Una de las propuestas que emanan directamente del Nuevo Testamento y que podríamos poner en práctica en este mundo lleno de injusticia, al menos los que nos llamamos seguidores de Jesús, es la de crear una nueva mesa donde todos podamos comer. Si los más de dos mil millones de seres humanos que nos decimos discípulos de Cristo lo tomáramos en serio, si de verdad nos creyésemos el Evangelio, el Reino estaría más cerca.
Estamos convencidos que la comunidad es el lugar donde vivir las diferencias, donde manifestarlas de forma plena en toda su riqueza, porque la comunidad crece en la medida en que sus miembros son más diversos y plurales. No hay mayor pobreza que la uniformidad de una comunidad, la uniformidad lleva a la creación de un único individuo pero multiplicado por el número de sus miembros, en lugar de crear una riqueza a partir de la pluralidad de sus integrantes.
La Iglesia, las comunidades cristianas, son la continuación temporal del cuerpo real de Cristo. Viven en sí mismas la misma experiencia de rechazo, marginalidad y persecución que Jesús vivió en su vida terrena. Las comunidades cristianas, igual que Jesús, son una alternativa real y palpable al mundo romano, de ahí la persecución que recibieron. Los cristianos se negaron a adorar al emperador rindiéndole culto, lo que provocó la persecución de las autoridades. Es la oposición más dura ante el Imperio Romano, negar su ideología y su religión por la fe en Jesús, el Cristo, el que ha sufrido la gran tribulación. Las iglesias cristianas deberán sufrir la misma tribulación, pero también serán glorificadas con Cristo.
La causa de estas persecuciones fue, oficialmente, no rendir culto al emperador, pero las causas últimas están más arraigadas en el propio ser de las comunidades, como vemos en las comunidades a las que se dirige el autor de 1 Jn. En estas comunidades hay algunos que dicen ser sus miembros pero que no cumplen con el criterio básico para serlo: el amor fraterno y el desposeimiento. El amor concreto es compartir los bienes y servirse unos a otros.
Pertenecer a la comunidad de seguidores de Jesús supone entrar en un ámbito de relaciones comunitarias que se oponen absolutamente al mundo circundante, y lleva el peligro de ostracismo, persecución y muerte. Las comunidades cristianas eran, o debían ser según su propio ideal, el lugar donde las diferencias sociales, éticas y sexuales desaparecen para resaltar las diferencias que las mismas personas poseen en virtud de sus dones divinos, los carismas. Las diferencias no son motivo de división sino de pluralidad y diversidad, por tanto de mayor riqueza para la comunidad y para el mundo.
En la situación actual de este mundo globalizado se hace necesario que las comunidades cristianas sean signo de esa diversidad que enriquece al mundo. Y a la vez sean símbolo de la salvación de Dios al mundo, es decir, que sean sacramento de salvación. Para ello se hace imprescindible que la acogida en una mesa compartida por todos sea visibilizada de forma clara. Todos los excluidos sociales tienen cabida en la comunidad alternativa que es la Iglesia, como Jesús mismo les dijo: «Venid a mí todos los que estáis cansados y sobrecargados, y yo os daré descanso» (Mt 11, 28).
En la mesa postmoderna no caben nada más que la quinta parte de la humanidad, las otras cuatro quintas partes han quedado excluidas y esperan a la puerta, cual Lázaro, a que echemos los restos de nuestro banquete. La nueva mesa que crea la nueva comunidad tiene sitio precisamente para los que no caben en la mesa postmoderna, no se trata de una estrategia para incluirlos en el festín postmoderno, sino de una herramienta para crear una realidad paralela que muestra la validez de la alternativa y sustituya la excluyente realidad de la globalización. Esa comunidad en torno a la nueva mesa es el Reino de Dios que se hace presente a los hombres.
3 comentarios:
Aunque con dificultades internas, como ocurre en todo lo humano, las primeras comunidades cristianas fueron un signo de contraste para el mundo. Estoy de acuerdo en que hoy también tendría que ser así. Ocurre que hoy, a la hora de la práctica, las cosas son más complicadas, pero hay grupos cristianos, de distinto signo ideológico (lo digo para entendernos y no estoy pensando solo en la vida monástica o religiosa) que intentan vivir en el seno de sus grupos ese ideal del compartir todos los bienes, los espirituales y los materiales. En esos grupos la Eucaristia tiene otro sentido, se vive de otra manera. Ahí, en esos grupos es donde se edifica y crece la Iglesia. A mi gustaría que cuando se habla de Iglesia se pensase en esas realidades concretas y no en una masa amorfa y anónima o peor aún en los que mandan o se imaginan que mandan sobre esa masa. Como siempre tus artículos dan que pensar y tocan temas fundamentales no solo de la vida cristiana, sino sencillamente de una vida humana decente.
Las cosas no son tan fáciles como las expone el blogger. Estoy de acuerdo en que hay que avanzar hacia un mundo más justo, pero eso de que la iglesia puede ser el camino está por ver. Con la cantidad de escándalos que los curas están dando tanto en Irlanda como en otros sitios, no sé que se puede esperar de ellos. El abuso de niños no es amor cristiano y así no se puede hacer un mundo mejor.
Quizá son tiempos de " self service",que genera reuniones de mayor dinamismo, de gentes que dialogan , se pasean, comen, hablan con unos, con otros. La mesa no como lugar estático, sino que se crea allá dónde se van reuniendo los comensales. Unos entran, otros salen, otros bailan con la música que ameniza la reunión. Pluralismo dinámico. Circunferencia con el centro en ninguna parte. Saludos
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