Occidente se ha construido ideológicamente sobre la destrucción sistemática de cualquiera cosa que no fuera su ser mismo como dominador del mundo. La conquista (ego conquiro) se ha convertido en su propio ser (ergo ego sum). El proceso fue iniciado por Descartes en el plano teórico, pero fueron personajes de la talla moral de Hernán Cortés o Pizarro quienes lo culminaron. Ahora bien, la culminación de la duda destructiva de lo otro del sujeto se encuentra en la exposición latina de las reflexiones, que Descartes había publicado previamente en francés, en las meditaciones de prima philosophia, allí nos dice:
«…casualmente acabo de mirar desde la ventana a unos hombres que pasan por la calle, a los que digo que veo […]. Pero ¿qué veo sino sombreros y capas, bajo los cuales podrían ocultarse autómatas? Sin embargo juzgo que son hombres. Y así comprendo, sólo con la facultad de juzgar que hay en mi mente, lo que creía ver con los ojos»[1].
Como vemos, llega al punto de negar, no ya lo otro, sino al otro, a los otros. Aquello que ve por la ventana, bien podrían ser autómatas, sólo por su capacidad de juzgar, decide que son hombres y les otorga ese rango. Si el cogito no juzgara que son hombres, quedarían reducidos a la condición de autómatas, es decir, de seres con apariencia humana pero sin los atributos que los convierten en seres con dignidad humana. Para decirlo más claro, la modernidad nace por causa de la reducción del otro a mero utensilio para el enriquecimiento propio. Esta teoría fue aplicada por los conquistadores europeos en América un siglo antes que Descartes llevara a cabo su reflexión. Los indios eran considerados autómatas, no se les juzgaba hombres con derechos y dignidad, de ahí que se les redujera a dura esclavitud y se les exterminara. El Ego cogito tiene como premisa histórica y filosófica el Ego Conquiro. Yo conquisto, someto y dispongo del ser del mundo y de los otros a mi antojo y necesidad. Según feliz expresión de Dussel, «El otro es entificado, cosificado, alienado en un mero cogitatum»[2].
La duda sobre la existencia de los otros, no sólo ofende, sino que mata. Descartes, al dudar de los otros y de lo otro está socavando las condiciones de posibilidad de su propia existencia. Si fuera cierto lo que afirma de los otros, si los otros son autómatas hasta que juzgo que son hombres, entonces se daría la paradoja de que yo doy el ser a mis propios padres, lo cual está muy bien para la ciencia ficción cuántica, pero en el mundo real no funciona así. Yo soy porque me han dado el ser, la vida es un don recibido. Esto es lo que la modernidad no ha podido ver y le ha costado varios siglos llegar a ello. La pérdida del otro supuso el enclaustramiento en el laberinto de incertidumbre. Esto ya lo había resuelto el mundo clásico en sus mitos[4], pero occidente ha querido repetirlo hasta la saciedad, devorando el mundo y devorándose a sí mismo. No está mal que recordemos esto precisamente en el día dedicado a conmemorar el encuentro entre dos mundos.
[1] R. Descartes, Meditaciones metafísicas y otros textos, Gredos, Madrid, 1997, 28.
[2] E. Dussel, «Dominación-Liberación: un discurso teológico distinto», Concilium 96 (1974) 343.
[4] Recordemos el mito del Minotauro encerrado en el laberinto que creó Dédalo para el rey Minos de Creta. Habiendo incumplido lo prometido a Poseidón –sacrificar el toro blanco que éste le concedió–, fue castigado con que su mujer concibiera al Minotauro –mitad toro, mitad hombre, hijo de su propio egoísmo. La muerte del Minotauro la lleva a cabo Teseo con la ayuda de Ariadna, es decir, la muerte del Minotauro, el hijo de la actitud egoísta, encerrado en el laberinto, simboliza la ruptura del egoísmo solipsista de Minos. El mito nos enseña que si nos encerramos en nuestra propia ceguera interior y no cumplimos con la comunidad y los dioses, caeremos en la cárcel de nuestros pensamientos y someteremos todo lo demás al dominio y el sinsentido.
2 comentarios:
Me ha gustado la referencia a Descartes. En las historias de filosofía se suele presentar a Descartes en los comienzos de la modernidad, esa modernidad que lo centra todo en el sujeto. Tu lectura nos recuerda que el sujeto moderno es un sujeto egoísta, al final no hay más sujeto que el "yo", el "otro" no es sujeto, en todo caso me está sujeto, sometido. El evangelio nos recuerda que el verdadero sujeto es el sujeto solidario. Gracias a Dios el evangelio no ha muerto, y precisamente porque vive, nos estimula a luchar por su extensión, por su ampliación a todos los niveles.
EN ESTA VIDA Y EN ESTE MUNDO TODOS SOMOS ALGUIEN.
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