Tres son los principios, según Lacan, mediante los que podemos enfrentarnos con lo que se nos ofrece: lo Imaginario, lo Simbólico y lo Real. El hombre utiliza lo Simbólico, como el lenguaje, el arte, el mito, para expresar su relación con lo Real que siempre está ahí pero inalcanzable en sí. lo Imaginario es el constructo arcaico de la memoria telúrica del ser. En la conjunción de estos tres, se crea la realidad. La realidad es, por tanto, una construcción más o menos valida de lo que nosotros creemos y queremos que exista, si ella nos sería imposible acceder a cualquier codificación comprensivo de lo que nos rodea. El mundo entero del arte, de la reflexión y de las relaciones humanas está organizadas en torno a esta realidad en tanto que constructo humano. Y no sólo eso, también los sentimientos, emociones y sensaciones están mediados por la realidad. De este modo, aquello que somos y lo que vivimos nos es dado y también ayudamos a que otros lo reciban, somos copartícipes, cocreadores y corresponsables de la realidad que existe, no podemos culpar a otros. La única manera de poder aspirar a modelar esa realidad es conocerla, ser conscientes de cómo se ha llegado a producir y cuáles son los mecanismo por los que se reproduce.
Pero la realidad tiende a ocultarse tras lo Real, se disfraza de fatalidad inamovible e incontrovertible, de modo que crea una falsa conciencia doble. Primero porque genera una sensación en los seres humanos de inexpugnabilidad y eso conduce al fatalismo; segundo, porque lleva a muchos a entregarse a esa falacia, a creer a pies juntillas en su necesidad ineludible. Pero no es así, la realidad la creamos los hombres, todos y de todas las generaciones; la heredamos como el pecado original de nuestra existencia; y hemos de cargar con la necesaria tarea de su modificación. No estamos solos en esa tarea, desde siglos atrás, otros antes que nosotros han postulado la posibilidad de transformar esa realidad y lo han hecho desde un simbolismo diferente y alternativo al orden de realidad existente, son los múltiples rostros de la utopía. En la tradición bíblica tenemos la hermosas creaciones del éxodo: un grupo de esclavos capaz de liberarse de la opresión del mayor imperio de la historia hasta entonces; el profeta Amós que propone una nueva realidad vivida desde la justicia y la misericordia; Isaías que ve como pacerán juntos el lobo y el cordero; o Ezequiel, que anuncia la reconstitución de los cadáveres de los justos. Todas estas simbolizaciones ayudan a dar a luz a otra realidad, también construida por los hombres, pero ahora con justicia, misericordia y conocimiento del Señor, dicen los profetas.
Las simbolización alternativas generan un Imaginario común alternativo que se suma a aquellas y posibilita la creación de esa otra realidad que creemos que es posible. Sí, otro mundo es posible, pero sólo los será si somos capaces de comprender que este mundo es una construcción humana y por tanto mudable, que somos responsables y cómplices de su abominación extrema y que nuestra pequeñez no nos exime de su transformación. Como se dice en leyes, el desconocimiento de la ley no exime de su cumplimiento, de ahí que el más miserable sea el inconsciente, el que no sabe, el que no quiere saber. Función de los creyentes es provocar, impeler, llamar, anunciar, criticar y, si es necesario, abolir.
La realidad en que vivimos, el reino de este mundo, que dice el Evangelio, ha tocado a su fin. Las campanas ya dobla y no habrá tiempo para prepararse. El que esté en el campo que no vuelva a la casa. Se hace cada vez más urgente estar preparados, estar en vela, porque no sabes ni el día ni la hora. Hay que estar en vela, de lo contrario se nos velará el acceso a otro mundo. Aquí reside la esperanza, en la realidad que podemos construir, en el mundo nuevo, en el Reino de Dios que vivimos como resucitados en Jesús. La Resurrección es la realidad de Dios para los hombres, podemos vivirla aquí y ahora, no nos dejemos llevar por la mentira que nos acosa.
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