miércoles, 10 de junio de 2009

Un cristianismo para el futuro


Muchos conocen la famosa expresión «el cristianismo del futuro será místico o no será» atribuida a Karl Rahner, pero pocos saben que la frase, que tiene su origen en la celebrada frase del agnóstico Malraux «el siglo veinte será religioso o no será», fue en realidad pronunciada por Raimon Panikkar en una conferencia presidida por Rahner. Lo que dijo en realidad Rahner fue «alguien ha dicho que el cristianismo del futuro será místico o no será», todo el mundo entendió entonces que era un mero recurso de humildad, y se empezó a citar como frase del insigne teólogo. Hizo fortuna y ha quedado como un adagio. Los que conocemos la obra de Panikkar vemos que le cuadra perfectamente y que tiene una deuda contraída con la tradición a-gnóstica del siglo veinte. Es más, cuanto más se aleja el cristianismo de su vertiente mística, menos se encarna en el mundo y más se desvía de su origen en Jesús de Nazaret, el místico más comprometido de la historia.
Recogiendo las palabras del casi olvidado Concilio —el Vaticano II, claro—, en la constitución sobre la Iglesia en el mundo actual, número 44: «…la Iglesia… necesita, de modo peculiar, la ayuda de aquellos que, viviendo en el mundo, conocen a fondo las diferentes instituciones y disciplinas y comprenden su mentalidad, sea que se trate de creyentes o no creyentes», y con esta ayuda «…puede enriquecerse y se enriquece también con la evolución de la vida social humana». Esto lo dice el Concilio pensando en la necesaria autonomía de las realidades terrenas. Es patente que la voluntad del Concilio fue mantener un respeto profundo por la sociedad humana, sus logros y sus decisiones, porque entendió que únicamente así la Iglesia podría ser considerada como un interlocutor válido en el mundo moderno. De lo contrario sería desplazada como un trasto inútil e inservible.
Si estas palabras eran válidas en 1965 más aún lo son hoy, cuando se han agudizado las problemáticas que sólo asomaban entonces. Hoy el cristianismo permanece a la escucha de la sociedad de su tiempo con el fin de saber adaptarse a las circunstancias sin renunciar a lo que le es esencial, a aquello que constituye su eje vertebrador, éste eje no puede ser otro que aquel cuya vida y obra le da nombre: Jesús de Nazaret, cuyo mensaje puede resumirse, siendo muy sintéticos, en tres elementos que actúan como claves interpretativas de su vida, ejecución y posterior re-suscitación:
• Su compromiso con una realidad histórica absolutamente diferente a la que se vivía en su época, a la que llamó Reinado de Dios —en griego Basileia tou Theou—, esto es, el hecho de que la soberanía divina se extendería sobre los hombres constituyendo una configuración histórica alternativa a la de su mundo contemporáneo. En otras palabras: otro mundo diferente al del imperio romano era posible.
• Una experiencia de la trascendencia basada en la cercanía, el respeto, la confianza y la libertad; no en el miedo, el sometimiento y el cumplimiento de normas. Esta experiencia se resume en su manera de dirigirse a Dios: Abbá: Padre mío.
• Una existencia orientada a la relación inclusiva con el otro, el diferente, el oprimido, el que está fuera del orden social, religioso y económico imperante. Jesús invita a su mesa a todos los excluidos de su sociedad.
De estas tres claves interpretativas de la vida y praxis de Jesús de Nazaret, podemos obtener a su vez tres conceptos esenciales que nos deben servir a los cristianos de hoy: Justicia, Libertad e Inclusión. Justicia histórica, Libertad personal e Inclusión social.

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