Según las mismas palabras que los evangelios ponen en boca de Jesús, lo esencial es la búsqueda del Reino y su justicia, pues lo demás se nos dará por añadidura. Algunos siguen buscando lo demás a ver si se les da el Reino por añadidura, pero es imposible. Se trata de seguir trabajando en la consecución del Reino, aunque sea una utopía para algunos. La utopía del Reino no estriba en que el mismo no tenga un lugar, que es lo que quiere decir la literalidad de la palabra “utopía” (u-topos, sin lugar), sino en que es un lugar por construir, sin “residencia fija” como expresara Jesús acerca del Hijo del Hombre. La Iglesia debe situarse entre esa utopía del Reino y el Esjaton final. Entre Escatología y Utopía está el ser eclesial. Como el Niño “entre el buey y la mula”, así la Iglesia entre la Escatología y la Utopía, se verá reforzada, calentada, animada a seguir en este mundo construyendo el otro, el Reino de justicia, amor, misericordia y caridad.
Todas las utopías humanas, desde los albores de la modernidad en el siglo XV, no son sino la secularización de posiciones cristianas que fueron abandonados por sus legítimos dueños. Es decir, cuando el cristianismo abandona su vertiente escatológica, dejando de aportar esperanza a un mundo cargado de injusticia, son las realidades humanas las que se hacen cargo de esta esperanza secularizándola mediante propuestas utópicas. Si hacemos un rastreo histórico de la esperanza humana nos encontramos con los espirituales nacidos en la gran Tradición franciscana. El poverello está en el origen, de algún modo, de muchas de las propuestas utópicas seculares, aunque fue Joaquín de Fiore el que adaptó la escatología cristiana a una visión histórica con sus famosas edades del espíritu. A raíz de la condena del joaquinismo por la Iglesia, serán otros los que retomen esta potencia de cambio histórico y lo secularicen en los distintos proyectos utópicos modernos, llegando incluso al marxismo como uno de los más importantes.
Lo importante para nosotros es comprender que la esperanza es un motor que Dios mismo introdujo en la esencia más íntima del ser humano y que si los cristianos no somos capaces de dar esperanza a este mundo, otros lo harán y harán bien en hacerlo porque nuestra tarea no es permanecer en este mundo sino transformarlo para que adquiera la forma divina a la que está llamado. La Iglesia tiene esta alta misión de llevar la esperanza al mundo en el nombre de Dios y no de anunciarse a sí misma al mundo como si ella misma fuera la salvación, que es la imagen que a veces damos los cristianos. No, la salvación es Dios, no la Iglesia, nosotros somos los instrumentos para que el mundo viva el amor y la salvación de Dios. Por ello hemos de vivir siempre en tensión escatológica, aportando esperanza y viviendo la utopía del Evangelio, la Eutopía, es decir, el buen-lugar del Reino de Dios.
*La imagen corresponde a una barca del siglo I encontrada en los lodos del Mar de Galilea. Algunos dicen que fue la barca de Jesús, pero aunque no lo fuera tiene un gran poder metafórico.
1 comentario:
Utopía y esperanza son instancias críticas que nos impelen a poner las condiciones necesarias para su realización. La diferencia entre espera y esperanza está ahí: la primera es pasiva, la segunda es activa; la primera no considera las posibilidades de que llegue lo esperado, la segunda es realista, analiza posibilidades, se apoya en quién puede hacer reales estas posibilidades y despierta la fortaleza necesaria para colaborar en la consecución de lo esperado. Igualmente la utopia. Es un "no lugar" en línea con lo que tú dices del Hijo del hombre, pero es una crítica de la realidad existente en tantos lugares para que en estos lugares se produzcan cambios en línea con lo que exige la utopía. No me resisto a no decir que una de las virtudes más necesarias hoy en la sociedad y en la Iglesia es la esperanza.
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