Que Jesús fue un taumaturgo es algo que alcanza hoy un consenso amplio. Hubiera sido muy difícil el impacto que tuvo si no fuera porque tenía esa capacidad de sanar a las personas que sufrían, pero es necesario establecer una diferencia entre curar la enfermedad y sanar el mal. Hoy, la medicina tiende a curar la enfermedad sin percatarse en ocasiones del proceso complejo que supone, no teniendo como objetivo sanar el mal. Mientras la curación de la enfermedad es un proceso individual entre el que cura y el enfermo, en la sanación del mal se ve implicada toda la sociedad. Sanar el mal implica curar las causas sociales de la enfermedad; por lo tanto cambiar la sociedad. Lo veremos claro con un ejemplo en el que nos podemos dar cuenta como de la diferencia entre curar la enfermedad y sanar el mal. Se trata de la película Philadelphia (Jonathan Demme, 1993) donde el protagonista, Tom Hanks, que trabaja para un prestigioso bufete de abogados, contrae el sida fruto de sus relaciones homosexuales. La enfermedad del sida era incurable en aquel momento, por lo que no se planteaba el problema de curar la enfermedad por ser imposible. El problema se refería a sanar el mal que estaba sufriendo el protagonista: al despido de la empresa por contraer el sida por vía homosexual se une la discriminación social. El mal puede sanarse aunque la enfermedad no pueda ser curada. El protagonista muere aunque el mal infligido ha sido sanado por la justicia, pero sobre todo por su pareja gay y su familia que le dan todo el apoyo, cariño y comprensión.
En esta distinción es donde nosotros situamos los milagros de Jesús. Nos interesa más la sanación del mal social y personal que lleva a cabo que la curación efectiva de las enfermedades. No negamos las últimas pero consideramos infinitamente más significativa la primera. Veámoslo con algunos ejemplos tomados de los evangelios que, puestos en relación con el contexto nos pueden iluminar sobre el significado que tenían los milagros de Jesús: su significado estriba en que la sanación es para cambiar la sociedad y no para reintegrar en ella al enfermo sin modificar nada. Lo importante en la sanación no es únicamente que se lleve a cabo, también el significado que tiene, en términos evangélicos en nombre de quién se hace. No es lo mismo la sanación en nombre de un reputado médico que en nombre de una sociedad mejor y más justa, como es el caso de Jesús, que lo hace en nombre del Reino: “si yo hago esto es que el Reino ha llegado a vosotros”. Por eso puede Jesús entablar una lucha contra el mal que se ha instalado en la saciedad y sanar ese mal desde su propia raíz. Para ello, Jesús exorcizaba los espíritus inmundos o demonios de la gente. En el caso de Mc 1, 24: «¿Qué tenemos nosotros contigo, Jesús de Nazaret? ¿Has venido a destruirnos? Sé quién eres tú: el Santo de Dios». El demonio se expresa en plural sabiendo que Jesús entabla una lucha contra ellos. Jesús les manda callar y les hace salir del hombre poseído. Podríamos entenderlo como unas voces internas que han robado la palabra al hombre y se han apropiado de él. Han sustituido su pensamiento, su habla y su ser por el de los demonios, es decir, lo han colonizado, esto significa socialmente la posesión.
Por tanto, hemos de sanar el mal antes que curar enfermedades, porque es el mal social el que ha colonizado las conciencias de los hombres y les impide vivir en un mundo de justicia, misericordia, paz y armonía con la naturaleza. Si no sanamos este mal de raíz nos veremos ante una situación límite en breve tiempo. Hemos de enfrentar el mal, como Jesús lo hizo, arrostrando el peligro de la cruz.
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