jueves, 22 de abril de 2010

Sufro la Iglesia

Una de las personas que más han influido en mi vida de creyente ha sido y es Antonio López Baeza, sacerdote, poeta, místico, pero sobre todo amigo, hermano y compañero en la fe de tantos y tantos cristianos y no cristianos que hemos tenido la gracia de conocerlo. Unos por sus obras escritas, otros además por sus obras humanas, especialmente por su forma sutil de estar siempre ahí cuando los tiempos de la fe lo necesitan. Si digo que mi eclesiología, mi visión de la fe y de la Iglesia en el mundo, están en dependencia de lo que he vivido con él, me quedo corto. Gracias a Antonio he perseverado en una fe vislumbrada más allá de las realidades concretas de esta Iglesia que es sacramento universal de salvación pero que muchas veces se muestra al mundo como una realidad demasiado humana. En su presencia he podido atisbar una forma de ser iglesia que está en conexión profunda tanto con la vivencia de la fe de las primeras comunidades, realidad que he podido estudiar y explicar con detenimiento en clases y conferencias, como con los anhelos de un mundo que clama por la vida que Dios ha querido para sus hijos, eso que los cristianos denominamos con las mismas palabras que Jesús: el Reino de Dios.
Reconozco que en ocasiones se me hace cuesta arriba la afirmación del Credo: credo Ecclesiam. Se me hace difícil porque me ciega la visión de esa lógica imperial de la que la Iglesia se ha cargado en los siglos posteriores a la traición constantiniana y ha dejado una mácula de difícil eliminación. Es como si la Iglesia hubiera quedado herida por la lógica aplastante de este mundo y no supiera salir de ella. También se me hace difícil afirmar con el Credo porque la Iglesia es el lugar concreto de vivencia de la fe en la salvación de Dios que se construye en el Reino y muchas veces estos no puede verse. Los sectores más inmovilistas que intentaron frenar el Concilio Vaticano II son los que rigen y gobiernan los destinos de toda la barca del Señor y lo hacen con un visión muy estrecha de lo que es ser Iglesia, visión donde no caben ni los anhelos del mundo ni las ansias del Reino de los hijos de la Iglesia. Sin embargo, más allá de estas realidades tan humanas que pueblan la Iglesia, sigo teniendo fe en la Iglesia como signo de salvación levantado en lo alto del monte de gracia que es la voluntad amorosa divina; sigo creyendo que la Iglesia es el canal privilegiado de la gracia divina, a pesar de los que con más bien poco acierto la guían; sigo creyendo que la Iglesia mantiene la presencia de Jesús de Nazaret y está impulsada por el soplo irrefrenable del Espíritu del Resucitado.
Anotonio López Baeza lo dice mucho mejor que yo en un texto precioso y cargado de profecía, Llorar en la Iglesia. Allí nos dice: "llorar en la Iglesia, llorar por la Iglesia, es un hecho, hoy, que se multiplica, como tal vez nunca haya ocurrido en su ya larga historia". La realidad de tantos y tantos creyentes, y también no creyentes que lloran en y por la Iglesia, desborda lo que podemos llegar a pensar. Tantos que se han visto traicionados por ella, que han recibido una luz que luego han extinguido las realidades vividas y los anhelos apagados. Pero, concluye su bello texto Antonio: "aunque es de noche, sí, aunque es noche cerrada en muchos aspectos sociológicos y culturales de nuestra Iglesia Católica, amamos a esta Iglesia, Esposa del Verbo Encarnado; esta Iglesia, concreta y real, santa y pecadora, patria de la libertad para muchos y cárcel para no pocos espíritus rebeldes, insatisfechos, proféticos en su fidelidad a Jesús y su Evangelio".
Amamos a esta Iglesia, por eso sufrimos en esta Iglesia y sufrimos por esta Iglesia. Que no se equivoquen los que se tienen por dueños de la Iglesia y gustan de ocupar los primeros puestos, nosotros amamos a la Iglesia con un amor filial que ninguna lisonja hipócrita podrá igualar; amamos la Iglesia y de este amor nace nuestro sufrimiento, mostrando así la verdad de nuestra fe. Ahora sé que creo con hondura humana la Iglesia de Dios, ahora lo sé porque sufro la Iglesia.

7 comentarios:

Martín dijo...

"Credo sanctam Ecclesiam, sed non in illam credo, quia non Deum, sed convocatio vel congregatio christianorum et domus Dei est" (Bruno, obispo de Wurtzbourg, fallecido en 1045). Supongo que se entiende: "Yo no creo en la Iglesia, porque no es Dios". Yo creo en el Dios de Jesucristo que la Iglesia anuncia y que la Iglesia confiesa. Solo Dios merece ser creído.

Bernardo Pérez Andreo dijo...

La fe en la Iglesia está en conexión con la fe en el Espíritu Santo, porque sólo Dios es digno de fe, como bien dices. Pero la Iglesia es el sacramento de la salvación y el lugar por excelencia para vivir la fe, por eso es tan importante que pueda vivirse esa fe ahí. El Credo no dice "creo en la Iglesia" como sí se afirma de Dios, sino credo ecclesiam, que no es tan fácil de traducir al castellano.
Un saludo Martín

Anónimo dijo...

Hola Bernardo, soy Sergio, tu alumno en Filosofía Medieval de este año. Llevo tiempo queriendo participar en el blog pero no encuentro la forma de hacerlo. Voy a contar una pequeña experiencia personal, por si a alguien sirve. Me eduqué en una familia católica pero siendo adolescente no tenía fe alguna, simplemente buscaba la Verdad, y una de las formas de hacerlo era ir a misa los Domingos. Tenía un amigo, creyente, que me anunciaba el Evangelio y me animaba a seguir a Cristo. Recuerdo que una vez le comenté que no terminaba de entender, que a veces los sacerdotes, en sus homilías, decían cosas interesantes pero que otras decían sandeces (¡ahora sé que no todo lo que yo pensaba que eran sandeces lo eran verdaderamente!). Él se me quedó mirando con cara de perplejidad y me dijo que si quería él me grababa la homilía en un casette y así me ahorraba el esfuerzo de ir a misa. Tuvieron que pasar muchos años antes de que comprendiera esa escena y ¡bendito sea Dios que la comprendí! Mi vida ha cambiado radicalmente. Mi compromiso con la Verdad sigue incólume (¿cómo iba a ser menor ahora?) pero ya no paso noches sin dormir como a los quince años, pensando en cómo podrá sobrevivir una sociedad que para el acto más natural y cotidiano de beber un poco de agua malgasta tanta energía y matería prima, o cómo deberá ser el sistema económico en una sociedad para que no excluya al débil. ¡Dios mío, qué dimensión de la existencia tan nueva y misteriosa se abrió delante de mis ojos! Porque además también comprendí que de los que no podían tirar una piedra yo tenía que ser el primero en agachar la cabeza y salir corriendo. Desde entonces siento temor de hablar de Dios (de ahí mi temor a participar en el Blog). Un saludo a todos.

Desiderio dijo...

A veces es difícil percatarse de que no es que la Iglesia es demasiado humana, sino que efectivamente, es que la Iglesia es humana, como lo somos cada uno de nosotros. A mí me ocurre a menudo que me cuesta separar mi fe, de las personas que me acompañan en este camino espiritual, o que tienen importancia para mí en este sentido. Supongo que un pecado —cualquiera— no significa lo mismo para mí que lo haga un tercero desconocido, que alguien cercano y comprometido con la fe, o alguien que tenga puestos de relevancia en la Iglesia, en nuestra Iglesia. Supongo que esto está relacionado con el escándalo. Pero claro, todos somos personas, todos somos débiles, todos somos pecadores, y creo que así lo hemos de enfocar.
¿Acaso no era consciente de esto Jesucristo? ¿Acaso somos nosotros mejores que el lado humano de la Iglesia? Quizá no cometamos en nuestra vida pecados como los que comenten algunos miembros de la Iglesia, pero seguramente tampoco haremos ningún milagro ni ninguna obra santa como también los hacen sus miembros. No nos dejemos impresionar por las malas noticias: a poco que nos fijemos, son muchas más, muchísimas las buenas noticias de la Iglesia que las malas. Pero por desgracia, siempre tendremos que contar con algo de cizaña. ¿No ocurrió así con los mismos doce apóstoles? No sé yo si sería un tanto utópico pensar que ya no tendremos más cizaña. Por la condición humana, siempre la tendremos. Yo creo que nuestra esperanza no es que no haya cizaña, sino que ésta no vencerá, y que gracias al Espíritu será definitivamente superada.
Ya para acabar, simplemente comentar que me ha encantado el retrato de esta sociedad que ha hecho Sergio: « ¿Cómo podrá sobrevivir una sociedad que para el acto más natural y cotidiano de beber un poco de agua malgasta tanta energía y materia prima?». Pues sí, ¿cómo?

Miguel dijo...

Estimado Bernardo, no se puede decir que "sufro la Iglesia", por que eso es que no la amas y es una losa que te ha caído, es mejor sufro con la Iglesia, por que ese es el resultado de lo que Antonio López y otros muchos hombres y mujeres de Iglesia y por tanto de Dios, nos han enseñado a amar la Iglesia

Bernardo Pérez Andreo dijo...

Estimado Miguel:
Cuando utilizo el "sufro la iglesia" lo hago en el mismo sentido que en el Credo en latín decimos "credo ecclesiam". Con esta expresión, casi intraducible, queremos expresar no que creemos en la Iglesia, porque la Iglesia no es objeto de fe como sí lo es Dios, sino que la Iglesia es el lugar de la experiencia de la fe. Por eso no quiero utilizar el "sufro con la Iglesia", y mucho menos "sufro en la Iglesia". Ambas expresiones indicarían una distancia entre mi ser y la Iglesia que no se da, porque yo soy Iglesia. Por ello afirmo "yo sufro la Iglesia", para identificar mi ser Iglesia con mi experiencia eclesial de la fe.

Anónimo dijo...

Yo pienso k la Iglesia es un símbolo de unión, es un pilar que sustenta desde mucho tiempo atrás un gran legado.
Pero la Iglesia se desmorona me llena de tristeza mucho de los componentes k en ella se encuentran.
No quiero cuestionar que es lo que ha fallado pero deseo que debemos de volver a construir desde los cimientos esa unión que nos hace personas...vale la pena.
Un saludo.

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