Una persona que no cree en Dios no necesita demostrar que no existe y que, en caso de existir es injusto y perverso, que es en último término lo que estos supuestos escépticos vinieron a hacer. No se conformaron con pasar la línea del escepticismo, sino que también trasgredieron la misma línea del ateísmo para pasarse a las filas del antiteísmo. Personalmente valoro el escepticismo como una estructura básica de cualquier actitud inquisitiva y la base para una verdadera ciencia. Incluso valoro el ateísmo que cumple con sus propios supuestos: si Dios no existe no me tengo que preocupar por nada más. Pero no puedo entender el antiteísmo como proyecto vital.
Cuando estos antiteos argumentan no se ciñen a requerimientos de tipo metodológico. Si estamos hablando en el plano de la ciencia no deberíamos cambiar de plano cuando me interesa para argumentar en función de intereses y pedir que Dios, sí ese Dios que según ellos no existe, se dedique a salvar seres humanos o a realizar milagros constantemente. Pero como se trata de rebatir la existencia, no ya de Dios, sino de un Dios bueno y que se preocupa por los hombres, todo vale, incluso la confusión metodológica y lingüística.
Al final, el debate, que siempre discurrió desde la cordialidad y el respeto, acabó en lo que debía, no podemos demostrar la existencia ni la no existencia de Dios y cada cual deberá hacer frente a las preguntas por el sentido de la existencia, porque todos somos metafísicos y necesitamos encontrar sentido a la vida.
Los creyentes, paradójicamente, somos los verdaderos escépticos, porque seguimos buscando razones para fundamentar nuestra fe en el sentido de la vida y en que ese sentido depende de un ser personal que supone el fundamento de lo real. Los llamados escépticos son más bien beligerantes anticreyentes disfrazados.
4 comentarios:
Estoy de acuerdo, y lo he dicho cuando he tenido ocasión, en que no se puede partir del supuesto de que Dios no existe y luego argumentar sobre lo que debería o no debería hacer si es que existe. También estoy de acuerdo en que no resulta muy lógico tratar de demostrar la no existencia de algo, a no ser que ese "algo" inexistente tenga repercusiones en lo existente, en forma de trastornos mentales por ejemplo, o de reivindicaciones en nombre de historias dudosas o falseadas. Dicho de otra manera: la argumentación no va contra o a favor de Dios, sino contra o a favor del "factor" Dios. A veces también los creyentes argumentamos así: el creer "a mí" me "va bien, me hace feliz". Perdón por hacer de abogado del diablo.
Creo que en el ateísmo, aunque pretenda presentarse como una honesta actitud intelectual, o filosófica, late el espíritu de rebeldía. El ateo, inevitablemente, arrastra la carga de la prueba (es quien niega). Lo que nuestra mente (o conciencia, por seguir al cardenal Newman) nos propone naturalmente, es que Dios existe. Otra cosa es que no acertemos, constitutivamente, a encontrar una "prueba" o argumento. Si Dios quedase demostrado (como el mismísimo Santo Tomás de Aquino pretendía), hay que decir que la "X" hallada no sería Dios.
Coincido con vosotros, queridos Martín y Joaquín, es el ateo el que corre con el onus probandi, y además deberían ser fieles a su ateísmo, si es que lo es. A mí me gusta más la posición de Nietzsche: Dios ha muerto, no Dios no existe. Es más coherente. De ahí deberían sacar conclusiones, como afirmara Dostoievsky, si Dios no existe, todo está permitido.
Creo que en este nuevo milenio no hay verdaderos ateos y que se esconden bajo el nombre de escépticos por aquello del respeto de la diversidad y todas esas cuestiones del multiculturalismo y el pluralismo. Pero, en el fondo, son puros anticreyentes militantes, a veces, con dureza. Imagino que esto pasará y volveremos a otros tiempos donde los grandes científicos se mantenían fieles a su método, que les impide negar o afirmar.
Publicar un comentario