La sociedad administrada postmoderna se encuentra en una situación de disyuntiva absoluta. La única salida que tiene para autorreproducirse estriba en la disolución de los lazos que permiten existir al sujeto burgués moderno. Es una extrema situación paradójica. De un lado sólo puede existir tomando como base al sujeto producido por las revoluciones burguesas; por otro, su modo de continuar es destruirlo, administrando las pulsiones de los instintos y dejando que lo dominen. Esto está dando lugar a la aparición de un nuevo ser humano que se encuentra atrapado entre el mandato del goce irrestricto de los instintos –el ello freudiano– y la prohibición absoluta del otro social, fijado en la figura del padre –el superego–. De esta tensión nació el sujeto revolucionario burgués, mediante lo que se conoce como sublimación represiva. Es decir, que los instintos eran reprimidos por las normas sociales y esta represión sublimaba los mismos a través del arte, la ciencia o la cultura. De ahí el nacimiento de la sociedad, especialmente la moderna.
En la actualidad, el hombre postmoderno no está sufriendo el proceso de represión de los instintos y de sublimación de los mismos, lo que se conoce como sublimación represiva, sino que el actual proceso de socialización lleva a la desublimación represiva. Este concepto significa que los impulsos de la libido no son reprimidos con el fin de ser sublimados a través de la creación de cultura, sino que el hombre es reprimido con el fin de que se deje llevar de sus impulsos, de manera que no puede sublimarlos. Es decir, que la norma social ahora es la que impone el goce irrestricto de los instintos y esto impide el proceso de sublimación habitual que permite la creación de la cultura social. Hoy, quien no goza es un frustrado y un fracasado. La obligación no impide sino que obliga a gozar, de ahí la proliferación de innumerables utensilios y medicamentos que permitan al hombre postmoderno gozar al máximo de sus impulsos, sobre todo sexuales. La ingente cantidad de juguetes sexuales y de píldoras mágicas, están encaminadas a satisfacer la tiranía de los instintos. No sólo hay que gozar al máximo, sino que hay que hacer gozar al otro lo máximo posible, de lo contrario se frustra la orden y el hombre deviene un fracasado social.
Esta nueva realidad que viene fraguándose desde hace tres décadas, justo desde que el capitalismo empezó su resquebrajamiento, ha provocado que el hombre pierda su núcleo duro: una conciencia desde la que juzgar el proceso autónomo de su existencia. Ya no hay una instancia que le impida quedar atrapado en los instintos, porque la estructura normativa externa se ha convertido en el máximo tirano del hombre. Este individuo poco puede hacer contra los mensajes socializados postmodernos del máximo goce, ha sido eliminado lo que le hace ser sujeto, el yo, atrapado entre el mandato omnímodo del superego social, y los deseos arcaicos del ello instintivo. El hombre se está convirtiendo en una nada tensionada por dos vacíos. La imagen más impactante de este hombre postmoderno sería la retransmisión en directo en un gran centro comercial del acto impúdico de los ritos sexuales del Marqués de Sade. Aunque no creo que le vaya a la zaga cualquier spot publicitario de un perfume de moda.
2 comentarios:
Hola Bernardo: Me ha gustado mucho la ilustración de este post. "El grito" de Munch es uno de mis cuadros favoritos, en el que se inmortaliza la desesperación, el miedo, la muerte. Es como si nos mirara a los ojos y nos gritara todo lo que no sabemos o no queremos ver. Realmente, el cuadro nos grita dolor y angustia por las injusticias y las desigualdades sociales y económicas. Un saludo.
¡Qué fácil es dejarse seducir por los cantos de sirena! ¿Para qué nos queremos complicar la existencia? Con lo maravilloso que es dejarse llevar por esa melodía suave, encantadora, que nos hipnotiza… ¡y nos reduce a meros seres de sensaciones placenteras! No sé dónde leí que al diablo le gusta actuar de manera que no se note su presencia, para que no podamos estar en guardia. Si fuera muy escandaloso, enseguida lo detectaríamos y tomaríamos medidas para defendernos. No sé si aquí pasa algo igual. Bajo la idea del Estado del Bienestar, nos dejamos hipnotizar por esa promesa de ausencia de problemas, ausencia de hechos dolorosos, sin darse cuenta el hombre postmoderno que así se está perdiendo la mejor parte: ser propiamente una persona, con su libertad y su responsabilidad. Al monstruo depredador que es el mundo globalizado no le interesan las personas, le interesan entes aborregados que no piensen, que no molesten, que les den su caramelo y que se callen. ¡Y cuántas personas hay que les gustaría vivir así! Sin preocupaciones, con su sustento garantizado, sin complicaciones,… Bajo la excusa del Estado del Bienestar se adormecen las conciencias, se acomodan las personas,… El Estado debe tener sus limitaciones, no podemos pretender que lo haga todo por nosotros. Entiendo que aquí toma especial relevancia ese principio de subsidiariedad.
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