A las alturas de siglo y milenio en las que nos encontramos no sabe uno cómo podremos salir del atolladero en el que nos hemos metido nosotros solitos. Y digo que hemos sido nosotros solitos con la clara intención de que nadie se salga por la tangente o por la secante. Ni Dios tiene la culpa, culpita, culpa de lo que sucede, ni es el vil destino que nos atenaza y nos impide levantar cabeza. Nada de eso, ha sido por mi culpa, por mi culpa, por mi grandísima culpa, la de cada hijo de vecino que se ha acostumbrado a tenerlo todo y tenerlo ya mismo. I wan it all, i want it now, que decía Queen. Pero es que no tenemos arreglo, diría el otro. Somos egoístas por naturaleza, hijos de Eva y de Caín. Así es que, p'a qué hacer na. Que gire la rueda, comamos, bebamos y... y que nos quiten lo bailao.
¡Ojalá fuera la cosa tan fácil! Cuando uno tiene hijos quisiera que pudieran disfrutar de este planeta hasta dejarlo en condiciones a sus hijos, y así hasta el día del Juicio, que sea cuando Dios quiera y nos pille confesados. También querría uno, que se tiene por bien nacido, que los hijos de los demás puedan vivir como los suyos y no tener que asistir a las siempre lacerantes imágenes de niños que sufren tras las inundaciones o los terremotos. Que no tenga que partírsele el alma porque en los ojos de ese niño que llora su desesperación en televisión vea el reflejo de la sonrisa de su propio hijo que duerme inocente sin imaginar la enorme desdicha de tantos coetáneos suyos. Que no tenga que explicarle al niño que interroga que hay gente que no es capaz de aliviar el sufrimiento de otros, aunque tenga dinero a espuertas; que hay algunos que incluso provocan esas situaciones con sus actos u omisiones; que no tenga que masticar su rabia porque no quiere que su hijo crezca resabiado con el mundo. En fin, que no tenga que ocultar tanto dolor que le invade ante tanta miseria que acompaña a tanto lujo.
En la sociedad que vivimos, mucho ya es insuficiente. Nos hemos acostumbrado al disfrute instantáneo, a la posesión de todo y al merecimiento desagradecido. Hemos olvidado que el mundo es un don, que nuestra propia vida es un regalo inmerecido y que cuanto nos rodea está ahí para ser compartido, porque sólo así se legitima su uso, posesión o disfrute. Hemos olvidado a base de hartazgo, que no tenemos ningún derecho a satisfacer nada supérfluo mientras 1250 millones de hermanos mueran de hambre. No queremos saber que cuanto aquí sobra es hijo de la muerte de tantos seres humanos que malviven para producirlo. Cerramos los ojos ante las evidencias que los desastres medioambientales provocan por causa de nuestro modelo de vida. Nosotros, simplemente, lo queremos todo ahora mismo y lo demás nada nos importa. No nos importa que las selvas primitivas de Borneo, las más antiguas que quedaban, estén a punto de desaparecer por el cultivo de aceite de palma para engordar nuestro productos alimenticios, nuestros tarros cosméticos o nuestros depósitos de combustible; no nos importa que el hambre en África no deje de aumentar por la política de gobiernos y multinacionales que no cesan de adquirir las tierras de cultivo para producir los tomates cherry o las lechugas iceberg que ponemos en nuestras mesas; no nos importa que los océanos sean saqueados por las grandes empresas de pesca que ponen en nuestros súper toda clase de productos listos para servir.
No nos importa o, peor aún, ya ni sabemos qué hacer. Cada vez nos parecemos más a Homer Simpson cuando, atiborrado de hambuerguesas y cerveza se quejaba amargamente de su impotencia ante las empresas de comida basura. Lo queremos todo y lo queremos ya.
3 comentarios:
Pues sí Bernardo, coincido totalmente. Hace ya bastantes años acudí a una charla de Aquilino Polaino, y comentaba que vivíamos en la sociedad del clic, esto es, de lo instantáneo. Educamos a nuestros hijos y nos educamos a nosotros mismos para tenerlo todo, y tenerlo ya, sin plantearnos ni consecuencias ni nada. Hay que volver a la educación en la austeridad, en la humildad de quien se sabe que no es dueño de nada, en todo caso administrador de algo que le ha sido regalado y que tendrá que dejar reponsablemente en las mejores condiciones a los que vengan detrás. Y entiendo que tenemos que empezar esa tarea ya, desde nosotros mismos. A menudo los errores que vemos en esta juventud nuestra no son más que los nuestros, los que les hemos transmitido, y ni siquiera somos capaces de ver esto, porque cualquier reflexión sobre algo es una tarea que nos supera y desborda. Tendemos a huir de cualquier reflexión, de cualquier introspección. Si confundimos felicidad con bienestar, con 'estar bien con uno mismo', con 'sentirme bien', ¿cómo nos vamos a preocupar por esas otras realidades que comentas en el post? Cuanto más lejos las tenga mejor, pues si entro en contacto con ellas lo único que hacen es enturbiar mi castillo de cristal. Los pobres, el tercer mundo, son como los leprosos de la antigüedad: cuanto más lejos mejor y todos juntitos, no me contaminen.
“No nos importa o, peor aún, ya ni sabemos qué hacer”. Es verdad, éste es nuestro drama, la posibilidad de una “ortopraxis”. Siguiendo con Homer Simpson, en el fondo no haya que atribuirle malicia en sus acciones, “Hommer pertenece a una alta clase media baja, que difícilmente llega a fin de mes, y que trabaja en una planta industrial bajo la tiranía de un capitalista sin escrúpulos, además de vivir en Springfield, una ciudad ante la cual uno debería tomarse un respiro y preguntarse si vale la pena ama la vida”…Quizás, incluso ante Hommer “nos encontramos con alguien que tiene mucho de admirable”. Esta valoración de Hommer no es mía, mi inteligencia no da para tanto…. La podéis encontrar en un curioso libro –de verano- “Los Simpson y la filosofía”, p. 34 –en la edición de Círculo de Lectores-. Ya se que la cita ni en el fondo ni en la forma es académica…pero todavía estamos en verano…. Creo. Buen día. Un saludo
Sí, quizás lo admirable de Hommer (Homero), es que nos vemos todos un poco identificados en él. De alguna manera, bajo el capitalismo tardío, todos somos Hommer, no sabemos cómo rebelarnos, aunque sentimos una necesidad interior de hacerlo, pero la sociedad de consumo nos arrastra y siempre es más fácil no hacer nada.
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