viernes, 21 de mayo de 2010

Something is rotten in... Mississippi.

En el acto I de Hamlet, Marcelo suelta aquellas históricas palabras que han quedado para la posteridad como sinónimo de ocultas intenciones políticas que se cuecen tras las bambalinas públicas. Algo huele a podrido en Dinamarca es la expresión de que tras la aparente normalidad se esconde la corrupción y la mentira. En este caso que ahora nos ocupa, ambas cosas unidas a la ambición. La fuga de petróleo que BP no puede o no quiere controlar, huele bastante mal. En primer lugar porque nadie ha sido capaz aún de contrastar la dimensión de la catástrofe, aunque todos se temen lo peor. En segundo lugar, porque BP está haciendo todo lo posible por no perder el pozo, en lugar de tapar la fuga de una vez. Sabe que si tapa la fuga perderá los muchos millones que ha gastado en la prospección. En tercer y último lugar, porque nada se puede hacer ya para impedir que la agresión medioambiental global sea irreversible y catastrófica.

Lo urgente ahora es intentar paliar las consecuencias, pero también hay que preguntarse por las causas que nos han llevado a tamaña barbaridad ecológica, porque de no conocer las causas con exactitud podríamos vernos en situaciones similares en los próximos años, situaciones que podrían escaparse de las manos de la humanidad. Según todas las informaciones, BP, junto con el resto de petroleras, recibió permiso de la anterior administración americana para reducir las medidas de seguridad que están vigentes en las prospecciones petrolíferas a grandes profundidades. Esta reducción podría ser una de las causas, en todo caso concomitante a otras. La segunda es el permiso recibido de la actual administración para buscar petróleo más allá de donde ahora se obtiene. El motivo es fácil de adivinar: el pico del petróleo ha sido superado y este modelo de crecimiento económico necesita, como un yonki, su dosis de petróleo diaria. La tercera causa está vinculada a los límites del ser humano, límites que no quiere reconocer. Al parecer, la bolsa de petróleo que BP pinchó a más de 10.000 metros de profundidad, tenía una presión de salida diez veces superior a la habitual, en estas circunstancias hicieron el resto las carencias en la seguridad: las válvulas estallaron y el petróleo inundó la plataforma, provocando una explosión y la fuga incontrolada del crudo.

Estaríamos, por tanto, ante una situación que podría repetirse si se siguen haciendo prospecciones a tanta profundidad. Posiblemente se necesiten varios años para que la tecnología permita extraer el crudo con seguridad, pero esto implica un coste añadido y el encarecimiento de la materia prima. Los mercados internacionales están bastante nerviosos ante las noticias de que este puede ser el verdadero comienzo de una crisis aún peor que la financiera para el sistema económico global: la crisis energética. Lo puede ser porque en los últimos años no se han acometido las inversiones necesarias para desacoplarnos del petróleo y buscar alternativas energéticas sostenibles, pero también porque no estamos dispuestos a hacer lo único que salvará a la humanidad: el decrecimiento económico voluntario, es decir, consumir menos para vivir todos y, en el fondo, ser más felices, pero esto es harina de otro costal. De momento, algo huele mal en Mississippi.

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