Concluimos esta mini trilogía sobre la existencia humana, ayudándonos en nuestra reflexión de otro de nuestros admirados filósofos, Emmanuel Lévinas. Y lo hacemos desde las clases que impartió en el curso 1975-1976 en la facultad de filosofía de la Sorbona, con el nombre de La muerte y el tiempo. Se trata de un curso que dictaba el insigne maestro los viernes de 12 a 13 horas durante 24 sesiones. De especial importancia para mí tiene la sesión del viernes 9 de enero de 1976, titulada El «existir para la muerte» como origen del tiempo.
La referencia de Lévinas es Heidegger, en especial sus reflexiones en torno a la temporalidad del Dasein (hombre, para simplificar) y la muerte como nacimiento del tiempo en tanto espera en el futuro del acontecimiento definitivo. Heidegger es pagano y no puede concebir una intencionalidad más allá de la pura facticidad de la nada que nos atenaza; pero Lévinas es judío y descubre la tarea que supone la carga de la nada sobre nuestras espaldas. La muerte, nos dice, nos hace responsables de nuestra existencia y de la muerte del otro, que siempre es la primera muerte. Nosotros, que no somos ni paganos ni judíos, sino cristianos, entendemos que la muerte es un don precioso que da valor a nuestra existencia. La muerte, dijimos en otro post, nos hace morales, porque implica que nuestras decisiones son definitivas en último término. Cuando hago algo, lo hago como ser único e irrepetible porque me voy a morir, porque mi ser es un ser para la muerte. Una persona inmortal es algo contradictorio en los términos, remacha Lévinas.
Existir para la muerte significa para el hombre tener la obligación de madurar. Asumir la propia muerte lleva a un proceso lento y laborioso de maduración por el que el ser humano descubre quién realmente es, por eso en esta sociedad basada en el consumo, en la no-muerte que decía René, los hombres no maduran y los inocentes niños se transforman en macabros adultos con enormes taras y problemas psíquicos, cuando no acaban en el suicidio los más sensibles de entre ellos. Esos males proceden de una nula asunción de la muerte, de la incapacidad para vivir plenamente esta vida en la sospecha de que hay otra o en la duda de si habrá otra forma de mantener los gozos irrefrenables del consumo voraz que nos aniquila. Si la muerte es la posibilidad de la imposibilidad radical de ser, entonces ser es algo muy concreto, no puede ser diferido a una futuro absoluto, debe ser vivido aquí y ahora, asumiendo las condiciones de existencia y posibilitando la apertura del futuro en tanto el tiempo de la llegada, el adviento de la propia existencia como ser para más-allá de la muerte.
Entonces sí, la muerte como forma de ser del hombre, se torna en la imposibilidad de la posibilidad radical de no ser. Dicho en términos cristianos, en la Resurrección. Pero debe ser asumido y concientizado, de modo que el proceso de maduración genero hombres vivos y no autómatas semovientes. Lo contrario, el no aceptar la muerte, el no vivir en conciencia, el no conocer la verdad, lleva a la puerilidad, la apatía, el adocenamiento y la muerte en vida. En palabras de Heidegger, a la vida inauténtica; en las de Lévinas, a la mismidad; en las nuestras, al ensimismamiento solipsista.
1 comentario:
Yo enlazo la idea de pensar la muerte con la de ubicarnos en la realidad, la de ser conscientes de nuestros límites, la de asumir nuestra condición humana. Sólo podremos ser perfectamente personas en la medida en que podamos desarrollar nuestra libertad en su aspecto más profundo, y esto sólo lo podremos hacer en la medida en que podamos delimitar el marco en el que podemos poner en práctica esa libertad salvaguardando nuestra dignidad, y fuera del cual se transformaría en una pantomima de la verdadera libertad. Y dentro de ese marco de referencia se encuentra nuestra muerte, y no sólo la muerte sino también el sufrimiento, el dolor, como integrantes inseparables de nuestras vidas. En la medida en que sepamos integrar todo esto en nuestros planteamientos vitales podremos ser verdaderamente personas, con toda la grandeza que ello implica. Por desgracia esto no es lo que prima hoy en día: como dices, abundan hoy los eternos adolescentes que se dedican a disfrutar de lo que puedan, a vivir en la costra de sus existencias… convirtiéndose en autómatas semovientes, porque son incapaces de traspasar esa costra en la que se mueven, preocupados como están en evitar todo aquello que suponga un mínimo acercamiento con el dolor, con la muerte. Sin darse cuenta, por último, que sólo asumiendo ese aspecto más doloroso de la vida podrán disfrutar en toda su amplitud de todo lo bueno de la vida, gozo al que ahora no se pueden asomar ni de lejos.
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