. Jesús es el digno hijo de María, pues la personalidad de Jesús no
surge de la nada, ni cae del cielo como un aerolito, sino que necesita, como
cualquiera de nosotros, de una formación. En su casa tuvo esta formación y es
la que le lleva a iniciar un proyecto de vida que culminará en el compromiso
máximo con un mundo distinto, al que llamará, en la línea de los profetas y del
Bautista, el Reino de Dios. Este Reino se configura, como en el cántico de
María, desde los pobres y oprimidos, que son colmados de bienes, y frente a los
poderosos y opresores, que son despedidos vacíos. Jesús propone un Reino donde
los que ahora pasan hambre o lloran, serán consolados y saciados; un Reino
donde los perseguidos tendrán su recompensa. En oposición, se lamenta por los
que ya están saciados y se ríen, los ricos y poderosos, ¡ay de ellos! El Reino
no se construye en abstracto, se trata de una realidad que encuentra oposición:
desde los tiempos de Juan Bautista el
Reino sufre violencia. Los poderosos no van a consentir que el Reino se
construya en la tierra y por eso se opondrán con todo su furor, con toda la
violencia posible. La respuesta es la perseveración, porque el que persevere se
salvará, aunque sea pasando por la cruz.
En la cruz de Cristo, que atravesó el corazón de María,
tenemos la prueba definitiva de que el compromiso de Jesús llega hasta el
extremo. Los imperios de todos los tiempos, hoy también, utilizan la violencia
extrema, la tortura, la desaparición y la reprobación social para conseguir
dominar a los pueblos y someterlos. Los romanos crucificaban a los subversivos
que proponían una realidad alternativa. El Reino de Dios que predica Jesús y
del que es su Heraldo, se opone radicalmente al reino de los romanos, el reino
de este mundo, y por ello Jesús es crucificado, como un subversivo, como una
bandido junto a otros bandidos que luchaban contra un mundo de muerte e
injusticia. La cruz es la muestra del compromiso radical de Dios con los pobres
y oprimidos de este mundo. En ella contemplamos el amor más radical que Dios
puede mostrar, pues el fruto del Espíritu en María será clavado como enemigo
del Imperio y Dios sufrirá en esa cruz con Jesús y con María. El amor de Dios
redimirá el mal radical mediante la resurrección y nos dará la prueba de la
esperanza que María había cantado en el Magníficat: ¡El Señor ha hecho maravillas! En la escuela de María, Dios y los
hombres nos encontramos. Ella es y será el camino seguro para el encuentro con
el Padre de Jesucristo, con el amor entregado hasta el extremo más absoluto.
María es la mediación más cierta para llegar a Dios y el camino seguro de la
experiencia del amor de Dios a los hombres.
Los jóvenes tienen en María y su escuela, el camino más cierto para el encuentro con el Dios de
Jesús. Hoy, como ayer y siempre, los jóvenes son la fuerza de cambio más
potente de la historia, ellos son llamados a la construcción del Reino de amor
y justicia por el que murió Jesús. Los jóvenes, lo vimos con claridad en
América Latina, son capaces de un compromiso extremo llevados por el entusiasmo
vital que rezuma por cada poro de su piel. En María pueden encontrar el
sustento necesario para seguir a Jesús, quizás hasta una cruz que cada día se
hace más cierta en una historia quizás cada vez más oscura. Necesitamos la luz
del canto esperanzado de María para seguir abriendo alamedas de paz, justicia y
libertad.
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