Uno de los lectores de este blog, René, me ha hecho llegar por mail una reflexión profunda e interesante que le surgió a partir de la lectura de varios post relacionados con el tema de la mortalidad, o como yo quiero llamarlo mor(t)alidad, por la estrecha unión que hay entre la muerte y la moral y ambas con lo que define al ser humano. En su extensa y estimulante reflexión introduce una temática que no habíamos abordado aún, y lo hace en tanto que estudiante de último año de medicina que se siente cristiano y quiere vivir su vocación con la máxima radicalidad. Me comenta, y cito sus propias palabras tras haber recabado su permiso:
“Por un lado matamos (abortamos) impúdicamente a nuestros congéneres, mientras por otro se hace (se gasta) lo imposible por prolongar la vida de seres que por naturaleza quizás quieren morir; no te escondo que esto me huele a manipulación y gran negocio. Pienso que todo va orientado a permitir el triunfo de la inmor(t)alidad; pienso que hoy la vida nos exige salir en defensa de la muerte y no sólo eso sino que la ética debe hacerse desde una situación de éxodo, entendido como tú nos lo planteas, de otra manera la ética seguirá corriendo como una cómica caricatura tras el, una y otra vez reproducible, dilema ético y cuando miremos atrás ya no habrá vuelta. La ética no puede ser sometida por la técnica. Claro, nos dicen, el avance vertiginoso de ésta es debido a que tiene su propia autonomía, como es imparable no nos queda más que ir como tontos detrás de ella”.
La vida y la muerte se han convertido en un negocio más que ha destruido la relación ética. La misma bioética no sería otra cosa que la tecnificación de la ética, lo que es una contradicción en sí mismo, y por tanto su muerte. Esta mercantilización de la ética, su ser mercenario, está al servicio de lo que René denomina el modelo de no-muerte, que vendría a negar la dimensión más profunda del ser humano: su mortalidad, y por ende su moralidad. Esto explica que la ética-moral haya desaparecido bajo un mero simulacro, una parodia, una burla de mal gusto. Por eso estamos llamados hacia un modelo de vida que implica la renuncia a la muerte, su no aceptación porque, dice René:
“reconocer nuestro ser humano en nuestros límites naturales es lo que hace que seamos verdaderamente cristianos, puesto que la resurrección no es un modelo más de inmortalidad, no es en sí misma un hecho futuro, es la vida vivida ahora humana y plenamente, es vivir y morir ahora y de verdad. Sólo dentro de estos límites puedo establecer relaciones verdaderas, porque aquí se crea el espacio donde aflora la creatividad, el amor y la compasión, fuentes del verdadero gozo”.
La única manera de romper este modelo inhumano de vivir es afirmar la necesidad de aceptar los límites y vivir aquí y ahora como resucitados, como una nueva creación que no teme a la muerte sino que la asume como parte de la propia existencia, sin huir de ella pero sin buscarla.
Te agradezco René tus reflexiones, porque me permiten comprender la implicación de las mías.
1 comentario:
Coincido con la última idea del post: sólo con el conocimiento de nuestros límites es posible determinar el marco en el que nos podemos considerar libres, en el que nuestra libertad efectivamente es tal; así no será una pantomima de libertad, como es el hecho de pretender hacer de continuo nuestra santa voluntad, incluso traspasando nuestros propios límites. Aquel ser humano que busca salirse a toda costa con la suya, que cree que todo lo que es capaz de hacer es legítimo hacerlo, que no respeta nada más que satisfacer su propia voluntad, su querer llegar a todo y su querer ser todo, me recuerda a aquel adolescente que lo único que pretende es autoafirmar su personalidad. La libertad es otra cosa, sin duda. Sólo desde una profunda autonomía se puede ser libre, y profundamente libre es aquel que se puede entregar perfectamente a una causa, y que es consciente de lo que debe o no debe hacer, de lo que puede o no puede hacer. Sólo el que es libre conoce sus límites, y el que ni los conoce ni los pretende conocer, en el fondo es un ser dependiente que sólo sabe patalear.
Por otro lado, cada vez me parece más patente y más atroz aquellos que pretenden lucrarse de estos actos que comentáis en el post. Me parece una decadencia moral tan brutal, que no sé si estamos en el inicio de una etapa de decadencia a nivel internacional. El problema de una sociedad —e incluso también a nivel personal— en la que se vive con cierto bienestar material, es su apalancamiento, su “querer ser como dioses”, olvidándose del prójimo y olvidándose de los mínimos principios de comportamiento necesarios para su autoconservación. Y me parece que cada vez estamos entrando más a trapo en este proceso de autodestrucción. Aunque creo, Bernardo, que de este tema poco te puedo enseñar yo. Un saludo afectuoso.
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