martes, 21 de diciembre de 2021

Un Dios plenamente humano


Evangelio del 1er  domingo de Navidad. Ciclo C. 26-12-2021.


 

Los padres de Jesús solían ir cada año a Jerusalén por la fiesta de la Pascua.

Cuando cumplió doce años, subieron a la fiesta según la costumbre y, cuando terminó, se volvieron; pero el niño Jesús se quedó en Jerusalén, sin que lo supieran sus padres.

Estos, creyendo que estaba en la caravana, anduvieron el camino de un día y se pusieron a buscarlo entre los parientes y conocidos; al no encontrarlo, se volvieron a Jerusalén buscándolo.

Y sucedió que, a los tres días, lo encontraron en el templo, sentado en medio de los maestros, escuchándolos y haciéndoles preguntas. Todos los que le oían quedaban asombrados de su talento y de las respuestas que daba.

Al verlo, se quedaron atónitos, y le dijo su madre: «Hijo, ¿por qué nos has tratado así? Tu padre y yo te buscábamos angustiados».

Él les contestó: «¿Por qué me buscabais? ¿No sabíais que yo debía estar en las cosas de mi Padre?».

Pero ellos no comprendieron lo que les dijo.

Él bajó con ellos y fue a Nazaret y estaba sujeto a ellos.

Su madre conservaba todo esto en su corazón.

Y Jesús iba creciendo en sabiduría, en estatura y en gracia ante Dios y ante los hombres.                                                                                                                  

                                                                                                                                                         Lucas 2, 41-52

 

El relato de Jesús perdido y encontrado en el Templo de Jerusalén con apenas doce años poniendo en apuros a los doctores de la ley es legendario. En las biografías de hombres ilustres suele aparecer algún relato de este tipo, como son los casos de Alejandro Magno, Augusto o el escritor judío Flavio Josefo que lo cuenta de sí mismo sin ningún rubor. Lucas ha construido su biografía de Jesús según la costumbre de las biografías de hombres ilustres al uso y no podía faltar un episodio en el que se pondere la inteligencia del personaje siendo aún niño. El relato en el Templo cumple esta función, además de vincularlo con la fiesta judía del bar mitzvá, rito de paso que todo niño judío debe vivir al cumplir doce o trece años y por el que pasa a estar sujeto a la ley, que es justo lo que significa, hijo de la ley.

Este relato, además, cumple otra función dentro del plan de la obra de Lucas. Pretende poner coto a ciertas tradiciones orales que en el siglo I fraguarán en los muchos evangelios apócrifos que recogen abundante material de actos portentosos del infante Jesús. Tenemos relatos donde Jesús siendo niño hacía pájaros de barro y los echaba a volar (sí, como en la canción de Manolo García) y otros donde Jesús se parece más a un repelente niño Vicente, contestando de manera altanera a sus maestros. Incluso, hay un relato donde Jesús sana a su hermano Jacobo (Santiago) que había sido mordido por una serpiente. Y más imposible aún, un niño cae de un tejado y muere, siendo acusado Jesús de empujarlo. Será José quien interceda para que lo resucite.

Estos relatos se encuentran todos en los evangelios apócrifos y ninguno en los cuatro canónicos. Sin embargo, los relatos de portentos del niño Jesús debieron tener mucha difusión y resultar muy impactantes, tanto como para que Lucas, que escribe su evangelio a finales del siglo I, quiera recoger uno de esos relatos y reconducirlo hacia posiciones más sensatas dentro del discurso del Hijo de Dios. Frente a quienes afirmaban que Jesús era un ser divino cuyo paso por el mundo poco menos que había sido un desfile triunfal, Lucas quiere mostrarnos a un Jesús preocupado por «las cosas de su Padre», es decir, por cumplir la misión de anunciar el Reino de Dios a los pobres y oprimidos. No estamos ante un ser celestial que se ha mostrado distinto y superior a los seres humanos, al estilo del modelo hollywoodiense de un Superman. Nos hallamos, por el contrario, ante un hombre que asume plenamente su misión y lleva a cabo su proyecto; tan perfectamente humano como solo Dios puede serlo; sin dejarse arrastrar por las fuerzas destructivas que anidan en nuestra naturaleza; movido exclusivamente por la misericordia y la solidaridad. Un ser así, como Jesús, debía ser Hijo de Dios, pues solo Dios puede darse tan plenamente sin reservarse nada para sí. Ante la imagen de un ser así, su madre se admiraba (como toda madre) y guardaba todas estas cosas en su corazón, preguntándose quién sería aquel niño, fruto de sus entrañas. 

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