domingo, 3 de octubre de 2010

¡Loado seas mi Señor por el pobre de Asís!

Celebramos, y pocas veces esta palabra es más apropiada, el día del Poverello. Su vida fue la pura condensación de su tiempo, supo vivir las carencias de su mundo, las necesidades de la Iglesia y las ansias de salvación de sus contemporáneos. En él podemos encontrar la encrucijada entre el feudalismo y el capitalismo, la riqueza y la pobreza, el poder y la humildad, la naturaleza y la sociedad. Nacido en pleno fuedalismo, perteneció a la burguesía que empezaba a empujar nuevas relaciones que configurarían el futuro capitalismo. Sin embargo, no quiso pertenecer a ese mundo y se autoexcluyó, se marginó en nombre del Evangelio para vivir en y desde los pobres, los excluidos de aquella sociedad. Pero su exclusión supuso un impulso para una Iglesia demasiado preocupada por aferrarse a un mundo que amenazaba ruina, que quería mantener privilegios y se dedicaba a condenar y perseguir. Él, empujado por su infinito amor, supo reconstruir la Iglesia desde el único fundamento posible: el Amor del Padre y la entrega del Hijo, manteniendo siempre la comunión del Espíritu. Por eso, en su amor estaba incluido el amor a todas las criaturas. El Universo entero es fruto del amor divino y por tanto es el medio para amar a Dios.
Francisco mostró cómo sólo desde el amor a todas las criaturas se puede servir a todos sin exclusión, pero haciéndolo desde los últimos. La Iglesia fue salvada por este juglar de Dios, como siempre lo ha sido por todos los que han amado hasta el extremo. Sólo el amor salva. Recordar hoy al pobre de Asís, al "francés" por aquello de que su madre era de aquellas tierras; al valiente que supo renunciar a tanto que el mundo de los negocios de su padre le ofrecía; al enamorado de la naturaleza; al juglar de la dama pobreza; al sencillo y humilde que quiso servir a todos con sus propias manos; pero también, al revolucionario que dio un impulso de fuerza evangélica en medio de una Iglesia minada por las ansias de poder; al comprometido con el diálogo con todos, porque todos son hijos del mismo Dios, del Padre de todos los seres; recordarlo hoy es hacer memoria del amor de Dios para los hombres, que siempre nos entrega a sus hijos predilectos como primicias de la plenitud escatológica.

¡Qué actual es su mensaje y qué necesidad tenemos de tantos que sigan su camino!
¡Loado seas mi Señor por el hermano Francisco, que tanto amó a todos tus hijos y abrió ríos de agua viva en medio de las dunas desérticas de una Iglesia que se caía a pedazos!

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