La familia es una institución humana, a la vez natural y cultural, que permite al espécimen humano socializarse adquiriendo los valores y destrezas necesarios para constituirse en un miembro más del grupo al que pertenece. De ahí que la familia haya sido tradicionalmente el medio para la plena reproducción sociocultural del ser humano.
Una pareja, cualquier pareja, para llegar a ser familia debe institucionalizar su relación y dotarla de un sentido social que le confiera el estatus familiar. Este estatus ha estado estrechamente vinculado a la crianza y educación de los hijos. Por ello, han sido estos los que otorgan el estatus de familia a una relación de pareja. De ahí que una relación homosexual no pudiera gozar de este estatus al carecer de la posibilidad biológica de los hijos, al menos en las parejas homosexuales masculinas. Pero este ha sido un concepto de familia muy estrechamente vinculado al modelo patriarcal tradicional en el que el padre necesita asegurar su descendencia mediante algún tipo de estructura social, en este caso la institución familiar.
Si ampliamos el concepto que confiere el estatus familiar, a saber: la crianza y educación de los hijos, y lo vemos desde una perspectiva personal más general, podemos redefinir la familia como la institución social que personaliza y educa en la libertad al ser humano, llevando a cabo tres actuaciones importantes:
• Formación de una comunidad de personas
• Servicio a la vida
• Participación en la sociedad
Desde esta definición ya no nos ceñiríamos tanto a lo biológico, ni nos reduciríamos a la familia tradicional, porque lo mismo es personalización la que recibe el hijo como los padres, ellos también crecen por el amor, el diálogo y el respeto al formar una comunidad de personas que participan en la sociedad y sirven a la vida. Es así la familia el lugar adecuado para la plena madurez humana de todos los componentes de la misma.
Veamos ahora la concepción de la familia que tiene Jesús de Nazaret. En este sentido es muy interesante ver sus referencias a la familia reflejadas en los evangelios, sobre todo en la fuente de dichos conocida como Q que aparece en paralelo en Mt y Lc:
«¿Pensáis que he venido para dar paz a la tierra? No, os lo aseguro, sino división. Porque de ahora en adelante una familia de cinco estará dividida; se dividirán tres contra dos y dos contra tres; padre contra hijo e hijo contra padre, madre contra hija e hija contra madre, la suegra contra la nuera y la nuera contra la suegra» (Lc 12, 51-53; Mt 10, 34-36).
«El que quiere a su padre o a su madre más que a mí no es digno de mí» (Lc 14, 26-27; Mt 8, 21-22).
«Os lo aseguro, no hay ninguno que haya dejado casa, o hermanos o hermanas, o madre o padre, o hijos o tierras por mí y por la Buena Noticia, que no reciba en este tiempo cien veces más…» (Mc 10, 29-30; Mt 19, 29; Lc 18, 29-30).
«Le dicen: ¡Oye!, tu madre, tus hermanos y tus hermanas están fuera y te buscan. El les responde: ¿Quién es mi madre y mis hermanos? Y mirando en torno a los que estaban sentados, en corro, a su alrededor, dice: Estos son mi madre y mis hermanos. Quien cumpla la voluntad de Dios, ése es mi hermano, mi hermana y mi madre» (Mc 3, 31-35; Mt 12, 46-50; Lc 8, 19-21).
Lo primero que colegimos tras la lectura de estos textos —y se podrían añadir algunos más semejantes a estos, pero ninguno de sentido contrario— es la crítica que aflora de la concepción de Jesús de la familia. Las palabras de Jesús son tan radicales que uno cree encontrarse ante un dilema: o sigue a Jesús y abandona la familia, o permanece en familia y no sigue a Jesús. Pero no es esta la cuestión, lo que sucede es que en la práctica la familia funciona con tal lógica y pretensiones que frecuentemente no queda más remedio que optar. De ahí la opción de celibato de Jesús que también ha de ser leída como una crítica a la institución familiar de su tiempo.
Definitivamente: una familia muy rara.
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