Para desengrasar un poco los dos últimos post vamos a tocar el tema más actual y menos debatido en los medios oficiales y oficiosos de este mundo que nos toca vivir. Resulta que el modelo económico está muerto y anda por ahí deambulando cual zombi en busca de seres vivos a los que arrebatar su preciado botín y todos nosotros seguimos como si tal cosa, como si nada hubiera pasado, como si una hecatombe mundial no hubiera acontecido. No termino de comprender que todos los economistas estuvieran de acuerdo hasta antesdeayer en que nos encontrábamos en la peor crisis económica desde la del 29, y que hoy estemos a puntito de salir de la misma, y que incluso estemos haciendo previsiones para cuando salgamos definitivamente. Alguien todavía no se ha enterado que los bancos han saneado sus cuentas con dineros públicos tomados a préstamos de nuestros bisnietos, porque nuestros nietos ya los teníamos endeudados; que nuestro nivel de endueudamiento supera tres veces aquello que tenemos; que nos hemos dedicado a comprar con dinero que no teníamos, cosas que no necesitábamos para alardear de aquello que no éramos; que necesitamos tres planetas tierra para continuar con este nivel de despilfarro; que los océanos se mueren irremediablemente gracias a los altísimos niveles de CO2 que aumentan la acidez del agua, destruyendo las conchas de los moluscos y bibalbos y por tanto rompiendo la cadena trófica en los mares; que los glaciares se derriten cada vez más rápido, con el riesgo añadido de posibles tsunamis en el Himalaya donde los glaciares se han convertido en enormes lagos que pueden romper los diques y arrasar las poblaciones que se encuentran debajo; que la destrucción de los bosques tropicales para la producción de agrocombustibles está llegando a límites de no retorno; que... en fin, que alguien debería gritar aquello de ¡el rey está desnudo! a ver si nos damos cuenta de una puñetera vez de que estamos destruyendo este precioso mundo que se nos ha dado como regalo para nosotros y las generaciones futuras y que no podemos seguir como si nada estuviera sucediendo.
Quiero recordar las palabras que Hans Jonas expusiera en su magnífica obra de 1976: " Obra de tal modo que los efectos de tu acción sean compatibles con la permanencia de una vida humana auténtica en la tierra; o expresado de modo negativo: obra de tal modo que los efectos de tu acción no sean destructivos para la futura posibilidad de esa vida; o simplemente: no pongas en peligro las condiciones de la continuidad indefinidad de la humanidad en la tierra, o formulado una vez más positivamente: incluye en tu elección presente, como objeto también de tu querer, la futura integridad del hombre" (El principio de responsabilidad, Barcelona 1995, 40). Son sus famosos "nuevos imperativos categóricos" que creo que deberían ser convertidos en ley y castigados con la pena de muerte para quien no los cumpla. No estamos ahora para idioteces liberales, estamos en la era de las consecuencias y cualquier error individual lo pagaremos caro todos.
4 comentarios:
Como bien dices el tema del futuro del planeta es más actual y menos debatido (aunque esto último se podría matizar: depende de quienes debaten) que las cuestiones teológicas que ocuparon los anteriores posts. Con lo planteado en el presente post nos jugamos la supervivencia, la nuestra y la de nuestros hijos. Con las cuestiones teológicas de los anteriores está en juego la correcta comprensión de la fe y el sentido que le queremos dar a la vida. Todo es importante y todo está relacionado.
Pero si el rey recupera su vestido, ¿no quedaría al descubierto algún lunar incómodo, no solamente bancario? Al fin y al cabo, no serán sus intereses los que presagien el final de esta crisis.
A lo mejor podríamos modificar la famosa máxima diciendo “trata a la naturaleza como te gustaría ser tratado a ti”. Porque de hecho va a ocurrir así: si la machacamos, a la larga nosotros seremos los perjudicados en un futuro. Y quizá ya no tan a la larga.
Probablemente se pretende que el rey recupere su vestido, no para tapar las partes pudendas, sino para encubrir el resto. Quizás sea más pudoroso de lo que creemos y prefiera que se vea demasiado como para que nadie se fije en nada concreto.
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