Como saben los que leen este blog, tengo una especial querencia por ciertos científicos a los que recurro con frecuencia. Entre estos científicos tiene un lugar preeminente Frans de Waal, el primatólogo Holandés afincado en Estados Unidos. Sus propuestas científicas confirman mis posiciones teológicas, aunque quizás él mismo no compartiría mis propios postulados. De Waal es un científico de la más pura tradición europea con un cierto toque oriental en su metodología. Es hijo legítimo tanto de Tinbergen como de Lorenz, pero también está muy cerca, en una relación de filiación adoptiva, con Imanishi, el fundador de la etología japonesa y principal impulsor de una revolución científica que aún está por llegar a occidente. De los europeos adoptó de Waal la minuciosidad en la recogida de datos, la observación de los grupos y el amor por los animales; del japonés, un cierto aire filosófico de búsqueda de la armonía social. No es que de Waal renuncie a los principios del darwinismo, pero sabe muy bien que el darwinismo no deja de ser, en el fondo, una ideología cientifista de occidente, cuando se lo separa del riguroso método científico. Pero, precisamente, esto es lo que ha sucedido en occidente. La vulgata científica que se enseña en nuestros centros de estudio, aun en los universitarios, consta más bien de exageraciones y extrapolaciones pseudocientíficas, que de un riguroso compendio del saber acumulado en los dos últimos siglos. A saber, se enseña que existe una especie de ley natural por la que los individuos deben competir siempre y en todo y que sólo los más fuertes y violentos obtienen lo que desean. Es más, se enseña que esto es bueno y que de no ser así nunca habríamos llegado donde estamos. Más aún, se inculca a los alumnos que la sociedad debe repetir el modelo de aquella supuesta ley natural y que son las sociedades que se han impuesto a las demás las que tienen derecho a existir y disfrutar de los bienes del mundo. Por supuesto que esto último, que así dicho suena tan mal, se enseña mediante el currículum oculto del sistema educativo, es decir, es pura ideología.
Frans de Waal, en sus investigaciones con primates no cae en estos reduccionismo, aunque tampoco es tan iluso de pensar que él mismo no tiene prejuicios. Como científico serio, lo primero que hace es poner sus propios pre-juicios encima de la mesa, para ser consciente de ellos. Esto le ha llevado a buscar en otros lugares formas distintas de hacer lo mismo. Así, fue a Japón, donde ya conocía el magnífico trabajo de la escuela japonesa de etología y los estudios con los monos lavadores de patatas. Allí se dio cuenta de una cuestión muy importante hoy en el estudio de los animales y es que estos, dependiendo de la complejidad de sus grupos, tienen cultura. Sí, sí, cultura, con todas las letras. Es evidente que no poseen una cultura como la de Miguel de Cervantes o la de Einstein, pero su desarrollo social, especialmente en los primates, sólo puede darse gracias a la cultura. Es importante aquí que definamos lo que se entiende por "cultura", porque ciertos científicos y filósofos definen de tal manera la cultura que en la definición estarían excluidos el 99% de los humanos. Según de Waal, "la cultura es una forma de vida compartida por los miembros de un grupo que engloba los conocimientos, costumbres y destrezas, además de las tendencias y preferencias subyacentes. El hecho de aprender de otro es un requisito fundamental, no pudiendo aplicarse el concepto a los conocimientos adquiridos por sí solos con facilidad" (El simio y el aprendiz de sushi, 38). Visto así, los rudimentos de lo que entendemos por cultura están en casi todas las especies, subiendo el grado según subimos en la escala evolutiva. En los grupos de primates es especialmente evidente y eso nos lleva a la consideración de lo que se entiende por conciencia en el individuo.
A esta forma de entender a los animales, de Waal la denomina "darwinstotelismo", porque unifica las intuiciones de Aristóteles y las investigaciones de Darwin. Es una manera de suavizar las rígidas posiciones cientifistas actuales, dependientes del secular dualismo occidental, que niegan a los animales lo que todos vemos a diario en ellos: que se parecen mucho a nosotros. Pero la escuela japonesa que depende de Imanashi, va más lejos y afirma que "cuando llegue el momento, todos los individuos cambiarán de forma simultánea", es decir, que la evolución, en ocasiones, desemboca en la revolución. Esto se parece mucho a la posición que tanto han criticado a Jay Gould de la evolución puntuada, o que la evolución avanza a golpes rápidos seguidos de largos periodos de aparente parada.
A mí me gusta pensar que cuando se produce una acumulación suficiente de fuerzas y esfuerzos conjuntos, unidos a la necesidad imperiosa, las especies revolucionan, no evolucionan. Debe darse una especie de "masa crítica" evolutiva para que esto sucede, pero cuando acontece, los sucesos son imparables. No estaría nada mal que esto mismo sucediera en el ámbito del espíritu y resulte que Chardin tenía razón, junto con el Evangelio, produciéndose un cambio de mentalidad, una metanoia en la humanidad. Creo y espero que esto esté sucediendo en la actualidad. La cuestión es si estamos preparados para la re-volución o seremos una vía muerta más del proceso evolutivo.
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