martes, 22 de diciembre de 2009

El hambre y la mirada

Las fechas en las que nos han sumergido las luces de las calles y las imágenes televisivas se pueden resumir con el subtítulo de un libro de de Alba Rico: "dialéctica del hambre y la mirada". Cuantos más objetos se ofrecen a la mirada, más aumenta el hambre del ser humano, de modo que la saciedad no puede conseguirse y el hambre en la sociedad opulenta se vuelve crónica e inasible. A mayor consumo, más hambre; a más hambre, más necesidad de satisfacerla; a mayor satisfacción del hambre, mayor necesidad de consumir. Y vuelta a empezar del bucle autodestructivo del modelo de desarrollo que nos han impuesto y que no tiene visos de ser sustituido por otro más humano y ecológico.
Gracias a El Corte Inglés sabemos cuando es Navidad, qué tenemos que comprar, cómo debemos comportarnos, cuáles son los regalos más apropiados y cuáles los sentimientos que debemos experimentar: solidaridad, amor, amistad, fraternidad... pero todo ello marcado por el reloj del consumo. El hambre no se sacia sino que se multiplica con los distintos spots y engullir productos no hace sino incentivar la carencia de este ser humano lleno de nada que es el hombre de la sociedad capitalista postmoderna. Aquí, la mirada juega el papel de incentivador del hambre, proporcionando las imágenes de lo que debe saciar nuestra famélica alma de consumidores compulsivos. Nada puede llenar el ojo bulímico, ni la visión ávida de las cosas que suplen el sentido del ser del hombre: el hambre es el hombre, su esencia más profunda. Cuando Adán y Eva se saciaron pudieron verse desnudos y avergonzarse, pero sólo entonces su mirada se torna bulímica y ansía lo que no debe ser comido, consumido, destruido.
Desgraciadamente sólo nos queda la revolución, pero esta vez debe ser una revolución personal, no individual, sino desde el centro de la persona. Debe comenzar por un ascetismo extremo capaz de ayunar de mirada. El verdadero mal de la sociedad capitalista empieza por mirar los objetos con avidez destructiva, por ello la revolución debe ser un cambio en la mirada: mirar los objetos como "cosas", es decir, como entes con realidad propia y no mediada por el sujeto. Este ayuno de la mirada nos debe conducir a renunciar, al ayuno de productos y a la recolocación de los mismos en un orden nuevo. De hacer esto, el capitalismo caerá por sus propios pies, sin necesidad de ejercer más violencia que la ejercida contra el alma del ser atrapado en la dialéctica del hambre y la mirada.
Deseo una feliz fiesta de la Encarnación (como diría Gelabert) y de la Epifanía. La Encarnación que supone la asunción, no la apropiación de la humanidad por Dios; y la Epifanía que deviene la apertura del ser mismo de Dios en tanto que renuncia y "ayuno" de sus atributos.

2 comentarios:

Martín dijo...

Estoy de acuerdo. Tenemos un problema con la mirada. El misterio de la Encarnación nos ayuda no solo a realizar un ayuno de mirada a lo innecesario sino a un cambio de mirada hacia el ser humano, sobre todo el necesitado. Yo añadiría más: nuestro modo de mirar al hermano es el verdadero test para saber si hemos comprendido el misterio de un Dios que se solidariza hasta más no poder con el ser humano.

Desiderio dijo...

Me quedo con esta frase: “Nada puede llenar el ojo bulímico, ni la visión ávida de las cosas que suplen el sentido del ser del hombre: el hambre es el hombre, su esencia más profunda”. No puedo estar más de acuerdo: cuando dirigimos nuestra mirada hacia ese exterior de neón, cuando tenemos necesidad de estos mensajes “navideños”, quiere decir que estamos desenfocados. Buscamos llenarnos con algo que no hace más que vaciarnos y distanciarnos de aquello que de verdad nos puede llenar. Necesitamos ruido, bullicio, cosas, colores, luces,… pues es el único modo de llenar nuestro vacío interior. ¡Cuánta gente sigue pensando que en Navidad tenemos que vivir con esa felicidad sensiblera con la que nos adoctrinan desde la publicidad! ¡Y cuántos problemas a nivel personal dan el no estar a la altura de lo que el Corte Inglés espera de nosotros! Si no estamos en la familia perfecta, con el estado de ánimo adecuado, tendemos a sentirnos fuera de juego, como unos bichos raros. ¿No será que la verdadera Navidad se encuentra cuando dejamos todo eso al margen? En fin, que el Señor nos ayude a tener verdadera hambre de Él; y que nuestra mirada se dirija sólo a Él, y al prójimo desde Él. Un abrazo.

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