martes, 20 de octubre de 2009

La "maldad" de Dios

Pero Dios también negó la bondad de la acción de su Hijo. Podría haber quedado como un subterfugio para teólogos que Dios abandonara la bondad en sí mismo pero permaneciera la bondad de la acción. Si así hubiera sido estaría justificado el crucificarse a sí mismo y adorarse a sí mismo en la cruz, es decir, crearnos a nosotros mismos como el nuevo Dios Bueno al que adoramos. Si el Dios verdadero ha abandonado la bondad y nos la ha dejado en su acción en la cruz, nosotros podemos crear ese buen-dios en nosotros mismos y adorarlo. Pero no, este subterfugio también ha sido imposibilitado, la cruz es salvífica en tanto que todas las posibilidades de idolatría han muerto allí, la penúltima posibilidad, la de la bondad de la cruz también. La cruz es horrible, es el lugar del máximo horror que la humanidad puede crear, es el instrumento de tortura del Imperio, el medio de sometimiento de los seres humanos. No hay bondad en la acción de Jesús en la cruz. Cristo eligió la cruz como única forma de cumplir la voluntad de Dios de abandonarse definitivamente sin dejar coartadas a los hombres. La cruz es un magnum mysterium iniquitatis, no un arbor salutis. En la cruz, Dios negó la bondad de la acción de su Hijo. La última posibilidad de idolatrar también es negada por Dios: Dios ha negado la fe en el bien. La única forma de no adorar ídolos es no endiosarse a sí mismo. Si Dios se niega hasta el final, nosotros no podemos mantener la fe en nuestras pequeñas necesidades. La fe en el bien es la última de estas necesidades. Queremos creer que el bien está por encima del mal, que el bien triunfa, que el bien debe ser realizado y mantenido más allá de toda esperanza. Creemos en el sentido de la vida porque el bien vencerá.

Dios nos ha enseñado en la cruz de su Hijo que el bien no vence, que el bien ha muerto en esa misma cruz, que todos los bienes humanos desaparecen ante el monumento de la injusticia del mundo. Todo es mera ilusión ante los millones de pequeños que mueren por falta de lo que a nosotros sobra. Por hacer el bien se han cometido las mayores atrocidades de la historia. Esa es la razón de que la fe en el bien deba morir. Nuestra fe no está dirigida al bien, no reside en la acción bondadosa de Dios o de los hombres, como creía Camus. Eso es mera idolatría, adoración de un ídolo creado por nosotros para no afrontar virilmente el sin-sentido de la vida. Nuestra fe es una rebelión contra el mal, de la misma manera que la rebeldía de Dios contra sí mismo posibilitó la creación, la fe como rebeldía contra el mal y el sin-sentido de la vida, crea la posibilidad de una verdadera vida más allá de los subterfugios, más allá de las máscaras, más allá del bien y del mal. La fe es la vida en el amor, en el amor que es Dios mismo: Dios no es bueno; Dios no es malo; Dios vive en el amor… creer en Dios es vivir más allá del bien y del mal.

Dios murió en la cruz para dársenos como Espíritu: la Iglesia posee el Espíritu que continúa la obra negadora de Dios, la obra posibilitadora de vida más allá de la cruz. La Iglesia nace de la experiencia de la cruz cuando esta ha sido negada como portadora de salvación. La cruz es símbolo de la muerte pero también símbolo de la muerte de la idolatría. La voluntad salvífica de Dios reside en la resurrección. La resurrección es la recuperación de Dios mismo más allá del bien y del mal. La Iglesia es la prolongación de esta obra salvífica divina mediante la negación de sí mismo y la vida en el amor.

13 comentarios:

Martín Gelabert dijo...

Anunciabas otro post que vendría a "empeorar" las cosas. Y ahí está. Me parece que tenemos un problema con el lenguaje, aunque darle vueltas a las palabras, incluso retorcer las palabras, puede ayudar a clarificar el pensamiento y a abrir nuevas perspectivas. Si bueno significa bondadoso, es posible que Dios no responda a los parámetros humanos de lo bondadoso. Si malo significa tortura, está claro que la cruz es malísima. Tambien me parece evidente que Dios está "más allá" y que en la cruz desaparece la última posibilidad de idolatría, incluida la idolatría de la cruz. Que el bien no triunfa en este mundo, claro que no. Este triunfo es escatológico. Que en nombre del bien se han cometido y se siguen cometiendo las mayores atrocidades, claro que si. Que el Espíritu de Jesús nos mueve a rebelarnos contra el mal, evidentemente. Esta vida es una lucha, un combate, en la que no tenemos asegurado el triunfo. Incluso si somos buenos cristianos lo que tenemos asegurado es la persecución y el martirio. Algo de eso dice la primera carta de Pedro.
Bernardo, aprecio tu reflexión, no hace falta que lo diga. Reflexión digna del comienzo de un coloquio. No sé si todos te seguirán. Pero no escribimos, yo al menos, para que nos sigan, sino para que nos lean. Y también para provocar la reflexión y el pensamiento en otros, aunque no coincida con el nuestro. Gracias y un abrazo.

Bernardo Pérez Andreo dijo...

Te dije que habría un empeoramiento de las cosas. Vengo intentando retorcer el lenguaje desde varios años, tanto en mis clases como en mis escritos, como medio para poder comprender o asumir ese misterio que tú mismo indicas que es indescifrable. El lenguaje, como indicaran los grandes desconstructores, ha nacido marcado por la ideología occidental y hay que torturarlo con el fin de que exprese lo imposible. Sé que tú haces lo posible, y se puede ver en tus libros, para que la fe se exprese en estos tiempos con su propio lenguaje. Lo haces magníficamente junto con otros a los que leo y sigo, pero yo no sé hacer eso. A mí lo que me sale es el forzamiento del lenguaje y del pensamiento para expresar el misterio que intento vivir. No pretende ser seguido, pero sí he notado siempre que lo que digo no deja indiferente. Incluso mis detractores deben enfrentarse con lo que digo, no es suficiente con descalificarlo y obviarlo. Por algo será.
Sabes que tus reflexiones me provocan más aún y me ayudan y las agradezco tanto como tu amistad desde posiciones diversas pero fraternas.

Martín Gelabert dijo...

En la fealdad de la muerte de Jesús se descubre el desorden del mundo. En la belleza de su vida -autenticidad, intimidad de relaciones humanas y con el Padre, capacidad de asociación comunitaria, poder terapéutico para el cuerpo y para el espíritu, comunidad de mesa como anticipo de una sociedad alternativa según el proyecto de Dios, vida nueva de resucitado- se revela la nueva creación. Y gracias por todo.

carmen dijo...

me ha interesado mucho este articulo.
y creo que lo enfoca de lleno, pero creo que eso tiene que ver con que usted, de algun modo al decir lo que piensa en algun que otro articulo, piensay se basa en algo que le haya ocurrido en la vida real.
¿Podría ser?

Bernardo Pérez Andreo dijo...

Qué es real. ¿que los niños mueran de hambre cuando sobra abundantemente? Sí, mis reflexiones nacen de vivencias reales, aunque yo no las haya sufrido. Por eso lo expreso de esta manera, porque casi las vivo.

Anónimo dijo...

No me parece correcto decir que la iglesia es la prolongación de la obra salvífica de Dios, mediante la negación de sí misma y la vida en el amor... la Costra (la gran Costra) de la que no hace mucho hablamos, le ha hecho a la iglesia separarse de la negación propia del bien, es más la iglesia se declara como la única portadora del bien universal (oído en misa... que aun se le da la oportunidad de ser escuchada...), y tampoco podemos negar la maravillosa vida en amor que la iglesia ejemplifica con sus líderes comiendo langosta mientras sus fieles y no tan fieles se comen las cáscaras...

Anónimo dijo...

Bernardo, le leo, pero no le sigo. Hay un algo de embrollo en el lenguaje que embrolla el mensaje, que en sí es simple y sencillo. Cuestión de esquemas mentales, o de exceso de palabras, de dialécticas herméticas que complican en vez de simplificar. Dios es simple. En todo caso gracias.

Bernardo Pérez Andreo dijo...

Debe entender el ser como un "deber ser". Porque la Iglesia universal, la que ha nacido de la voluntad amorosa de Dios, la que tiene su comienzo en el justo Abel, la que ha recorrido con los hombres el camino de la injusticia y luchado codo con codo, esa Iglesia sí es la continuación de la obra salvífica de Dios. La otra iglesia, con minúscula, la que se da banquetes y se codea con banqueros, esa no es prolongación nada más que de este mundo. Pero ya sabemos que la Iglesia es una Casta Meretrix.
Gracias y saludos

Bernardo Pérez Andreo dijo...

Estimado anónimo, me alegro que me lea y no siga. Hay que seguir a Jesús y no a mí. Mis reflexiones son un esfuerzo por entender un misterio que es sencillo, mas no simple, y que el lenguaje lo ha puesto un poquito más difícil. Desde los primeros griegos ya se dieron cuenta que el problema estaba en el lenguaje, es decir, en la comunicación, que es tanto como decir en la comunión.
Muchas gracias por leerme y por su amabilidad.

Anónimo dijo...

Gracias por su respuesta. "No le sigo": no como persona,- intuyo profundas diferencias de todo tipo sobre todo espirituales, sino que sus articulos son como clases magistrales, y esto es un blog. La gente joven diría un verdadero "ladrillo". Sinceramente, algunos como este,no termino de leerlos. Dicho sin acritud. Un cordial saludo

Bernardo Pérez Andreo dijo...

Es un signo de los tiempos que la reflexión deba darse en pequeñísimas dosis y rebajadas con gran cantidad de aditamentos. Intento no plegarme a eso, entre otras cosas porque mi experiencia docente me demuestra que los alumnos sólo pueden devolver lo que el profesor da y que si lo dado es poco lo devuelto es nada. Siempre considero a mis alumnos y amis lectores como inteligentes y así los trato tanto en mis clases como en el blog, que es una prolongación de las mismas, aunque aseguro que los alumnos se ríen bastante en ellas, pero también piensan.
Gracias por aguantar el ladrillo.

Desiderio dijo...

Una duda: cuando Jesucristo decide, libremente, caminar hacia la cruz… ¿no es eso un acto bueno? Independientemente de que, como dices, la cruz es una barbaridad, y que ella en sí misma no vale nada, salvo como un medio para conseguir la salvación, ya digo, independientemente del horror de la cruz, ¿no es ese acto de Jesucristo de aceptarla radicalmente bueno? ¿No habría que matizar una diferencia entre el bien como ídolo —que como muy bien dices puede convertirse en algo atroz— y el verdadero bien del creador?
¡Ánimo con el ladrillo, anónimo!

Bernardo Pérez Andreo dijo...

Como muy bien apuntó Martín, se trata de un problema, en parte, lingüístico, pero también de exégesis. Tu pregunta plantea el núcleo del problema de la cruz. Pablo diría que el acto de elegir la cruz es una locura o una necedad. Si eres griego, una necedad, porque la cruz supone separarte del mundo tal como es entendido; si eres judío es una locura, porque sólo vas a sacar la muerte, es preferible pactar con el enemigo, como siempre hicieron los jefes de los judíos. Desde la perspectiva paulina es el acto sumo de la entrega amorosa, es un acto de amor, no de bondad.
Ahora bien, cuando tú hablas de bondad, lo haces desde un contexto muy concreto de pensamiento, el occidental cristianizado. En este contexto se considera bueno un acto o una intención según el efecto socialmente aceptado del mismo. De esta manera se califica como buena la acción de una ONG o la de algún ser "caritativo". Este tipo de bondad es la que niego a Dios, porque el Amor está más allá de esto. Te pongo un ejemplo: todo el mundo coincide en lo "buenas" que son las acciones de las ONGs, pero nadie aceptaría como "buena" una acción de boicot a un sujpermercado o una multinacional, como hace José Bové. Sin embargo, sus acciones implican mucho más amor que las de las ONGs. Y me voy a atrver a ir más allá y me voy a mojar más aún de lo que lo he hecho ya. A veces la violencia, que todos consideran "mala", puede ser un gran acto de amor, como lo explica Zizek en un libro "malo" de los suyos (El frágil Absoluto o ¿por que merece la pena luchar por el legado cristiano?, Pretextos, Valencia.)
La justificación del magnicidio y de la guerra justa irían por este camino. Lo que importa, querido Desiderio, es el amor y no la bondad. Con el bien no se llega al Reino, sólo se hacen pactos y subterfugios. Las palabras que atribuyen a Jesús son claras: no he venido a traer paz sino guerra... he venido a traer fuego y qué quiero sino que arda.
Este fuego es el que me consume.
Un abrazo

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