domingo, 14 de febrero de 2010

Radicales por el Reino

Este sábado estuve en la Asamblea anual de Confer de Murcia para impartir una conferencia con el título "La misión del laicado y la vida religiosa en el mundo de hoy". Como es lógico los asistentes eran todos religiosos y religiosas, más estas últimas como siempre en la Iglesia, y por tanto personas comprometidas en su vida y en su fe. Es decir, tenía ante mí un grupo de personas radicales, que habían hecho una opción de vida que va a la raíz de lo que supone ser humano. Esta opción de vida se entendió durante muchos siglos en la Iglesia como la adopción de los "consejos evangélicos" que se resumen en los conocidos votos: pobreza, obediencia y castidad. Durante mucho tiempo los cristianos "normales" debían cumplir los mandamientos, y sólo los que hacían una elección más profunda, debían cumplir con los "consejos evangélicos". Esto, además de ser erróneo en sí mismo, es fruto de una perspectiva dualista dentro del cristianismo que podría resumirse como sigue: la Iglesia es una estructura paralela al mundo que existe para que este se salve; la salvación supone el abandono del mundo; algunos han llevado a cabo una opción total por la Iglesia y "abandonan" el mundo para sumarse al "Reino"; la Iglesia es el Reino de Dios; el mundo es el lugar donde reina el mal.

Como sabemos bien, el Concilio Vaticano II intentó acabar con esta esquizofrenia eclesial y resituar la salvación dentro del mundo y desde él mismo. La encarnación de Dios supone la valorización de todas las realidades creadas y la Iglesia tiene la misión de ser un sacramento de la salvación de Dios, no la salvación de Dios para el mundo. Desde esta otra perspectiva, todos en la Iglesia debemos hacer la opción radical por vivir el Evangelio, la Buena Noticia. Hemos de ser radicales en medio de un mundo en quiebra. Ante la injusticia lacerante de este mundo, donde 100.000 seres humanos mueren a diario de hambre, mientras una quinta parte derrocha sin miramientos, hemos de ser radicales en vivir la pobreza, la obediencia y la castidad. Pobreza en tanto que utilización de las cosas en beneficio de todos y como medios para la relación; obediencia entendida como la renuncia a mis propios deseos y veleidades como medio de crear una realidad más fraterna; y castidad entendida como la relación con los demás en tanto que seres dotados de dignidad, derechos y personalidad, no como objetos que satisfagan mis necesidades o deseos.

Visto así como exponemos, ya no tiene sentido la distinción entre laicado y vida religiosa en la Iglesia, distinción que pertenece a otro momento histórico, sino que todos hemos sido llamados a buscar el Reino de Dios y su Justicia. Sí mantiene su sentido el que algunos vivan su opción radical por el Reino desde unas nuevas relaciones familiares como son las órdenes religiosas. Esa "nueva familia" se parece mucho a la que Jesús mismo propugnó en su vida entre nosotros: una familia no basada en relaciones reproductivas sino afectivo-sociales. He aquí, a mi parecer, el valor que conservan las órdenes religiosas para el mundo de hoy, y la necesidad que tenemos de ellas en la Iglesia.

2 comentarios:

Martín dijo...

Estoy de acuerdo. Todos los cristianos estamos llamados al seguimiento de Cristo. La pobreza, la castidad y la obediencia es algo propio de todo cristiano. Pero hay estilos de vida diferentes y estos estilos de vida tienen valor sacramental: el matrimonio es un signo del amor de Cristo a su Iglesia; la vida religiosa un signo de que el único esposo de la Iglesia es Cristo. Y la forma de vivir en la vida religiosa la castidad, la pobreza y la obediencia es un modo peculiar que recuerda a todos los cristianos sus propias "obligaciones". Tu escrito incide en algunos aspectos de los "consejos" evangélicos importantísimos y, en ocasiones, poco destacados. Un abrazo

Anónimo dijo...

En el tiempo que nos ha tocado vivir la pregunta, a mi modo de ver, no se debería centrar tanto en la manera de seguir a Cristo sino en el propio hecho del seguimiento. Vivimos, caminamos poniendo un pié delante del otro sin pensar mucho en esos pasos... Las prisas, el afán por llegar, por llegar -además- el primero...
Tanto en la vida religiosa, como en la vida en pareja, como en la vida en soltería... lo que se impone es responder a qué es lo quiere Dios que haga hoy con mi vida y, como bien se dice en el comentario anterior, con un "estilo" de hacer las cosas. La cosa está muy clara: "En cómo os améis entre vosotros, reconocerán que sois mis discípulos"
Saludos,
i

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