Mi reflexión hoy quiere profundizar sobre el problema real del mal que se ejerce hoy, digamos, en Haití. Qué responsabilidad puede atribuirse a Dios, si la tiene, y si este mal que nos hiere, lo hace también a la fe en el Dios creador que sustenta nuestra existencia. Si Dios fuera el responsable, aunque sólo lo fuera por consentimiento, de lo que allí vemos, entonces la fe en él no pasaría de ser un acto de negligencia moral o, como mucho, un voluntarismo infantil. Pero creo que podemos salvar la mayor. Niego que Dios, el Dios que presupone nuestra fe en Cristo, sea el responsable de aquel mal que vemos y padecemos en la distancia. Dios está en Haití, pero no como causante del mal, ni siquiera como cómplice. Es más, tampoco está como encausado, sino, como diría Queiruga, como sufriente de la situación. Sé que es demasiado fácil decir que Dios muere en aquellos que muere y sufre con los que sufren, pero es que es así de real. Veámoslo por partes.
Dios no es el causante del mal físico que allí se ha causado. Para que el planeta tierra pueda albergar vida y esta se renueve, se hace necesario que el constante movimiento regenerador de la corteza terrestre provoque movimientos sísmicos periódicos. Podríamos pensar en un planeta sin movimientos sísmicos, pero ese planeta no albergaría vida durante tantos milenios, sencillamente porque la capa que debería sostenerla se habría agotado en unos millones de años. La constante renovación de la corteza, fruto del movimiento tectónico, es la causa de la pervivencia de la vida y también de los terremotos. O dicho de otra manera, la causa de ese mal ha sido la finitud de lo creado. Ahora bien, podría pensarse que Dios interviniera para evitar males puntuales y, de alguna manera, remedar los daños inexorables de la finitud. Si así fuera, ni Dios ni nosotros podríamos tomarnos nuestra existencia en serio, sujeta como estaría a la arbitrariedad de un intervencionismo paternalista. Es necesario que la naturaleza siga sus leyes y no se vean perturbadas por nada desde fuera.
Si bien la finitud explica los efectos desgraciados de la naturaleza, no explica el resultado de muertes. Pongamos por caso Japón. En ese país, un terremoto de similares características al de Haití puede provocar una o dos víctimas mortales, generalmente ancianos que sufren un ataque al corazón. Ello es debido a la fortaleza de las construcciones, es decir, a que el ser humano ha aplicado sus conocimientos par evitar el mal y el sufrimiento. Pero en Haití esto no se dio. De hecho, en las zonas de la clase pudiente no hubo casas destruidas y tampoco víctimas. La mayoría de las víctimas se produjo en la zona de expansión de la ciudad para albergar al millón largo de haitianos que vinieron de los campos a causa de la deforestación y la poca valía de las tierras. Por tanto, el mal no es el terremoto en sí mismo, que es una necesidad del mundo creado, sino las consecuencias catastróficas. Estas consecuencias se han dado porque es un país sin organización ni estructura, como sí vemos en Japón, por ejemplo. De ello podemos inferir que el mal producido está más en relación con el uso que los hombres hacemos de nuestra libertad y razón. Si en Haití ha habido tantos muertos es debido a que no se dan las circunstancias que hubieran evitado el mal. Esas circunstancias no pueden ser atribuidas a Dios, puesto que en otros lugares sí que se producen, luego Dios no es el responsable de ese número de víctimas. Si en Haití hubiera un gobierno responsable y una estructura económica y social fuerte, no hablaríamos hoy ni de miles de víctimas ni de una devastación absoluta. Esto nos lleva a causas históricas y políticas, de las que Dios sólo sería responsable en la medida en que se ha tomado en serio la libertad humana y se ha negado a un intervencionismo moral que dejaría a los hombres reducidos a casi tamagochis, esas maquinitas pseudoantropomorfas programadas para realizar una serie de actos. No, Dios se la jugó por completo al crear un ser libre, consciente y responsable, pero lo dotó con todos los instrumentos para hacer el uso adecuado de esa liberta. Ahora bien, por ser libre, puede hacer lo uno o lo otro y ahí es donde viene la explicación de lo acaecido en Haití.
La responsabilidad de la devastación hay que buscarla en dos causas. Una es la geoestratégica. Haití está situado demasiado cerca de la potencia hegemónica y se ha notado su intervencionismo desde hace medio siglo. Las dictaduras de Papa y Baby Doc fueron consecuencia de aquella intervención. El saqueo de los recursos naturales y humanos del país fue brutal. Al fin llega un gobierno democrático y se alía peligrosamente con los enemigos del imperio, no responde a las exigencias del Fondo Monetario Internacional de abrir su economía y es derrocado por un golpe impulsado por los intereses económicos extranjeros. Abierta su economía, se produce la destrucción de la estructura productiva agrícola mediante el dumping económico de las multinacionales. Eso lleva a los campesinos a talar los bosques y cortar de raíz su futuro. Deben emigrar a la capital y vivir en pésimas condiciones, en casas de mala calidad. He aquí donde está la respuesta al mal. Si en Haití se hubiera permitido un gobierno que respondiera a los estándares europeos y su economía hubiera seguido su curso, no habría tal número de emigrados forzosos en pésimas condiciones, que son los que más han sufrido las consecuencias del terremoto. Si en Haití se viviera según sus potencialidades, no estaríamos ante la mayor catástrofe de este recién estrenado milenio.
Dicho esto, hay que afirmar que Dios no es ni causante, ni cómplice, ni culpable de este mal. Los causantes, culpables y cómplices son los organismos económicos de la globalización capitalista que han llevado al país a la ruina y las intervenciones imperiales que lo han debilitado hasta no parecer un país de seres humanos. En estas condiciones, a Dios sólo le queda sufrir con el que sufre y morir con el que muere. Pero también, empujar las conciencias de tantos que sufrimos por ver a los hermanos en tal circunstancia. Dios está en Haití, como lo estuvo en la cruz de su Hijo y como lo está en todas las cruces de la historia, sufriendo, muriendo, amando y alumbrando un nuevo mundo donde la misericordia y la justicia corren como el agua pura de las fuentes.
11 comentarios:
Gracias por tu reflexión. Solo añadir que me parece que es hora de pasar de la explicación del sufrimiento al plano de la honradez con el sufrimiento, lo que significa afrontarlo. Y otra cosa: el Dios de Jesús, como tú bien dices, no sólo no es responsable, sino que resulta un Dios creíble porque sufre con las víctimas, se solidariza con la cruz y además protesta contra las cruces y nos llama a nosotros a retirarlas. Ya lo dices tú y dicho queda.
Comparto plenamente la argumentación; más aún creo que, desde la identidad del pensamiento cristiano, no es posible avanzar más. Queiruga glosa toda esta argumentación con la idea de que Dios no puede hacer círculos cuadrados. La finitud es finitud. Sólo cabe la solidaridad afectiva y efectiva con las víctimas. Y esa solidaridad es respuesta creyente, fe, tal y como Metz sostiene . Pero mi pregunta es: ¿intelectualmente, no es esto ya una “cuadratura del círculo”? No sería más “honrado con la realidad” seguir manteniendo el mal como misterio radical. Yo creo que la angustia kierkegaardiana es mejor respuesta. Al final no sabemos porque el calvario es camino extrañamente necesario para la Vida (y este no-saber hay que hacerlo desde la solidaridad con las víctimas, de acuerdo), pero hay que dejar que la angustia por la finitud produzca vértigo, inseguridad, incluso hay que renunciar a decir una palabra porque “la angustia puede compararse bien con el vértigo. A quien se pone a mirar con los ojos fijos en una profundidad abismal le entran vértigos. Pero, ¿dónde está la causa de tales vértigos? La causa está tanto en sus ojos como en el abismo. ¡Si él no viera hacia abajo! Así es la angustia el vértigo de la libertad; un vértigo que surge cuando, al querer el espíritu poner la síntesis, la libertad hecha la vista hacia abajo por los derroteros de su propia posibilidad, agarrándose entonces a la finitud para sostenerse. En este vértigo la libertad cae desmayada” (Kierkegaard). Sólo este desmayo nos abre a la experiencia de Dios. Pero el desmayo no es teología (palabra sobre Dios) sino teo-cardía (sentimiento de Dios, permítaseme el palabro).
Estimado Winibal, hace tiempo que dejé de tratar el mal como misterio, porque eso lo acerca a Dios, sea que lo pone a la par o lo introduce en él. Creo que el tema de la condición finita y creatural es la clave para entenderlo. Desde mi posición, Dios no puede evitar el mal, sólo asumirlo, como apunta Metz o también sufrirlo como Moltman. Asumir la cruz y las cruces de la historia como hizo en Jesús.
No hay otra, pero esto nos lleva a la cuestión de si Dios se ha amarrado a nuestro futuro hasta el punto de identificarse con él, asumiendo el riesgo. Eso es algo a pensar.
Estimado Blues, sólo me subiría a un cuadrilátero para defender a los débiles, no a Dios, que no necesita defensa. Tampoco necesita defensa la fe, como tampoco Gelabert.
A lo que estamos. En ningún momento cito a Queiruga, como puede verse. Ha sido un comentarista del blog, pero sí es cierto que comparto que Dios no puede evitar las características de la finitud, aunque esto no es de Queiruga, sino que forma parte de la tradición reflexiva de la teodicea. Tampoco sigo a Leibniz ni a Rousseau. Mi posición no es disculpar a Dios, pues de nada es culpable excepto de haber creado. Mi solución es negar que el sea un mal aquello a lo que así denominamos. Por ello busco las causas reales y las encuentro en las estructuras histórico-sociales y políticas que nos han puesto en esta situación. Si descartamos aquellas realidades donde se manifiesta el mal y que dependen de la acción humana, entonces sólo nos queda la condición finita del hombre. De ahí viene la muerte, la enfermedad, el dolor y el sufrimiento. Luego ese supuesto mal no es tal sino la consecuencia de estar haciéndonos constantemente, de ser contingentes y expuestos al tiempo. Eso no es un mal, sino la condición necesaria de nuestra existencia en un mundo finito.
Por el otro lado tenemos el fruto de la acción humana, el uso o abuso de nuestra libertad, y ahí encuentro que hay una serie de condicionantes sociales, culturales, económicos, políticos e históricos. Estos condicionantes se suman formando una configuración mundana a la que denominamos sistema social. Resulta que nuestro sistema social es el capitalismo globalizado postmoderno. Todo lo que sucede tiene una referencia a él y puede ser explicado desde él. La mayor parte del sufrimiento que hay en el mundo tiene su explicación en ese sistema, por eso debemos cambiar el modelo para acabar con ese mal, lo que no evitara que existan otros males, puesto que somos finitos y siempre imperfectos. A esto llamaba Jesús Reino de Dios y es lo que los cristianos creemos y queremos construir para acabar con el sufrimiento. Pero también hay una parte del mal que lo ejercemos los seres humanos de forma autónoma del sistema, el que hacemos cada uno en nuestras relaciones sociales y personales. Este puede ser evitado con educación y una sociedad más justa, pero en último término también depende de nuestra situación finita.
En fin, estas son algunas de mis razones. En ningún caso quiero justificar a Dios ante el problema del mal. Primero, porque el mal en sí no existe, de hacerlo sería semejante a Dios; segundo, porque el mal tiene más que ver con nuestra acción humana que con otra cosa; y último, porque Dios no necesita justificaciones, ya está presente en medio del sufrimiento y en medio de cuantos actúan en el mundo para cambiarlo por amor.
¿He entendido bien que en mi blog yo propongo el ocultamiento para los recientes escándalos en la Iglesia? No puede ser, o no he entendido bien, o no se me ha leído bien, o me he expresado muy mal. Tampoco me acabo de reconocer en eso de ofrecer soluciones rápidas al mal. Pero eso último ya depende no sólo del escritor (que alguna cosa ha publicado sobre esto), sino también del modo como se le lee. Saludos para todos.
Yo creo, Martín, que se te ha leído muy mal si se interpreta eso, porque resulta que tú defiendes todo lo contrario, por eso decía que no necesitas defensa. Tampoco te veo en eso de salir muy rápido del problema. En fin, cada uno es responsable de lo que dice.
Un abrazo
Los acontecimientos de la naturaleza —creo que no es justo llamarles catástrofes naturales— no son ni buenos ni malos. Simplemente son así. Decir que Dios es malo por haber permitido que un terremoto nos haga sufrir, a mi criterio es no entender nada. Decir que Dios es malo porque una enfermedad grave nos haga sufrir —y sé de lo que estoy hablando—, a mi criterio es no entender nada. Y no sólo no entender nada, sino que esa forma de pensar es un auténtico ‘chivato’ que denuncia hacia dónde van nuestros derroteros, qué es lo que estamos buscando cuando buscamos a Dios. Blues alude a un Dios bondadoso ¿Qué es un Dios bondadoso? ¿Acaso es aquél que no nos hace sufrir? A lo mejor es que estamos identificando felicidad con ausencia de sufrimiento, y creo que no es ese el camino. Pero, ¿se puede encontrar a Dios en una situación de sufrimiento? Pues a lo mejor sí, ¿qué otra cosa es el camino de la cruz?, ¿algo que le tocó vivir a Jesucristo pero que yo lo quiero bien lejos de mí? Si es así como pensamos, desde luego que nunca podremos encontrar al Dios de Jesucristo, y probablemente tampoco nos encontremos a nosotros mismos. Ante una situación grave tendemos a preguntarnos: ¿por qué me ha tocado a mí?, ¿por qué yo? A lo mejor habría que darle la vuelta a la cuestión y preguntarnos: ¿y por qué no a mí? A lo mejor la felicidad está más allá del sufrir o del no sufrir, es otra cosa. Tampoco quiero decir con esto que haya que buscar ningún tipo de sufrimiento, sino que si te sobreviene, pues bueno, hay que saberlo digerir.
Noto que en el caso concreto de Haití, haces un análisis socioeconómico. Pero creo que el motivo del post habría que extenderlo a todas las situaciones en las que ni siquiera la mejor de las tecnologías, o la mejor de las sociedades pudiera hacer nada. Coincido en que hay un mal derivado de nuestra libertad, y otros males derivados de nuestra condición finita. Siempre estará el mal causado por nosotros desde nuestra libertad; y siempre se darán fenómenos naturales que nos afecten, siempre estarán con nosotros las enfermedades, y siempre estarán con nosotros los accidentes. Hasta en la persona más rica y más poderosa puede entrar el sufrimiento y el dolor auténticos, y ni su poder ni sus medios económicos podrán aliviar ni un ápice su efecto. La cuestión es aprender a vivir en esta situación resbaladiza, en la que no lo tenemos todo controlado, en la que como dice Winibal, parece que el calvario sea necesario para la vida. Supongo que esta es nuestra condición humana. Podríamos existir en otro universo en el que todo fuera maravilloso o ideal, pero ¿seríamos felices en ese universo, si no pudiéramos contrastar esa ‘felicidad’ con la infelicidad?
Yo también creo, Desiderio, que el sufrimiento forma parte del proceso de existencia de un ser libre que lo asume. Eso no quiere decir que Dios quiera el sufrimiento, sino que es parte del proceso para llagar a ser realmente libre, asumiendo sus circunstacias y su ser mismo.
Llevas razón, “Misterio” es un término que utilizado teológicamente se reviste de un significado académico que hay que respetar. Mi aportación pretendía expresar que “cuadrar el círculo” con la solución creatural o finita del ser humano, a mi juicio, no resuelve el problema, en todo caso lo aplaza. Porque al final, ¿quién es el responsable de nuestra creaturalidad y finitud? El discurso se vuelve circular y simplemente aplaza la respuesta. Por eso apuntaba yo a Kierkegaard, porque ciertamente hay dimensiones de la vida que dan vértigo y y vértigo también da el no-poder-saber lo que precisamente nuestra finitud nos marca. Eso no quita para que la reflexión sea lo más onda que podamos, y estío no quita que tengamos siempre que avanzar en nuestro esfuerzo por pensar. Pero hay un no-saber que nos “obliga” a una cierta “honradez con nuestra finitud”. El otro día preparaba yo una sencilla reflexión sobre este problema del mal y me re-encontraba con una cita de Rahner que siempre me llamó la atención… por ser de Rahner, además: “a pesar de la angustia, se siente una tranquilidad interior, una liberación y una alegría (aparentemente sin objeto) que nos dan derecho a esperar que también allí donde no llegamos con nuestra reflexión crítica está todo en orden y hay una paz que, como dice la Escritura, supera toda nuestra capacidad de conocer. Uno se entrega al prójimo con amor (sin comprobar una vez más la verdad de tal amor), se olvida de su condición y está en paz. Cuando parece adueñarse de uno la angustia de no poder salir de sí mismo y de estar, por tanto, perdido, tal estado se halla inscrito en la verdad de que Dios es más grande que nuestro corazón y sobre todo, de que, en los casos en que fracasan nuestras fuerzas, estamos verdaderamente dis-culpados y tal fracaso no constituye para nosotros un cargo, sino un descargo”
Efectivamente, el problema se aplaza, o se profundiza, porque se trata de plantearnos nuestro ser en este mundo, un mundo creado por Dios para dársenos. Pero no se centra en el mal, sino en el Ser: por qué el ser y no la nada, la pregunta metafísica esencial. Y más aún, cur deus homo? En el fondo, el problema es El Misterio de Dios, no el del mal.
Gracias a todos por vuestros magníficos comentarios.
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